Nancy Johnstone, Un hotel en la Costa Brava
Postal publicada por los Johnstone. Vista desde la terraza del hotel. |
Resulta razonable que Miquel Berga, al editar el libro y publicarlo por primera vez en catalán (Tusquets, 2011) y castellano (Tusquets, 2013) haya decidido agrupar en uno los dos libros de Johnstone. Pero lo cierto es que el primero carece de especial interés, más allá del relato costumbrista, y el segundo lo tiene más a medida que avanzan sus páginas y se acercan las penurias de los últimos meses de la guerra. La verdad es que Un hotel en la Costa Brava tiene más valor como documento histórico que como obra literaria.
El libro de una visión un tanto peculiar de la guerra civil; la de una joven extranjera, de izquierdas, de espíritu aventurero y ánimo resuelto que, pudiendo regresar a Inglaterra, decide permanecer en Tossa durante el conflicto y colaborar con el International Solidarity Fund dando cobijo en su hotel a una colonia de niños aragoneses. Tossa es un pueblo pequeño y tranquilo alejado geográficamente del frente de batalla, en contraste con la Barcelona continuamente bombardeada por la aviación fascista. Lo más interesante de este libro es el análisis y la visión que la autora nos da de los pueblos; el catalán, el español, el inglés, el francés. Visión con la que quiere romper con los falsos tópicos que sus lectores británicos deben tener. La imagen que Johnstone da de catalanes y españoles es muy positiva. Y es también interesante la suave pero contundente crítica que a lo largo de toda la obra se hace del papel jugado durante la guerra por las democracias europeas, particularmente Inglaterra, abandonando a su suerte a la República Española. Cuando Nancy y Archie pasan tres meses en Inglaterra gestionando su futura colonia de niños refugiados, podemos leer:
El libro de una visión un tanto peculiar de la guerra civil; la de una joven extranjera, de izquierdas, de espíritu aventurero y ánimo resuelto que, pudiendo regresar a Inglaterra, decide permanecer en Tossa durante el conflicto y colaborar con el International Solidarity Fund dando cobijo en su hotel a una colonia de niños aragoneses. Tossa es un pueblo pequeño y tranquilo alejado geográficamente del frente de batalla, en contraste con la Barcelona continuamente bombardeada por la aviación fascista. Lo más interesante de este libro es el análisis y la visión que la autora nos da de los pueblos; el catalán, el español, el inglés, el francés. Visión con la que quiere romper con los falsos tópicos que sus lectores británicos deben tener. La imagen que Johnstone da de catalanes y españoles es muy positiva. Y es también interesante la suave pero contundente crítica que a lo largo de toda la obra se hace del papel jugado durante la guerra por las democracias europeas, particularmente Inglaterra, abandonando a su suerte a la República Española. Cuando Nancy y Archie pasan tres meses en Inglaterra gestionando su futura colonia de niños refugiados, podemos leer:
- ¿Cómo habéis escapado?En las páginas finales se critica con dureza la ineficacia francesa en la acogida de los refugiados españoles, que vivían en penosas condiciones. Pero se añade:
Ya cansaba explicar por enésima vez que habíamos cruzado la frontera en un tren normal y corriente que circulaba a diario; no nos habían robado el equipaje, ni nos había insultado nadie, ni nos había requisado la casa el gobierno, ni Franco la había ocupado. Sí, habíamos salido de España por voluntad propia y pensábamos volver. No, la guerra aún no había acabado.
A la gente con la que nos encontrábamos, sólo le interesaba saber lo que nos había pasado a nosotros. En Inglaterra, la guerra de España no le importaba a nadie. Tampoco les importaba la guerra de China. Tenían anestesiada la parte de sus mentes que podía reaccionar a la noticia de la matanza de mil personas en Cantón. Veían estas cosas porque se las ponían delante de los ojos en cada esquina, pero sus bien entrenadas mentes permanecían impermeables a lo que significaban. Y en el caso improbable de que la matanza de mil personas lograra atravesar la membrana protectora de sus cerebros, siempre podrían decir: 'Bueno, pero eran chinos, ¿no? Esa gente está acostumbrada a estas cosas, mira los terremotos y todo eso...'.
El caso es que España sólo era ligeramente distinto. España estaba más cerca que China. Los españoles, aunque no distaran mucho de los negros, no dejaban de ser europeos. Corría el vago temor de que, si podían bombardear Barcelona, pudieran también algún día bombardear Londres. Lo mejor, por tanto, era olvidar que bombardeaban Barcelona, porque eso nos recordaba nuestro propio peligro. Que la guerra de España acabara cuanto antes, ganase quien ganase. Lógicamente, acabaría antes si nadie oponía resistencia al avance de los fascistas. Luego neguémonos a creer que alguien opone resistencia. ¿Que tenemos escrúpulos por traicionar a un gobierno amigo y legítimo? Aplaquémoslos esgrimiendo la latente amenaza del terror rojo. Después de todo, alguna verdad debe de haber en todas esas historias de atrocidades que se cuentan. Si Franco fuera un caballero de verdad, ganaría la guerra en dos días y la perpleja clase media inglesa sabría por fin a qué atenerse.
Después de perder a dos amigos por expresar opiniones diametralmente opuesta a las suyas, me di cuenta de que era absurdo intentar penetrar la gruesa coraza con la que los británicos se protegían. Tenían todo el derecho a disimular sus secretos miedos con justificaciones tópicas y fáciles, como yo tenía todo el derecho a preferir vivir en España, donde los valores aún significaban algo. Así aprendí a sonreír amablemente, a contar 'historias divertidísiimas' sobre la ineficacia de los españoles, que era lo que esperaban oír y a no hablar de la eficacia de los pilotos alemanes e italianos".
La historia dirá sin duda que Francia mostró una actitud admirable hacia los refugiados precedentes de la Alemania nazi. Su reputación como país de acogida está muy por encima de la de otros países europeos. El papel desempeñado por Inglaterra, por ejemplo, fue patético. Los que dicen complacidos que Inglaterra acogió a cuatro mil niños vascos deberían recordar que Francia dio refugio a cincuenta mil".
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