Wilkie Collins, La sotana negra
Probablemente la primera traducción al castellano de una novela de Wilkie Collins (Londres, 1824 - 1889) es la de 1887 de La hija de Jezabel. A lo largo del siglo XX algunas de sus novelas - principalmente las más reconocidas La dama de blanco y La piedra lunar - se han publicado con regularidad. Pero, seguramente al calor de las ediciones y estudios críticos en lengua inglesa publicados a raíz de su 175º aniversario, en lo que va de siglo XXI se ha multiplicado también profusamente la edición de sus novelas en España y la consideración del autor como uno de los más destacados escritores del XIX y como creador del suspense.
La novela era un género todavía poco valorado al comienzo del siglo XIX, pero el desarrollo que la revolución industrial trajo consigo permitió que encontrará un lugar como hecho a medida en el folletín; la publicación por entregas a precio módico que alfabetizó a las clases obreras y significó la democratización de la literatura, la multiplicación de los lectores, el éxito popular de novelas cuyos capítulos se prolongaban o encontraban su fin de acuerdo al gusto popular (al modo de las series televisivas actuales). Muchas novelas del XIX se publicaron primero por entregas, después en ediciones de tapas duras y, finalmente, en ediciones más baratas y de pequeño formato que permitían a los lectores cargar con ellas y leerlas en el tren. Wilkie Collins, cuyas novelas siguieron ese proceso de publicación que se iniciaba en el folletín, comprendió, quizá mejor que nadie, que este sistema de publicación requería ciertos mecanismos de técnica narrativa; verosimilitud, diálogos, capítulos cortos... y la creación de pequeños misterios secundarios que inquietaran al lector de manera que sintiera la "necesidad" de saber qué pasaría en la siguiente entrega de la novela. Había nacido el suspense, que, desde entonces, tanto ha aportado a la novela criminal y a la de terror y al cine, naturalmente. (En realidad, esto de mantener en vilo al lector ya lo inventó la novela bizantina, o sea, la maestría de Cervantes en el maravilloso Los trabajos de Persiles y Sigismunda).
La sotana negra (1881) es una de las novelas menos conocidas de Collins. Cátedra, en 2014, la ha incluido en su colección Letras universales en traducción y edición de Damiá Alou, autor también de la única edición española anterior de esta novela; la que con el título El hombre de negro publicó Ediciones del bronce en 1998.
La Compañía de Jesús, desde su sede en Roma, ha decidido recuperar las iglesias católicas que fueron expropiadas por Enrique VIII. Pero, naturalmente, no comprándoselas a sus actuales propietarios sino consiguiendo que éstos se las donen generosamente. De ello se ocupa el padre Benwell; uno de los malvados más malvados de la historia universal de la literatura, el cine y la televisión. Inteligente, sibilino y retorcido manipula todo y a todos en beneficio de su objetivo, que, en este caso, es adueñarse de la abadía de Vange, situada en la propiedad de Lewis Romayne.
Romayne, más bien pusilánime y de carácter cambiante, se encuentra muy afectado por una muerte en la que se ha visto involucrado. En su vida aparece, además de Benwell, Stella Eyrecourt, una joven bella y buena. Así, mientras el pérfido Benwell se ocupa de ganarse el espíritu de Romayne para conseguir que se convierta al catolicismo - como paso previo necesario a que done la abadía - y emplea para ello a un sacerdote joven y honrado - el padre Penrose -, Stella intenta ganarse el amor de Romayne y casarse con él. Stella y su amor por Lewis constituyen el principal obstáculo para que Benwell consiga lo que pretende. La madre de Stella, mujer de mundo, conoce bien la maldad y las armas de los sacerdotes católicos, pues ha vivido en carne propia cómo su familia ha perdido a su hija mayor desde el día en que decidió hacerse monja, y será la mejor aliada de Stella. Pero las Eyrecourt guardan un viejo secreto y Benwell conseguirá descubrirlo.
Fiel a la técnica del folletín, La sotana negra nos guarda continuos motivos de suspense, sorpresas y giros hasta desembocar en su parte final en una espiral de excesivos giros que parece un festival de fuegos artificiales a la mayor gloria de la maestría narrativa de Collins. La novela es una exhibición del dominio de su oficio de Wilkie Collins; todo encaja a la perfección y con naturalidad, la complejidad narrativa que, partiendo de un narrador omnisciente, permite la presencia de varias voces narrativas se resuelve con sencillez, los personajes principales están rodeados de pocos pero interesantes personajes secundarios, el lector participa del relato pues le es imposible permanecer impávido entre el amor de Stella y la maldad de Benwell... Nos gustará más o menos, nos parecerá mejor o peor novela, pero es indiscutible que La sotana negra es un prodigio de dominio de técnica narrativa.
Por otra parte, ésta es también una novela anticlerical - escrita en un país protestante a diferencia de otras de la misma época -; todo por la pasta, se deduce de ella que es el lema de la Iglesia Católica o, para ser más precisos, de los jesuitas. Pero no por ello es una novela maniquea, pues la creación literaria de la novela y sus personajes priman sobre lo ideológico. Una novela anticlerical que se inscribe en dos subgéneros de la novela realista decimonónica; la novela de sacerdote y la novela de adulterio. No hay exactamente adulterio en La sotana negra, pero sí bigamia (o no, descúbralo el lector) y el triángulo Benwell - Romayne - Stella bien se parece al clásico de una novela de adulterio. El recuerdo y la referencia a La Regenta, que Clarín publicó sólo tres años después, en 1884, de que apareciera La sotana negra, resulta inevitable para cualquier lector.
La novela era un género todavía poco valorado al comienzo del siglo XIX, pero el desarrollo que la revolución industrial trajo consigo permitió que encontrará un lugar como hecho a medida en el folletín; la publicación por entregas a precio módico que alfabetizó a las clases obreras y significó la democratización de la literatura, la multiplicación de los lectores, el éxito popular de novelas cuyos capítulos se prolongaban o encontraban su fin de acuerdo al gusto popular (al modo de las series televisivas actuales). Muchas novelas del XIX se publicaron primero por entregas, después en ediciones de tapas duras y, finalmente, en ediciones más baratas y de pequeño formato que permitían a los lectores cargar con ellas y leerlas en el tren. Wilkie Collins, cuyas novelas siguieron ese proceso de publicación que se iniciaba en el folletín, comprendió, quizá mejor que nadie, que este sistema de publicación requería ciertos mecanismos de técnica narrativa; verosimilitud, diálogos, capítulos cortos... y la creación de pequeños misterios secundarios que inquietaran al lector de manera que sintiera la "necesidad" de saber qué pasaría en la siguiente entrega de la novela. Había nacido el suspense, que, desde entonces, tanto ha aportado a la novela criminal y a la de terror y al cine, naturalmente. (En realidad, esto de mantener en vilo al lector ya lo inventó la novela bizantina, o sea, la maestría de Cervantes en el maravilloso Los trabajos de Persiles y Sigismunda).
La sotana negra (1881) es una de las novelas menos conocidas de Collins. Cátedra, en 2014, la ha incluido en su colección Letras universales en traducción y edición de Damiá Alou, autor también de la única edición española anterior de esta novela; la que con el título El hombre de negro publicó Ediciones del bronce en 1998.
La Compañía de Jesús, desde su sede en Roma, ha decidido recuperar las iglesias católicas que fueron expropiadas por Enrique VIII. Pero, naturalmente, no comprándoselas a sus actuales propietarios sino consiguiendo que éstos se las donen generosamente. De ello se ocupa el padre Benwell; uno de los malvados más malvados de la historia universal de la literatura, el cine y la televisión. Inteligente, sibilino y retorcido manipula todo y a todos en beneficio de su objetivo, que, en este caso, es adueñarse de la abadía de Vange, situada en la propiedad de Lewis Romayne.
Romayne, más bien pusilánime y de carácter cambiante, se encuentra muy afectado por una muerte en la que se ha visto involucrado. En su vida aparece, además de Benwell, Stella Eyrecourt, una joven bella y buena. Así, mientras el pérfido Benwell se ocupa de ganarse el espíritu de Romayne para conseguir que se convierta al catolicismo - como paso previo necesario a que done la abadía - y emplea para ello a un sacerdote joven y honrado - el padre Penrose -, Stella intenta ganarse el amor de Romayne y casarse con él. Stella y su amor por Lewis constituyen el principal obstáculo para que Benwell consiga lo que pretende. La madre de Stella, mujer de mundo, conoce bien la maldad y las armas de los sacerdotes católicos, pues ha vivido en carne propia cómo su familia ha perdido a su hija mayor desde el día en que decidió hacerse monja, y será la mejor aliada de Stella. Pero las Eyrecourt guardan un viejo secreto y Benwell conseguirá descubrirlo.
Fiel a la técnica del folletín, La sotana negra nos guarda continuos motivos de suspense, sorpresas y giros hasta desembocar en su parte final en una espiral de excesivos giros que parece un festival de fuegos artificiales a la mayor gloria de la maestría narrativa de Collins. La novela es una exhibición del dominio de su oficio de Wilkie Collins; todo encaja a la perfección y con naturalidad, la complejidad narrativa que, partiendo de un narrador omnisciente, permite la presencia de varias voces narrativas se resuelve con sencillez, los personajes principales están rodeados de pocos pero interesantes personajes secundarios, el lector participa del relato pues le es imposible permanecer impávido entre el amor de Stella y la maldad de Benwell... Nos gustará más o menos, nos parecerá mejor o peor novela, pero es indiscutible que La sotana negra es un prodigio de dominio de técnica narrativa.
Por otra parte, ésta es también una novela anticlerical - escrita en un país protestante a diferencia de otras de la misma época -; todo por la pasta, se deduce de ella que es el lema de la Iglesia Católica o, para ser más precisos, de los jesuitas. Pero no por ello es una novela maniquea, pues la creación literaria de la novela y sus personajes priman sobre lo ideológico. Una novela anticlerical que se inscribe en dos subgéneros de la novela realista decimonónica; la novela de sacerdote y la novela de adulterio. No hay exactamente adulterio en La sotana negra, pero sí bigamia (o no, descúbralo el lector) y el triángulo Benwell - Romayne - Stella bien se parece al clásico de una novela de adulterio. El recuerdo y la referencia a La Regenta, que Clarín publicó sólo tres años después, en 1884, de que apareciera La sotana negra, resulta inevitable para cualquier lector.
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