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Vicente Valero, Enfermos antiguos


Todas las enfermedades, las que hemos tenido y las que llegaremos a tener, no solamente son inevitables obstáculos que deben ser superados, sino también, muchas veces, alteraciones necesarias de nuestro organismo que nos permite seguir viviendo.

Vicente Valero tiene un don: su prosa exquisita. Escribe maravillosamente y leerle es un placer. Lo acreditan sus obras anteriores y también Enfermos antiguos (Periférica, 2020). Pero ninguna de ellas es tan magistral como Los extraños, y Enfermos imaginarios tampoco. La evocación y el recuerdo vuelven a ser, en Enfermos imaginarios,  el motivo en el que su prosa pausada de palabras precisas encaja como un guante. En esta ocasión Valero rememora la costumbre de visitar a familiares y amigos enfermos en la que, de niño, acompañaba a su madre. Son los tiempos, entre la infancia y la adolescencia, de la muerte del franquismo y la alborada de la democracia.
Paseos con la madre siguiendo el hábito de la abuela de visitar a los convalecientes, las tertulias y los dulces en sus casas, los médicos de cabecera que visitaban con su maletín, la Ibiza provinciana a la que empiezan a llegar turistas extranjeros y a la que regresan exiliados españoles, el colegio, los profesores y los amigos, los juegos en la calle, las primeras vivencias eróticas...
El libro es hermoso, como todo lo que escribe Valero, y su prosa envuelve al lector. Pero, a medida que avanza la lectura se va teniendo la sensación de que el autor se ha quedado en un ejercicio magnífico de bella escritura pero ha desaprovechado en gran medida las sugerencias que el tiempo externo - aquellos años setenta - y el personal - el fin de la infancia - le ofrecen para profundizar en ellos y escribir una gran novela.

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