Header Ads

Ander Izaguirre, Mi abuela y diez más

Estadio de Atocha.

Pocas personas son tan conscientes de lo caprichoso y frágil que es el curso de la vida como los aficionados al fútbol.

Al poco de cumplirse 38 años, el Barcelona ha superado la marca de 38 partidos sin perder que la Real Sociedad estableció en 1980. El año de la liga que a punto estuvo de ganar el Sporting de Gijón, pero así, así, así gana el Madrid. La racha de victorias de 1979 y 1980 se truncó en el Sánchez Pizjuán, donde la Real perdió 2 a 1; los dos goles sevillistas fueron del argentino Bertoni, que poco después reconoció que habían cobrado una prima del Madrid por ganar a los txuriurdiñak.
Un año más tarde, el 25 de abril de 1981, precisamente en El Molinón, la Real consiguió su primer campeonato, con el inolvidable gol de Jesús Mari Zamora en el último minuto, mientras en el viejo José Zorrilla de Valladolid los jugadores del Madrid brincaban creyéndose campeones. La segunda liga de la Real llegó un año y un día después. Todos recordamos aquella mítica Real de Alberto Ormaetxea: Arconada, Celayeta, Górriz, Kortabarría, Olaizola, Diego, Perico Alonso, Zamora, Idígoras, Satrústegui y López Ufarte. Y Gajate, Larrañaga, Uralde, Murillo...
A Ander Izaguirre (San Sebastián, 1976) los Reyes le trajeron un uniforme de la Real en 1982. Ya desde niño vivió días de gloria en Atocha, aquel estadio de 1913, entre las vías del tren y el mercado de frutas, donde el público se apiñaba casi en el mismo césped, y luego tiempos lánguidos - salvo el subcampeonato de 2003 - en Anoeta, desde el traslado en 1993.
De esas vivencias, siempre apasionadas, de aficionado en las gradas de su equipo, de goles y partidos inolvidables, nos habla en Mi abuela y diez más (Libros del K.O., 2013). Encontramos en este libro de la colección Hooligangs Ilustrados algunas páginas emotivas sobre Górriz y sus 599 partidos con el equipo, el último jugador de la Real Sociedad que ha marcado gol en un Mundial (el de 1990), sobre algunos de los familiares de Izagirre como el tío Juan, creador de Savin y Koipe, que fue el primero en vender vino y aceite embotellados. Y, claro está, sobre su abuela Pepi, la que le confeccionó una bandera blanquiazul cuando la liga del 82, que en la vejez se enamoró (como cualquiera al que le guste el fútbol) del Barça de Guardiola y rezaba por otro gol de Messi. La abuela Pepi que

Toda la vida había votado al PNV ("habréis votado a los nuestros ¿no?", solía preguntarnos). Pero a los 80 años se nos enamoró de Iñaki Gabilondo y empezó a dejar la tele encendida en su canal, para que le subiera la audiencia. Escuchaba a Gabilondo con unción, odiaba a Aznar con rabia hirviente, se encariñó con Zapatero y acabó votando al PSOE, para pasmo de toda la familia.

Tiene el fútbol la capacidad de jalonar nuestras vidas de emociones que se vinculan con nuestros recuerdos de los días más trascendentes. Por eso, nos emocionamos leyendo historias como las que nos cuenta Izagirre. Todos tenemos nuestra particular abuela Pepi que sufre o se alegra por los partidos de nuestro equipo porque sufre y se alegra con nosotros. Todos somos capaces de ordenar nuestras lágrimas y alegrías personales en virtud de los acontecimientos futbolísticos que las rodearon. Por eso el fútbol es grande, aunque la madre de Izaguirre espere paciente que un día desparezca como un día despareció el circo romano.

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.