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Manuel Longares, No puedo vivir sin ti

Manuel Longares (Madrid, 1943) es uno de los escritores españoles de más exquisito estilo y prosa más cuidada; seguramente su Romanticismo (2001) es una de las mejores novelas de lo que va de siglo XXI. Autor de una obra sólida, prolongada, aunque no excesivamente amplia, goza del prestigio de la crítica aunque su nombre no es uno de los más populares de nuestra narrativa.
No puedo vivir sin ti (1995) es la cuarta de sus novelas. Es un ejercicio de estilo, pero no de estilo pedante como Intemperie, sino de estilo verdaderamente literario, de dominio lingüístico y narrativo, de exhibición de la valía de su escritor. Para el lector es también un ejercicio; de lectura gozosa, de recreo en los meandros de la prosa precisa de Longares, que se complace y se demora en su sintaxis y en sus descripciones, en el uso del fino humor, en la muestra de la mejor retórica adornada con el vocablo más coloquial y cheli, en la presentación natural de los aspectos cómicos y/o grotescos de la realidad cotidiana traídos ante él en una prosa de aroma decimonónico - suele decirse que galdosiano -. Pero digo que es un ejercicio porque ciertamente No puedo vivir sin ti es buen ejemplo de cómo se escribe (de la única manera posible, sin ínfulas y con sencillez) y de cómo se disfruta de lo bien escrito, pero igual de cierto es que la novela bien podría ser algo más corta, contarse en menos páginas sino fuera por el gusto estilístico de Longares por la pausa y el circunloquio.
Estamos en el verano del 93. La acción discurre, como una temporada futbolística, hasta la primavera siguiente. Mónica es una muchacha huérfana, que vive, en Carabanchel, no muy lejos del estadio Vicente Calderón, con su hermana, su cuñado y su sobrino - con el que comparte habitación -, ayudando en la casa y en el bar del cuñado, enamorada del Atleti de Madrid. El Atleti es su vida, es su pasión. No gasta más ropa que su perenne camiseta rojiblanca, y su tiempo libre en escuchar los programas deportivos radiofónicos. Su perrita Colchonera es su compañera de fatigas; le acompaña los domingos a tirarle penaltis al sobrino en el descampado, viste orgullosa - es de suponer - el ropaje rojiblanco en que Mónica la embute... El amor de Mónica por el Atlético de Madrid se hace carne en Titán, el delantero centro del equipo, paciente de una lesión que se prolonga desde hace más de un año, desde que un defensa salvaje le entró brutal junto al córner del fondo norte. Mónica, que sufre la prolongada lesión del ídolo, comprende que sólo sanará con su amor y su atención. Así, resuelta con la convicción en los propios actos sólo posible en un seguidor atlético, dedica cada segundo del escaso tiempo que le queda, en su vida de cenicienta, entre la limpieza del bar, la de la casa y la atención a la hermana, enferma desde el otoño, a intentar conocer personalmente a Titán y ofrecerle su amor y servicios a fin de lograr su curación. Descubrirá Mónica que Titán vive cerca del barrio y logrará presentarse en su casa.
Paralelamente, el bar del cuñado, por el que desfilan los parroquianos habituales de todo garito de su condición, es sede del equipo del barrio - que el cuñado preside -. El final de la temporada, en el que el equipo lucha por ser campeón se cruza en primavera con la muerte de la hermana y la relación de Mónica con Titán. Y así, todo se precipita hacia el final rápido, triste, sorprendente e inesperado del que tenemos noticia, como de todo lo demás gracias a la crónica que de todo ello nos hace, como el que se pone a contar motivos de un sentimiento, el juez de instrucción que interrogó a Mónica en el día de autos.

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