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Álex Chico, Los cuerpos partidos

En ocasiones anteriores hemos hablado de libros que se hacen pasar, sin serlo, por novelas negras a la caza de lectores incautos. Algo semejante ocurre con Los cuerpos partidos (Candaya, 2019), que se nos presenta como una novela en torno a la figura del abuelo del autor pero no lo es. Y nos encontramos así ante la contradicción de haber sido engañados y, al mismo tiempo, disfrutar de un libro bien escrito.

Nunca le pregunté nada a mi abuela y, ahora que lo intento, sé que es demasiado tarde.

Se inscribe, pues, Los cuerpos partidos en esa línea de la literatura más reciente centrada en indagar en la vida de nuestros antepasados. Si la vida del abuelo de Sergio del Molino - Lo que a nadie le importa - tenía poco interés para quienes no somos sus nietos, la del abuelo de Alex Chico (Plasencia, 1980) carece de base para novelarla (es decir, el autor nació después de la muerte del abuelo y apenas guarda fotografías o documentos sobre los que reconstruir esa vida y tampoco puede valerse de los recuerdos de su abuela porque ésta sufre Alzheimer: reconoce sin reparo que casi no sabe nada - incluso equivoca su nombre - sobre su abuelo) y se convierte en pretexto para reflexionar sobre tantos cuestiones que surgen al pensar en quienes tuvieron - o tienen - que emigrar para buscar una vida mejor: el viaje en aquellos trenes, la añoranza de lo dejado atrás, la ilusión por lo por venir, las dificultades de la integración, la aceptación y el rechazo en el nuevo hogar, los problemas con el idioma, el deseo de volver y la decisión de no hacerlo, la creación de una nueva familia en el lugar de acogida mientras se mantiene en la distancia a la de siempre... Si Vicente Valero escribe una obra sublime - Los extraños - sobre sus antepasados, Alex Chico redacta un texto de prosa exquisita y reflexiones inteligentes continuamente trufado de citas y referencias a lo que otros escritores han dicho sobre los temas sobre los que Los cuerpos partidos reflexiona.

Toda clase de desplazamiento pone en marcha algún tipo de leyenda. Es difícil separar la memoria inventada, la fantasía que implica cada viaje, con lo que realmente sucedió.

Cuando la cosa ya no da para más en la reflexión sobre la emigración, quizá por justificar la beca concedida para escribir el libro, las paginas se alargan reflexionando ahora sobre prácticamente cualquier aspecto de la vida o sobre, por ejemplo, el lenguaje, o las peripecias del autor mientras escribía, o con un interesante pero desproporcionado capítulo, ahora que el abuelo ya no pinta nada en el libro, dedicado a la emigración  interior: los que llegaron a Barcelona y construyeron sus chabolas de noche (qué felices éramos con lo poco que teníamos en mitad del barro). A esto la cuarta de cubierta del libro (que antes lo ha definido como novela) lo llama "la narración se va ramificando hasta convertirse en una historia coral". Eso sí, sin abandonar nunca ni la buena prosa ni el exhibicionismo hasta el hartazgo a la hora de citar y referenciar libros leídos y películas vistas.
Los cuerpos partidos - entre la vida que se deja y la que nace en el lugar al que se llega - bien podría haberse titulado "Apuntes para una tesis doctoral sobre la emigración en el cine y la literatura". Pero, ya al final, nos enteramos que esto es una "novela de ensayo ficción". Toma ya.
Bueno; ficción no es, salvo que por ficción entendamos especulación. Desde luego, novela ni en pintura ni ninguna otra forma de narrativa literaria, ni siquiera la de autoficción tan de moda. Podemos quizá ampararnos en discursos sobre hibridismo genérico y renovación y tal y cual y ponernos muy cómodos en la torra de marfil. Pero en palabras sencillas podríamos decir que Los cuerpos partidos es un ensayo ligero. O un pastiche.
Y una tomadura de pelo, claro, porque esa es una manera suave de llamar a las últimas líneas de la contracubierta donde, sin ningún empacho ni respeto por el futuro lector y - que lo que importa es la guita - próximo comprador, se citan, como si fueran elogios a este libro, frases de la crítica de Javier Goñi en El País sobre un libro anterior del autor.

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