Laurie Colwin,Tantos días felices
Una pareja en Central Park en 1973. |
Los personajes, pijos de Manhattan, sin duda, resultan simpáticos, pero son tan peculiares y "raritos" que resultan también lejanos, por mucho que el amor sea universal. Por eso, la novela resulta fría; es divertida pero no nos dice nada que nos emocione y se tarda demasiado tiempo, casi hasta el brindis final por la amistad y una vida maravillosa, en tomarles cariño a estos personajes, que además de felices son buena gente.
Guido Morris y Vincent Cardworthy son amigos de toda la vida y parientes lejanos (primos terceros). En gran medida, por su carácter y personalidad, son complementarios. Son chicos de familia bien y vida desahogada. Ambos acaban enamorándose de mujeres excéntricas, cada una a su manera, Holly y Misty. La novela narra sus respectivas historias de amor, sus bodas y sus felices matrimonios. Mientras les rodean otras parejas de enamorados no menos peculiares; un profesor universitario liado con una joven estudiante (invitados a cenar en casa de Guido y Holly, la muchacha pasa la velada, después de quitarse los zapatos, tejiendo con dos agujas y un ovillo de lana sentada en el sofá sin participar en la conversación), Stanley, el primo de Misty enamorado de una mujer mayor (de esas personas que comen raíz de loto y algas y llevan pesas en los tobillos para fortalecer los gemelos...) o la extraña secretaria capaz de leer el aura. Al margen de alguna referencia genérica que nos permite situar su acción en Nueva York, la novela no presenta más localizaciones que el interior de las casas (las cocinas, las mesas del salón regadas con champán) y oficinas en que viven y trabajan los personajes. No hay tampoco referencias temporales, de manera que imaginamos la acción en los años setenta - cuando fue escrita la novela -, pero nada impide que no pudiera desarrollarse veinte años antes. De este modo, el relato se centra en los momentos que los personajes pasan juntos y en sus diálogos. No hace falta espacio ni tiempo, basta con la burbuja de felicidad que envuelve a estos treintañeros inseguros pero contentos. Por el contrario, son imprescindibles los diálogos sobre los que se construyen los personajes y en los que radica lo mejor de Tantos días felices: el estilo brillante e contenido de Laurie Colwin, elegantemente adornado de humor fino y frases inteligentes.
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