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Donna Leon, Testamento mortal

Johann George von Dillis, Vista de la basílica de San Pedro en Roma (1817).
En la vigésima entrega de la serie protagonizada por el comisario Brunetti una mujer jubilada aparece muerta en su casa. La causa indudable es un paro cardíaco, pero ciertas pequeñas marcas en su cuerpo hacen sospechar a Brunetti que algún acto violento podría haber provocado el paro. La investigación nos llevará en esta ocasión a conocer cómo funciona una organización dedicada a dar protección a mujeres maltratadas. Con ella colaboraba la fallecida, que también dedicaba su tiempo a acompañar y dar conversación a los ancianos de una cara residencia.
Entre estos ancianos encontrará Brunetti el hilo del que tirar en su investigación para saber qué le paso a la señora Altavilla, la muerta.
La indefinición temporal que va adquiriendo la serie con el fin de evitar el envejecimiento de los personajes dota de atemporalidad al sustrato contextual - la sociedad italiana, los prejuicios hacia los italianos del sur, la burocracia, la corrupción política, el poder de la Iglesia - de manera que la crítica social, por suave que pueda ser en las formas, es cada vez más contundente pues no es puntual. Y esto resulta más patente en un caso como Testamento mortal (2011; Seix Barral, 2011) en que el foco de la crítica no se centra en un asunto o tema concreto.
Donna Leon maneja, una vez más, con maestría su maquinaria narrativa y el lector de Brunetti disfruta del comisario, de todos sus secundarios y de sus paseos por Venecia. Especialmente, en esta ocasión de la signorina Elettra y de su habilidad para obtener información informática.

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