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Vicente Valero, Los extraños

Pedro Marí Juan, de quien no se conserva ninguna fotografía, coincidió
en 1927 en cabo Juby con el piloto y escritor Antoine de Saint-Exupéry.
Como sabemos, la intimidad pasó a la historia. Hoy es bien fácil conocer la vida de absolutos desconocidos en pocos minutos de navegación, cualquiera puede encontrar una foto tuya - mejor que no sea espatarrada en el sofá con el perro de por medio - colgada por no sé quién sin que tú tengas la menor sospecha, basta echar un ojo al rastro de tu tarjeta black para que cualquiera, y no sólo tu mujer, pueda reconstruir el mapa de tus putas de lujo favoritas, hoy todo padre que se precie viola el derecho a la intimidad y a la propia imagen de sus hijos haciendo públicas sus fotos desde el mismo día en que nacen, y cualquier día puedes encontrarte en el telediario, como ese padre inglés, a tu hija en indecorosa posición en la pista de una discoteca mallorquina. Pero hubo un tiempo en el que existió la intimidad e, incluso, los secretos se preservaban, en el que resultaba misteriosa no ya la vida de los desconocidos - como es natural - sino también la de algunos de tus familiares. De esos tiempos nos habla Los extraños (Periférica, 2014) del poeta ibicenco Vicente Valero, un libro muy hermoso. Como hermoso es dedicar un libro a indagar y relatar - homenajear - la vida de tu familia. Extraños llama Valero a esos miembros, que toda familia tiene, cuyas vidas están rodeadas de cierto aire de misterio; ese tío de tu madre que emigró a Suiza y cuyas cartas fueron espaciándose con el tiempo hasta dejar de llegar y que de repente envía a su hija, ya buena moza, a pasar el verano en la casa de la abuela española, ese tío abuelo que fue fusilado en la guerra porque alguien dijo que no iba a misa y cuyo cuerpo yace en alguna cuneta ignota y del que nunca supiste nada - salvo de su muerte - porque nunca se podía hablar de él ante la abuela, ese hermano con el que tu padre dejó de hablarse cuando tú apenas levantabas un palmo por algún lío de herencia, o por el contrario, aquel primo de tu madre que no conociste pero estaba presente siempre en las conversaciones familiares porque siempre fue modelo de virtudes o en su juventud, por algún motivo, alcanzó un momento de gloria y, quizá, la muerte le visitó temprano para dotarle de una aire mítico en la familia...
De estos familiares nos habla Vicente Valero. En concreto de su abuelo materno, al que su padre de niño envió a un internado en Valencia y le marcó un futuro de abogado, pero se hizo militar, sirvió en Larache y en Cabo Juby, donde enfermó, y murió en casa, a los veintiocho años, apenas un año después de casado y recién nacida su hija. Del hermanastro de su padre, del que no tuvieron noticia desde que los abuelos se separaron en 1934, que hizo vida de ajedrecista profesional en Buenos Aires y un buen día se presentó en Ibiza cuando Vicente tenía pocos años para morir allí inesperadamente. De un tío abuelo que, con dieciséis años, tuvo el coraje de abandonar la familia, el seminario y el ambiente cerrado y hostil de la isla, para irse a Barcelona e intentar cumplir su sueño de ser bailarín y vivir su homosexualidad. De otro tío abuelo, militar republicano, hombre moderno y de amplia cultura, que murió en el exilio francés con la esperanza de regresar a casa el día que muriera Franco. Valero elige, con delicadeza, a un extraño de cada una de las cuatro ramas de su familia para componer este libro lleno de verdad y sentimiento para el que no sólo ha hurgado en los recuerdos de la familia sino también ha viajado a los lugares donde podía encontrar alguna huella del paso de sus extraños. Cuyas cuatro vidas nos narra al modo de un cronista sincero que nos aporta con objetividad los datos de que dispone, casi todos fundados en recuerdos heredados, y comentarnos sus lagunas de información, y que, al mismo tiempo, aparece en primera persona, como familiar de los extraños y para participarnos sus reflexiones. Vicente Valero ha escrito el libro que a todos nos gustaría escribir, el que a nuestros padres o nuestros abuelos les gustaría que escribiéramos y que, si algún día lo escribimos, lo haremos con la amargura de saber que ya no lo podrán leer. Y le ha pasado lo que a nosotros nos pasaría:
No hice todas las preguntas que debería haber hecho y ahora no queda nadie a quien preguntar, todos han muerto, a Ramón Chico ya sólo lo recuerdo yo, que ni siquiera llegué a conocerlo, nadie más, de él no perduran más que un puñado de viejas cartas, algunas de ellas ilegibles, y tres fotografías estropeadas en las que aparece siempre, muy serio, solo o con alguna de sus hermanas solteras".
Vicente Valero (Ibiza, 1963) es autor de diversos libros de poesía y ensayo. Los extraños es su primera incursión en la narrativa. Si Manrique nos enseñó que permanecemos vivos mientras perduramos en la memoria de quienes nos conocieron, que la memoria de los que nos dejaron nos deja harto consuelo, Valero, dotando de dignidad literaria sus vidas cotidianas, ha honrado magníficamente a los suyos y, de alguna manera, leyendo su cálido libro, cada uno de nosotros a los nuestros.

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