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Wenguang Huang, El pequeño guardia rojo

El pequeño guardia rojo (2012; Libros del Asteroide, 2013) parecería, en su comienzo, una novela de fino humor negro si no fuera porque se trata de un libro de memorias.
Cuando Wenguang Huang (Xi'an, 1964) tenía nueve años, Abuela decidió que ya era muy mayor y que pronto moriría y solicitó a Padre que fuera preparando su entierro junto a la tumba de Abuelo en su lejana aldea natal. Nos parecerá trivial, pero en la China de Mao el enterramiento estaba prohibido y era obligatorio incinerar a los muertos. En las grandes ciudades, como Xi'an, la ley se cumplía a rajatabla.
Abuela había quedado viuda cuando Padre era muy pequeño, pasó muchas penurias y dedicó la vida a cuidar de su hijo. Ahora Padre se encontraba ante el dilema de ser un hijo piadoso que cumple la última voluntad de su madre o cumplir con la ley y con el Partido. Padre optó por cumplir los deseos de su madre.
No había duda de que lo que estábamos haciendo era ilegal ni de que cualquiera que nos ayudase cometería un delito".
Por eso Wenguang creció durmiendo junto al ataúd para Abuela que construyeron en secreto en casa. La primera parte de El pequeño guardia rojo - quizá un poco extensa - relata la peripecia de la organización del entierro de Abuela en los tres años siguientes a su petición hasta la muerte del presidente Mao en septiembre de 1976. Padre organiza y prepara el entierro, discutiendo con Madre, gastando buena parte del escaso presupuesto familiar, eligiendo cuidadosamente los parientes y amigos que han de colaborar para hacerlo posible. A partir de esta anécdota y a través de la familia Huang y su historia conocemos lo que supuso la Revolución Comunista, la presidencia de Mao, la Revolución Cultural; el choque entre las tradiciones y creencias de la China imperial y feudal anterior a 1949 y los preceptos comunistas destinados a romper con todas las tradiciones y a anteponer el Partido a la familia.
Apartar a todo un país de sus milenarias tradiciones de la noche a la mañana es algo muy difícil y la mejor prueba de ello era mi padre. Yo crecí en medio de esas contradicciones, una fusión de ideologías y creencias".
Abuela se crió en las viejas creencias y se mofa del gobierno, Padre vive en la contradicción pero es un buen miembro del Partido al tiempo que recomienda a sus hijos prudencia en política, no significarse, Wengunag ve y vive en casa cosas que contradicen lo que aprende en la escuela...
La segunda parte del libro se extiende desde la  muerte de Mao hasta la actualidad; el camino de apertura que ha llevado a China desde el maoísmo a la economía occidentalizada actual que ha originado una sociedad con valores muy distintos de los que se intentaba imponer en los años sesenta y setenta. Sin olvidar la política del hijo único, establecida en 1979,  y sus consecuencias.
Wenguang, gracias a sus sobresalientes en el colegio, tuvo la oportunidad de estudiar la secundaria en la Escuela de Lenguas Extranjeras. Estudiar en este internado del que volvía a casa los fines de semana le ofrecía un futuro trabajando como traductor al servicio del gobierno y le alejaba - para gran alivio de su padre - de tener que pasar una temporada en el campo como guardia rojo. En 1982 ingresó en la Universidad de Shanghai en la que estudió Literatura Inglesa. La apertura del país le permitió viajar a Inglaterra en 1984:
Mi mentalidad estaba lista para ajustarse a la diferencia entre percepción y realidad, pero yo no estaba preparado para mi primera visita a un supermercado, un Morrisons, en Leeds. Cuando era un niño, me habían dicho que China era rica y que debíamos sentir lástima por los pueblos pobres y oprimidos de Occidente. Sin embargo, cuando contemplé todos aquellos pasillos de productos envueltos en coloridos envases, vi tanta comida que me quedé petrificado. Había paquetes de pollo crudo ya troceado, ternera, cordero, cerdo, verduras de todas las clases y tamaños, bebidas en lata, botellas o cartones. En el pasillo destinado a los dulces y las galletas me quedé paralizado. Había de todas las formas, tamaños y colores. (...) En la nueva China, la gente no comía el pan integral, negro y seco, de los pobres. Nosotros nos podíamos permitir grandes panecillos blancos, pero necesitábamos ahorrar para ayudar a los pobres de Occidente. Cuando le escribí a Padre, le conté que allí el pan integral era más caro que el blanco porque lo consideraban mejor y más sano".
En 1989 se produjeron las revueltas de Tian'anmen. El 31 de diciembre de ese año murió Abuela. Poco más de un año antes, en octubre de 1988, había muerto Padre, víctima del cáncer. Wenguang tuvo la oportunidad de trasladarse a Estados Unidos para doctorarse. Desde entonces vive y trabaja como traductor y periodista en Chicago. No quiso regresar a casa y que Madre hipotecara su vida como Abuela había hipotecado la de Padre. Quiso dejar atrás su pasado. Sin embargo, y más desde la muerte de Madre en 2005,
A veces los recuerdos de mis padres me sacuden con tanta intensidad que me veo obligado a dejar lo que tengo entre manos y esperar que se vayan desvaneciendo. A veces me despierto porque he soñado que mantengo conversaciones con ellos, como si estuviesen vivos, y eso me llena de tristeza y culpabilidad.
El tiempo me ha convertido en una persona más condescendiente con lo absurdo de las circunstancias humanas. Eso me ha permitido reconsiderar los conflictos familiares pasados con la mesura que da la madurez. Mis reproches por la obsesión de Padre se han mitigado y he empezado a entenderlo. El ataúd, que encarnaba su devoción por Abuela, me parece ahora una fuerza cohesiva que unía estrechamente a toda la familia en la era Mao, pues nos proporcionaba un propósito común, la esperanza y el consuelo que tanto necesitábamos. El entierro tradicional de Abuela era un hecho tangible que podíamos llevar a cabo para expresar nuestra gratitud por haber sacrificado su vida por la familia Huang. Y lo que es más importante, el entierro de Abuela le permitía a Padre mantener un lazo con el pasado que el Partido pretendía borrar.
También he aceptado mis limitaciones y la inutilidad de mis esfuerzos por hacer todo lo posible para no parecerme a Padre y, de hecho, cada día me parezco más a él. (...) Cuando me miro al espejo, veo los reflejos de esa inevitabilidad genética en mi nariz, en las arrugas de mi cara y en mi mirada. Y cuando tengo que tomar una importante decisión en mi vida, he empezado a percibir que su invisible mano me guía".
El pequeño guardia rojo, primera obra de Wenguang Huang, es un libro humano, conmovedor y profundamente sincero. Por una parte nos ayuda a conocer y comprender la China moderna. Por otra, las grandezas y miserias cotidianas de la familia Huang - tan semejantes a las de tantas familias humildes de cualquier otro lugar del mundo, por ejemplo, España - nos ayudan a indagar y reflexionar - de manera universal - sobre las relaciones familiares, las relaciones entre padres e hijos, entre hermanos, la distinta visión que los hijos tienen de sus padres y de sus actos en la juventud y en la madurez, la triste vida de las familias bajo los gobiernos dictatoriales... Un buen libro. Otro acierto de Libros del Asteroide.

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