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Jonathan Lee, El gran salto

En la madrugada del 12 de octubre de 1984 explotó una bomba, puesta por el IRA, en el Grand Hotel de Brighton, donde se celebraba la convención del Partido Conservador. El objetivo del atentado era matar a la primera ministra Margaret Thatcher. La bomba había sido colocada unas semanas antes.

Eres tú quien elige qué partes de la historia contar.

Al comenzar El gran salto (2015; Libros del Asteroide, 2017) asistimos a los ritos de ingreso en el IRA en 1978 de Dan, un joven norirlandés de dieciocho años. La narración nos lleva luego a las semanas previas al atentado. Esperamos, naturalmente, que el atentado sea el foco central de la novela. Pero no lo es. Jonathan Lee (Surrey, 1981) consigue con acierto situarnos ante algo más simple y mucho más importante: la vida corriente de sus personajes. La de sus protagonistas: Dan, que se aloja en el Grand Hotel como Roy, Moose, el subdirector del hotel, y Freya, la hija de Moose. Pero también la de sus brillantes secundarios.
Moose es el apodo con el que todos llaman a Philip Finch, que ve en la convención conservadora su gran oportunidad para ocupar el puesto, próximamente vacante, de director del hotel. Aspiración esta que da sentido a su vida, más bien perdedora desde que en la juventud fue un buen saltador de trampolín. Luego, criar solo a su hija ha sido la ocupación que, junto a las muchas horas de trabajo, ha llenado su vida. Freya, trabaja de recepcionista en el hotel mientras decide qué hacer con su vida: su padre insiste en que vaya a la universidad, pero a ella no le acaba de convencer. A Freya le cae bien de inmediato Dan, el cliente del hotel al que atiende cuando llega para alojarse como Roy Walsh.
Cada uno a su manera, tres perdedores. Rodeados de secundarios tan ricamente humanos como ellos: Marina, los otros jóvenes empleados del hotel, la madre de Dan. Mientras, ignorantes la mayoría de ellos de lo que va a pasar, salen adelante en el día a día de sus vidas, nosotros - llevados por el sosegado ritmo que marca el autor - vamos compartiendo sus pequeñas alegrías y decepciones y conociendo - en su dosis justa - el conflicto de Irlanda del Norte. Y luego, cuando estamos empapados e imbuídos en lo humanas que nos resultan las vidas de estos personajes, explota la bomba, que las sacude, marca y rompe, y sacude también nuestra lectura, olvidada ya del atentado y centrada en acompañar a los personajes en sus problemas, cerrando la novela con unos magníficos capítulos finales.

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