Sergio del Molino, Lo que a nadie le importa
El Corte Inglés, calle Preciados (1953). |
José Molina Bueno nació en mayo de 1915 en un villorrio cerca de Calatayud".
José Molina era el abuelo del escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979), quien, a los diecisiete años escuchó a su abuelo, en su lecho de muerte, decirle a su esposa "calla, que de ti no quiero ni que me cierres los ojos". Tremenda frase - con sus dieciséis sílabas de verso épico - quedó grabada en la mente del joven aprendiz de escritor que, en 2014 ha publicado Lo que a nadie le importa como una novela que homenajea la memoria de José Molina.
Pero, lejos del relato magnífico de Los extraños de Vicente Valero, Sergio del Molino - con buena prosa, eso sí - consigue que importe poco lo que nos cuenta. ¿Por qué? Pues porque poco tiene su libro de novela ni de memorias; recuperar la de su abuelo se convierte a las pocas páginas en un recuerdo de las noches de copas de la juventud del autor y en un pequeño estudio sobre la batalla del Ebro, en la que se abuelo participó, quinto del 36, como soldado del ejército franquista. Y así las primeras cien páginas (¿no debe pensar un escritor que palabras tan poco habituales en la lengua común como "letraherido" no deben aparece casi en cada párrafo de lo que escribe?).
Acabada la guerra y las cien primeras páginas, José Molina, que antes había trabajado en una prestigiosa tienda de telas de Zaragoza, se trasladó, como tantos otros, a Madrid. Encontró trabajo en una sastrería de niño y caballero de la calle Preciados que no había cerrado durante la guerra y que ahora empezaba a crecer; El Corte Inglés, donde trabajaría hasta su jubilación. Aparece en el relato Carmen de Lara, la Currita, la mujer con la que se casó José Molina y con la que vivió al final de Embajadores, junto a la estación de Peñuelas, donde, entonces, acababa Madrid. Y ahora Sergio del Molino encuentra el sentido de su libro; comprender la fría relación entre ese hombre adusto, raro y silencioso, su abuelo, y su mujer.
Y es que:
Siempre es loable el esfuerzo de recuperar la memoria familiar, pero Sergio del Molino, a falta de información, ha realizado un importante trabajo de documentación que exhibe en la novela. Seguramente su pecado es no haber evitado esa exposición. Probablemente sin ella el relato hubiera ganado en la fuerza de la experiencia vivida, en intimidad, en calor, en ternura, en emotividad, en cercanía al lector, en literatura en suma, y hubiera perdido en páginas. Pero ya sabemos que el trabajo más difícil, tanto como importante y fundamental, del arte de la escritura es la poda.
Acabada la guerra y las cien primeras páginas, José Molina, que antes había trabajado en una prestigiosa tienda de telas de Zaragoza, se trasladó, como tantos otros, a Madrid. Encontró trabajo en una sastrería de niño y caballero de la calle Preciados que no había cerrado durante la guerra y que ahora empezaba a crecer; El Corte Inglés, donde trabajaría hasta su jubilación. Aparece en el relato Carmen de Lara, la Currita, la mujer con la que se casó José Molina y con la que vivió al final de Embajadores, junto a la estación de Peñuelas, donde, entonces, acababa Madrid. Y ahora Sergio del Molino encuentra el sentido de su libro; comprender la fría relación entre ese hombre adusto, raro y silencioso, su abuelo, y su mujer.
Su marido se reservaba uno de uso exclusivo: Chati. Achulado, sexual, íntimo y tabernario. Chati. Madrileñísimo y antiaragonés, una forma de enraizar su amor en las cuestas de Embajadores y olvidarse de los callejones del Gancho. Ay, Chati, se quejaba, y en su manera de nombrarla había un lamento de algo que fue y ya no era más, ayes de una intimidad perdida, pasajes devorados por un fuego que nadie vio arder y entre cuyos tocones muertos nadie pasaba".Entonces el relato comienza a cobrar interés y a importarle al lector. Pero pronto decae y la narración vuelve a centrarse en el autor.
Y es que:
El Madrid del día de la boda de mis abuelos se había conjugado hasta entonces en subjuntivo y condicional, que son los modos y tiempos de la incertidumbre del miedo. El Madrí de Celia Gámez y Ava Gardner venía conjugado en pretérito perfecto simple, que es el tiempo de las crónicas y de la historia. Venía ya escrito para la posteridad, sin necesidad de conversiones sintácticas. Yo tengo que convertir el presente de indicativo de mis abuelos en pretérito perfecto simple, y en la operación estoy obligado a inventármelo todo, porque el presente de indicativo no deja rastros".Porque
En una familia pobre hecha de silencios, tan sin diarios ni memorias, las fotos y los libros heredados son los únicos contenedores de certezas".
Siempre es loable el esfuerzo de recuperar la memoria familiar, pero Sergio del Molino, a falta de información, ha realizado un importante trabajo de documentación que exhibe en la novela. Seguramente su pecado es no haber evitado esa exposición. Probablemente sin ella el relato hubiera ganado en la fuerza de la experiencia vivida, en intimidad, en calor, en ternura, en emotividad, en cercanía al lector, en literatura en suma, y hubiera perdido en páginas. Pero ya sabemos que el trabajo más difícil, tanto como importante y fundamental, del arte de la escritura es la poda.
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