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Natascha Wodin, Mi madre era de Mariúpol

Natascha Wodin con su padre y su
hermana junto a la tumba de su madre.
Cuando Yevguenia Iváschenko se suicidó en 1956, su hija Natascha tenía diez años. Natascha sabía de su madre que era de Mariúpol (Ucrania), a la orilla del mar de Azov, y poco más. Ni siquiera supo, durante mucho tiempo, que sus padres habían sido trabajadores esclavos en los campos de trabajo nazis. Pero, si el holocausto judío está ampliamente documentado, poco se sabe de los trabajadores de Europa del Este esclavizados en los campos alemanes.
Un buen día de 2013, una de sus rutinarias búsquedas del nombre de su madre en internet dio un inesperado resultado que llevó a Natascha a una plataforma de búsqueda de familiares. La inestimable ayuda que obtuvo desde esa plataforma le permitió desbrozar todo su árbol genealógico, a confirmar muchos recuerdos, más o menos difusos, de la infancia, a identificar a las personas que aparecían en las pocas fotografías familiares que conservaba y a encontrar respuesta a muchas de las dudas que siempre había tenido sobre la vida de su madre y, al mismo tiempo, abrir nuevas interrogantes, por ejemplo:

¿Cómo pudo mi madre odiar al poder soviético y al mismo tiempo querer a un padre y a un hermano que se habían puesto al servicio de ese poder?
Los avances en la investigación permitieron a Natascha Wodin, incluso, conocer y ponerse en contacto con algunos familiares vivos. Y así, recibió un inesperado tesoro: los diarios de su tía Lidia. No obstante, algunas cuestiones, importantes, quedan sin resolver:

No sé lo que movió a mi padre a abandonar Rusia y marcharse a Ucrania, no sé cuándo ni cómo se conocieron mis padres.

Mi madre era de Mariúpol (2017; Libros del Asteroide, 2019) se articula en cuatro partes. La primera centrada en la investigación y lo descubierto sobre los familiares de la autora, desde un tatarabuelo. La segunda recoge el contenido de los diarios de su tía, Lidia Iváschenko. La tercera nos habla de la vida en común de sus padres y de su paso por un campo de trabajos forzados cerca de Leipzig. Y, finalmente, la cuarta parte nos habla de la vida de la familia Wodin, los padres y las dos hermanas, en Fürth.
La de Yevguenia Iváschenko fue, sin duda, una vida de sufrimiento - como la de tantos millones de europeos del siglo XX - de la que su hija, a pesar de no poder llenar todas las lagunas, ha acabado sabiendo más de lo que ella misma supo. Natascha Wodin nos la cuenta en un relato ameno, profundamente honesto, en el que, junto a la interesante historia de toda su familia, aborda temas capitales de la historia europea del XX: la revolución soviética, la vida bajo el terror estalinista, la invasión alemana, los campos de trabajo rusos y los campos de trabajo alemanes para deportados de los países eslavos, la vida en la postguerra en la Alemania Federal - ese chica de origen ruso que comparte aulas con los hijos de los nazis derrotados en la guerra (asunto que Wodin aborda en su novela de 1997 Matrimonio), esos barrios para eslavos ("personas desplazadas") en la periferia... -.
Mi madre era de Mariúpol, un muy interesante libro de esa línea, o género, de la literatura actual que rememora la vida de los antepasados, es la cuarta de las cinco obras de Natascha Wodin - Natalja Nikolajewna Vdovina - (Fürth, Baviera, 1945) y la única publicada en España. Con el recuerdo de su madre, Wodin reivindica a los miles de ucranianos, polacos, búlgaros, rusos, etc. que fueron tratados como esclavos por el poder nazi y nos hace tomar conciencia de los millones de vidas que, en la Europa del siglo XX, han sido víctimas del horror y el totalitarismo, de los millones de personas cuyas vidas únicas e irrepetibles acabaron perdidas, faltas de libertad, humilladas, torturadas, asesinadas. Tantos millones de vidas derrochadas en guerras y campos de trabajo y exterminio que no pudieron desarrollarse plenamente. Una lección de horror que nunca debemos olvidar.

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