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Edwin Winkels, El último vuelo

Luciano Otero atisbó entre la niebla el rojo y el amarillo de la bandera de España pintada en la cola del avión. El accidente, en la sierra de Guadarrama, se había producido cuarenta horas antes, el jueves 4 de diciembre de 1958 a las seis y veinte de la tarde. Cuando Luciano se acercó a los restos del avión, una mujer se encontraba sentada en una roca intentando protegerse de la nieve con un paraguas. Estaba muerta. Era Maribel Sastre Bernal, la azafata. Tenía dieciocho años y había ingresado en Aviaco en junio.
Pensaríamos que la censura franquista hizo lo posible por ocultar o minimizar el siniestro. Sin embargo, la cobertura mediática fue amplia; basta curiosear en internet la hemeroteca de ABC y de La Vanguardia para comprobarlo. Se afirma en El último vuelo que, a diferencia de los ferroviarios, en los accidentes de aviación siempre se puede culpar al piloto o, en todo caso, a la meteorología y por ello no se censuraba la información. También es fácil encontrar reportajes publicados en los últimos años sobre el accidente.
A Edwin Winkels (Utrecht, 1962), afincado en Barcelona desde 1988, periodista de El Periódico, le llevó a interesarse por este accidente ocurrido hace más de medio siglo la singular tumba de Maribel Sastre en el cementerio de Montjuic. Investigó sobre el accidente y el resultado es esta novela que Ediciones B ha publicado en 2016 y que en Holanda apareció en 2014.
Aviación y Comercio - Aviaco - había comprado varios aviones, ya viejos - fueron diseñados en 1936 -, a Air France. En concreto, el que nos ocupa, el EC-ANR, tenía ya 4928 horas de vuelo en septiembre de 1956 cuando lo compraron. Este fue el quinto accidente de Aviaco desde su fundación apenas diez años antes.
Dice Winkels en el prefacio de su novela que casi todos sus personajes existieron y aparecen con sus nombres auténticos y que casi todos los hechos que se narran ocurrieron como se dice. Pero que las palabras y pensamientos de los personajes son de su cosecha. La casi totalidad de la novela son palabras y pensamientos de los personajes. Así las cosas, resulta difícil saber qué hay de cierto y qué de ficción en El último vuelo. Pero importa poco, porque Winkels ha sabido resolver con eficacia la dificultad de hablarnos, con fidelidad a los hechos, de un accidente que nos resulta lejano. En términos fílmicos, lo que ha escrito Winkels es un magnífico docudrama. No se trata, claro, de una joya literaria pero El último vuelo es un libro que resultará interesante y emocionante a cualquier lector.
Es acierto del autor el tono melodramático de su relato que permite que leer las peripecias de los fallecidos en aquel accidente de hace casi sesenta años nos resulte tan conmovedor como lo fue cuando leímos en El País las vidas de todos los fallecidos en los atentados del 11 de marzo o cuando escuchamos cómo cualquier casualidad ha librado, o no, a alguien de un accidente o un atentado. Y es acierto del autor la estructura narrativa de la novela, que alterna capítulos de tres relatos distintos: el monólogo interior de Maribel Sastre a lo largo del día de la tragedia, la vida de su madre en 2002 con el recuerdo siempre presente de su hija y la historia de la familia Castillo Gesteira viviendo el día en que por fin se van a reunir con sus hijas.
Maribel Sastre fue una hija única muy querida por sus padres. Buena hija, bien educada, guardó desde pequeña su ilusión de ser azafata y procuró aprender inglés y francés. Cuando vio en el periódico una convocatoria de Aviaco no lo dudó, a pesar de los temores de su madre. Ana, la madre de Maribel, hasta su muerte en 2004, dedicó su vida al recuerdo de su adorada hija. El 4 de diciembre de 1958 hizo un día de perros y el vuelo de Aviaco de Madrid a Vigo tuvo que aterrizar primero en Santiago de Compostela. El piloto no se presentó en Barajas y fue sustituido por José Calvo Nogales, el jefe de los pilotos de Aviaco, el más experimentado, con diez mil horas de vuelo. En consecuencia, el vuelo de Vigo a Madrid se fue retrasando a lo largo del día. El tiempo no mejoraba y, al parecer, Calvo se negó a volar en esas condiciones meteorológicas porque consideraba que - con las condiciones de la nave - había un gran peligro de que las alas del avión se congelaran al superar la sierra de Guadarrama. Pero sus jefes le obligaron; el vuelo de Iberia había salido de Vigo (pero el avión de Iberia era un DC 3). Maribel tenía que atender a los dieciséis pasajeros; un viajante que debía tomar en Madrid otro vuelo a Barcelona, un hombre que, contra el consejo de su mujer, decidió viajar en avión para no llegar tarde al nacimiento de su hijo... Pero debía atender especialmente a dos niñas, Josefa y Esther Castillo Gesteria, de diez y nueve años. El matrimonio Castillo Gesteria había emigrado a Madrid en 1953, en busca de una vida mejor. Él había obtenido una plaza de cartero y ella se empleó como limpiadora en un colegio de monjas. Al cabo de cinco años de sacrificio, habían conseguido el dinero suficiente para pagar el viaje en avión de sus dos hijas pequeñas, que habían dejado al cargo de los abuelos y a las que no habían vuelto a ver en esos cinco años.
La novela acaba con los últimos pensamientos de Maribel. Es lógico y coherente y, seguramente también lo más respetuoso. Pero, después de haberla acompañado durante la novela, al lector le hubiera gustado compartir con Emilia Gesteira el momento de recibir la noticia definitiva.
Hay en El último vuelo algunos pequeños errores históricos y se puede reprochar que todos los personajes se expresen igual - pero es que lo importante no es caracterizar a los personajes sino hacerlos vehículo de la historia, del drama y el dolor; privilegia por eso el autor el relato y el tono melodramático -, quizá resulta un poco extraña la manera de cerrar la historia de Ana Bernal, la madre de Maribel (lo mismo es completamente verídica), chirría el interés del narrador por poner en palabras de sus personajes explicaciones y juicios sobre el franquismo y la España de entonces, pero, como ya se ha dicho, es una novela conmovedora que se lee de un tirón. Edwin Winkels ha sabido, con la prosa ágil de un buen reportero, a partir de un hecho bastante lejano, contarnos una historia cargada de interés para cualquiera que comience su lectura.

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