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Johann Wolfgang Goethe, Penas del joven Werther

Wilhelm Amberg, Leyendo el Werther de Goethe (1870).
Nuestras vidas no serían las mismas sin los descubrimientos de Isaac Newton, Marie Curie o el doctor Fleming. Es indudable. Indudablemente tampoco podrían ser las mismas sin Penélope, Celestina, Hamlet, Quijote o don Juan. Sin embargo, nos vemos obligados a explicar el valor o la necesidad de la Literatura cuando, en realidad, el ser humano es inconcebible sin ella. Personajes como los citados han determinado nuestra vida tanto como el descubrimiento de los antibióticos; han sintetizado caracteres humanos o han formado modelos imperecederos que no sólo se han integrado en nuestra cultura sino que han marcado nuestra personalidad y nuestro comportamiento. Buena prueba de ello es que se han lexicalizado; ser una celestina, o ser un lazarillo o ser un romeo... Uno de estos personajes que han cambiado el rumbo de la humanidad después de su aparición es Werther, la gran creación de Goethe (Frankfurt, 1749 - Weimar, 1832).
La emoción con la que las jóvenes del cuadro de Wilhelm Amberg leen Penas del joven Werther refleja bien el éxito de la novela de Goethe en su época; que fue tal que muchos jóvenes, con sufrimientos parecidos a los de Werther, se suicidaron tomando el ejemplo de nuestro protagonista. Al suicidio por imitación se le conoce como "efecto Werther".
Werther viaja al campo y allí, entre la naturaleza y sus habitantes - menosprecio de corte y alabanza de aldea - se siente feliz. Conoce a Carlota, de la que se enamora irresistiblemente, pero ella está comprometida con Alberto, quien está de viaje y cuando regresa resulta ser también un hombre admirable. Werther, siempre con sus textos de Homero bajo el brazo, cultiva, feliz, la amistad de la pareja. Pero sin causa aparente - sí, claro la pasión que siente por Carlota -, sin causa inmediata al menos, de un día para otro cambia el humor de Werther y decide entonces alejarse y trasladarse a Weimar. Pero al cabo de un tiempo vuelve y, ahora cargado con los textos de Ossian en lugar de los de Homero, el dolor de ver a Carlota y Albert casados le resulta insoportable. Más cuando ella le pide que deje de visitarlos con tanta frecuencia como lo hace. Se precipitará entonces el trágico y conocido final.
El género epistolar tuvo un amplio cultivo durante el siglo XVIII. De gran utilidad para la transmisión del pensamiento ilustrado, dejó obras como Cartas persas (1721) de Montesquieu, Julia o la nueva Eloísa (1761) de Rousseau, Cartas marruecas (1789) de José Cadalso o Cartas a Ponz (no publicadas hasta 1848) de Jovellanos. Pero también novelas como Las amistadas peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos. Goethe optó por el género epistolar para Penas del joven Werther; una breve intervención del autor, a modo de editor, al inicio del libro y otra más prolija al final, que nos permite conocer cómo acabó Werther, enmarcan las cartas que Werther envía a un amigo entre mayo de 1771 y diciembre de 1772. Goethe introduce en su novela una importante novedad; sólo recoge las cartas enviadas por un corresponsal, el joven Werther; nada sabemos de las respuestas de su amigo y corresponsal Guillermo. Se trata de una decisión brillante y acertada pues no perdemos sino que ganamos al tener de la historia un solo y subjetivo punto de vista; el relato gana en intensidad,  dramatismo, emoción, ritmo, identificación del lector con el protagonista... Y así Goethe nos presenta una novela indudablemente moderna.
Junto al acierto técnico de omitar las cartas de Guillermo, y de un estilo conciso que también contribuye a su modernidad, Goethe nos ofrece con Werther el perfecto manual del Romanticismo. Su novela es piedra capital del Sturm und Drag y nos deja ya los elementos que luego combinarán y desarrollarán los demás autores románticos; el héroe de nobles sentimientos que se enfrenta a la fatal adversidad y a su corazón desasosegado, la pasión amorosa, el final trágico... De todos ellos, quizá, el que Goethe elabora con más acierto es el de la identificación del estado de ánimo - cambiante, claro está - del protagonista con la naturaleza, con el paisaje.
Hoy Werther, el personaje, nos puede parecer un tanto exagerado y ridículo - como todos los románticos - e inconcebible que tal pasión no tenga una resolución - la que sea - sexual (que seguramente hubiera evitado el suicidio), pero es indudable que Werther, la novela, es una de las grandes obras maestras de la literatura.
Werther se publicó en Leipzig en 1774 - Goethe apenas tenía veinticinco años - y su éxito y difusión, que fue inmediato en Europa, no llegó a España hasta varias décadas más tarde. La primera edición española de Werther es de 1819 - antes se publicó una traducción al español en 1803 en París - y la primera traducida directamente del alemán es de 1835, pero la admiración por la novela y por su autor no llegó hasta la segunda mitad del XIX (el drama en cuatro actos El suicido de Werther, de Joaquín Dicenta, protagonizada por Rafael Calvo, se estrenó en el teatro de la Princesa - ahora María Guerrero - en 1888) que fue aun mayor en la primera mitad del XX multiplicándose las ediciones de la novela.

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