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Richard Ford, Canadá

Paul Krapf, Granja abandonada de Montana (2014).
Dell Parsons, un profesor al borde de la jubilación, rememora en 2011 el verano de 1960 cuando, a los quince años, su vida cambió para siempre. Lo hace con un relato sabiamente construido, lleno de matices sutiles, de ritmo pausado - como pausado es el paso del tiempo en las tierras de las praderas de Montana y Canadá en que se desarrolla la acción -, de hermosura y emotividad, de contención expresiva. Sin duda, Ford ha escrito Canadá (2012; Anagrama, 2013) con talento y maestría narrativa. Y, sin embargo, no le hubiera venido mal a la novela aligerar un poco sus páginas. Y su parsimonia.
En agosto de 1960, mientras el país vivía los momentos previos a la elección de Kennedy, Dell tenía quince años, bastante inocencia, una ilusión enorme porque llegara septiembre y las primeras clases en el instituto, una hermana melliza, y unos padres "normales" (ella era profesora y él, que había abandonado las Fuerzas Aéreas, era uno de esos hombres con los pies un poco lejos del suelo que va montando negocios perdedores). A finales de mes, de todo eso, sólo le quedaba buena parte de su inocencia y sus ganas de ir a clase y aprender. Los padres atracaron un banco y acabaron en la cárcel y la hermana huyó antes de acabar en un orfanato. Primera parte de la novela.
Una amiga de su madre llevó a Dell a Canadá antes de que las autoridades se hiciesen cargo de él. En Canadá vivirá al cargo de un hermano de dicha amiga. Este hombre, Arthur Remlinger, resultará de difícil carácter y dará a Dell un trato más frío del que podríamos esperar. Dell realizará diversos trabajos para él. A finales de octubre, se produjeron dos asesinatos de los que Dell fue testigo. Segunda parte de la novela.
Estas dos primeras partes ya se explican en el primer párrafo de la novela. Porque la finalidad del relato, al cabo de medio siglo, no es provocar ningún misterio, sino reflexionar calmadamente - con la perspectiva de la edad madura - sobre lo que ocurrió entonces, a partir, del ahora reciente, reencuentro de Dell con su hermana - tercera parte de la novela -, que le entrega el cuaderno con la reflexiones que su madre escribió en la cárcel. Se trata de comprender y entender a las personas y sus comportamientos, a conocer lo qué pasó y en qué tiempo y en qué escenarios. Y, por ello, el relato fluye en meandros de descripciones y reflexiones, de pasos adelante y atrás, anticipando acontecimientos, volviendo a matizar otros ya contados.
Son muchos los asuntos que se plantean en Canadá: la adolescencia y la familia desestructurada (que ya vimos en Incendios - en el mismo verano del 60 y en la misma ciudad de Great Falls, Montana -), la soledad y el desamparo, la relación entre las personas normales y el crimen, la función de los profesores y de la literatura, del paisaje y el paso del tiempo, de la sociedad norteamericana... Pero la cuestión fundamental de la que nos habla Ford es de la aceptación de la vida, de cómo debemos enfrentarnos a la vida para sobrevivirla. Por extensión, la cuestión es ¿Dell Parsons, cuya vida se derrumbó, siendo casi un niño, cuando sus padres decidieron atracar un banco en un pequeño pueblo, ha sido capaz de llevar una vida de la que se sienta feliz? La respuesta es sí; Dell supo aprender de aquellas semanas de 1960 y de los consejos que escuchó. Ha sabido aceptar la vida como viene, ha sabido comprender que siempre hay que estar dispuesto a perder algo para seguir adelante, que los planes no siempre salen bien, que a veces hay que causar problemas para que las cosas queden claras, que hay que mirar la vida de frente, que hay que saber ponerse en el lugar de los otros, que, normalmente, las cosas son como las vemos. Dell consiguió estudiar, ha sido profesor, es feliz con su mujer. Ha llevado una vida tan feliz como sencilla, aunque cargando siempre que lo que hizo y vio cuando tenía quince años.

A lo largo de todos estos años mi hábito de pensamiento da por hecho que toda situación en que se ve envuelto el ser humano  puede dar la vuelta. Todo lo que alguien me asegura que es verdad puede no serlo. Todo pilar de creencia sobre el que el mundo se sustenta puede estar y no estar a punto de saltar por los aires. La mayoría de las cosas no siguen mucho tiempo como están. Saber esto, sin embargo, no me ha hecho escéptico. El escepticismo es creer que el bien no es posible; y yo sé a ciencia cierta que el bien es. Yo lo que hago es no dar nada por sentado y tratar de estar preparado para el cambio que pronto ha de llegar.

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