Header Ads

Donald Ray Pollock, El diablo a todas horas


Tal como ella lo veía, el exceso de religión podía ser igual de malo que la carencia, o tal vez incluso peor.

Volvemos a Knockemstiff y a sus alrededores en Ohio y Virginia Occidental, por donde se extiende la pestilencia de la fábrica de papel de Meade que se mimetiza con la miseria moral de sus habitantes. ¡Bien!: diversión garantizada. Tarados mentales, hijoputas, sexo, sangre fácil, humor, cutrez... Realismo sucio de primera y basura blanca.
La vida de Arvin, que tiene dieciocho años en 1966 cuando acaba El diablo a todas horas (2011; Literatura Random House, 2020), está marcada por su sórdido entorno. En El diablo a todas horas se van cruzando las vidas de diversos personajes - muchas de las cuales son guiadas por la fe religiosa -: un hombre que combina sus rezos con extraños sacrificios, un extraño predicador acompañado de un paralítico que toca la guitarra, otro predicador que se vale de su posición para abusar de adolescentes embobadas por la fe, un sheriff corrupto, una pareja que dedica cada verano a viajar por las carreteras asesinando autoestopistas, chicas que desde muy jóvenes se acuestan con el primero que pasa... Y se cruzan en un relato bien escrito y construido, en el que es decisivo el uso del estilo indirecto libre, con el que el lector se divierte hasta que en los últimos capítulos todas esas vidas acaban de confluir cargando al relato de un tono más trágico, dirigiéndolo a un magnifico final en el que Arvin debe actuar de la única manera que las circunstancias le permiten.
El horror que vio en Japón durante la Segunda Guerra Mundial llevó a Willard Russell, el padre de Arvin, a una especie de religiosidad mística: sus rezos continuos, en los que obliga a participar a Arvin, se completan con ritos sangrientos cuando su esposa enferma. Arvin, que tiene entonces diez años, al morir su madre, se traslada a casa de su abuela, donde se criará con Lenora, una huérfana que ha quedado al cargo de Emma, la abuela de Arvin, y del hermano de ésta. Son Emma, con su religiosidad sencilla, su hermano Earskell y Arvin, no creyentes, los únicos que nos resultarán personas buenas y corrientes. Rodeados por la caterva de creyentes irracionales, dementes, degenerados y asesinos a los que nos hemos referido arriba. A todos ellos la religión les ha llevado a la credulidad, la locura y la violencia.
Donald Ray Pollock, como en Knockemstiff, vuelve a hacernos disfrutar de sus magnífica literatura no apta para melindrosos. 

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.