martes, 28 de enero de 2020

José Luis Correa, Blue Christmas


El día en que iba a morir despuntó oscuro.

Con este homenaje a la muerte de Santiago Nasar comienza Blue Christmas (Alba, 2013), la sexta entrega de la serie protagonizada por el detective grancanario Ricardo Blanco. Al que conocimos en la tercera: Muerte de un violinista.
El Día de los Inocentes se encuentra el cadáver de una anciana en su casa. Resulta que el café que se había preparado estaba envenenado y unos pocos días después, al no haber resuelto todavía el caso, el inspector Álvarez, pone la información en manos de Blanco. De paso, pretende sacar a su amigo de la depresión y el abandono en que se encuentra desde que tres meses antes muriera su abuelo Colacho - no sólo por el dolor de su muerte, sino también por descubrir asuntos del pasado que desconocía -.

Pero pensar duele. Mucho. Por eso nos pasamos la vida ocupando nuestro tiempo en otras faenas.

La fallecida sufrió el machismo de su marido, un militar franquista, y ahora el abandono de sus hijos. Sobre éstos se centran las sospechas del asesinato, a pesar de que la mujer carecía de bienes.
En la investigación Blanco se meterá en líos peligrosos, toparemos con mafiosos, sabremos más de la vida personal de nuestro detective, de su colaboración con el inspector Álvarez... Se nos presenta un panorama de personajes - ya perdedores de nacimiento - llevados al naufragio por la crisis económica y que se mueven por las calles de Las Palmas arrastrando sus penas.
Y todo ello en un relato entretenido y ágil, trufado de humor e ironía y cierto sentimentalismo, liberado del estilo algo pretencioso que achacamos a Muerte de un violinista, que hace de Blue Christmas una lectura agradable y de Ricardo Blanco, gracias a la indagación en su intimidad que encontramos en esta novela, un detective que se merece que nos pongamos al día con sus casos. Habrá que empezar por el principio. Y nos muestra a Jose Luis Correa como un escritor honesto al que hay que seguir y leer.

lunes, 20 de enero de 2020

Álex Chico, Los cuerpos partidos

En ocasiones anteriores hemos hablado de libros que se hacen pasar, sin serlo, por novelas negras a la caza de lectores incautos. Algo semejante ocurre con Los cuerpos partidos (Candaya, 2019), que se nos presenta como una novela en torno a la figura del abuelo del autor pero no lo es. Y nos encontramos así ante la contradicción de haber sido engañados y, al mismo tiempo, disfrutar de un libro bien escrito.

Nunca le pregunté nada a mi abuela y, ahora que lo intento, sé que es demasiado tarde.

Se inscribe, pues, Los cuerpos partidos en esa línea de la literatura más reciente centrada en indagar en la vida de nuestros antepasados. Si la vida del abuelo de Sergio del Molino - Lo que a nadie le importa - tenía poco interés para quienes no somos sus nietos, la del abuelo de Alex Chico (Plasencia, 1980) carece de base para novelarla (es decir, el autor nació después de la muerte del abuelo y apenas guarda fotografías o documentos sobre los que reconstruir esa vida y tampoco puede valerse de los recuerdos de su abuela porque ésta sufre Alzheimer: reconoce sin reparo que casi no sabe nada - incluso equivoca su nombre - sobre su abuelo) y se convierte en pretexto para reflexionar sobre tantos cuestiones que surgen al pensar en quienes tuvieron - o tienen - que emigrar para buscar una vida mejor: el viaje en aquellos trenes, la añoranza de lo dejado atrás, la ilusión por lo por venir, las dificultades de la integración, la aceptación y el rechazo en el nuevo hogar, los problemas con el idioma, el deseo de volver y la decisión de no hacerlo, la creación de una nueva familia en el lugar de acogida mientras se mantiene en la distancia a la de siempre... Si Vicente Valero escribe una obra sublime - Los extraños - sobre sus antepasados, Alex Chico redacta un texto de prosa exquisita y reflexiones inteligentes continuamente trufado de citas y referencias a lo que otros escritores han dicho sobre los temas sobre los que Los cuerpos partidos reflexiona.

Toda clase de desplazamiento pone en marcha algún tipo de leyenda. Es difícil separar la memoria inventada, la fantasía que implica cada viaje, con lo que realmente sucedió.

Cuando la cosa ya no da para más en la reflexión sobre la emigración, quizá por justificar la beca concedida para escribir el libro, las paginas se alargan reflexionando ahora sobre prácticamente cualquier aspecto de la vida o sobre, por ejemplo, el lenguaje, o las peripecias del autor mientras escribía, o con un interesante pero desproporcionado capítulo, ahora que el abuelo ya no pinta nada en el libro, dedicado a la emigración  interior: los que llegaron a Barcelona y construyeron sus chabolas de noche (qué felices éramos con lo poco que teníamos en mitad del barro). A esto la cuarta de cubierta del libro (que antes lo ha definido como novela) lo llama "la narración se va ramificando hasta convertirse en una historia coral". Eso sí, sin abandonar nunca ni la buena prosa ni el exhibicionismo hasta el hartazgo a la hora de citar y referenciar libros leídos y películas vistas.
Los cuerpos partidos - entre la vida que se deja y la que nace en el lugar al que se llega - bien podría haberse titulado "Apuntes para una tesis doctoral sobre la emigración en el cine y la literatura". Pero, ya al final, nos enteramos que esto es una "novela de ensayo ficción". Toma ya.
Bueno; ficción no es, salvo que por ficción entendamos especulación. Desde luego, novela ni en pintura ni ninguna otra forma de narrativa literaria, ni siquiera la de autoficción tan de moda. Podemos quizá ampararnos en discursos sobre hibridismo genérico y renovación y tal y cual y ponernos muy cómodos en la torra de marfil. Pero en palabras sencillas podríamos decir que Los cuerpos partidos es un ensayo ligero. O un pastiche.
Y una tomadura de pelo, claro, porque esa es una manera suave de llamar a las últimas líneas de la contracubierta donde, sin ningún empacho ni respeto por el futuro lector y - que lo que importa es la guita - próximo comprador, se citan, como si fueran elogios a este libro, frases de la crítica de Javier Goñi en El País sobre un libro anterior del autor.

domingo, 12 de enero de 2020

Arnaldur Indridason, Invierno ártico

En Islandia en enero apenas hay dos horas de luz. En uno de esos oscuros días un chico de diez años aparece asesinado cerca de su casa a la vuelta del colegio.
En Invierno ártico (2005; RBA, 2012) acompañamos casi minuto a minuto la investigación de Erlendur y los suyos, participando en cada uno de sus avances, interrogatorios, dudas y decisiones. Esto nos permite vivirla de cerca, con intensidad y con el mismo desconcierto que los policías. Hasta la resolución final, tan rápida e imprevisible como propia de la vida real.
Que el muchacho asesinado sea hijo de islandés y tailandesa permite a Indridason plantearnos los problemas de la inmigración - la adaptación, las dificultades, el miedo, la aceptación por los locales... - y del racismo - el desprecio al otro, la criminalización del extranjero, los prejuicios y la hostilidad, las mentiras, los profesores racistas, el "Islandia para los islandeses"... -. Problemas, claro, no de Islandia sino universales. Nos resultan muy cercanos: es tan obvio y triste que no merece la pena incidir en ello.
Se mezcla en la investigación la de la desaparición durante las navidades de una mujer. Profundizamos en las difíciles relaciones familiares de Erlendur y en el recuerdo permanente de su hermano desaparecido en una tempestad cuando eran niños, asistimos a la muerte de Marion Briem - referente de Erlendur -, sabemos más sobre la vida familiar de Elínborg y de Sigurdur Oli... Es decir, Erlendur y los suyos van formando, como los protagonistas de otras series, parte de nuestros conocidos. De manera que el hosco Erlendur va ganando nuestro afecto como Wallander, Brunetti,  Beck, Longmire...
Invierno ártico es, quizás, al margen de la excepcional La mujer de verde, una de las mejores novelas de la serie - permite imaginar que lo serán más las siguientes y, por tanto, provoca interés por seguirlas - y otro buen ejemplo de la novela negra nórdica de procedimiento policial, que nos lleva, en esta ocasión, a reflexionar sobre el racismo en nuestra sociedad del siglo XXI. Pero también Invierno ártico nos habla sobre diversos aspectos de la condición humana: el dolor por la muerte de Marion, el conflicto matrimonial de Sigurdor Oli provocado por la indecisión ante adoptar un hijo o no, las dificultades de Elínborg para ocuparse de su hija, el carácter difícil de Erlendur marcado desde la infancia por la desaparición de su hermano... y, a propósito de temas colaterales de esta novela, la vida escolar, la inconsciencia adolescente, la pederastia, la actitud de los padres ante las acciones de sus hijos, la infidelidad...

sábado, 4 de enero de 2020

Benito Pérez Galdós, Nazarín

Nazario Zaharín, "Nazarín", natural de Miguelturra (Ciudad Real), sacerdote. A simple vista, un hombre de poco carácter, casi pusilánime. Pero, a medida que le conocemos, descubrimos que su apariencia débil no es más que la consecuencia de la fuerza de sus firmes convicciones interiores. Desapegado por completo de lo terrenal, su fe cristiana le lleva a un camino de perfección espiritual cuando pierde su humilde hogar en un incendio.

Todo lo que digo, lo hago, y no veo en ello mérito alguno.

Nazarín permite que se refugie en su casa Andara, una mala mujer que acaba de acuchillar a otra en una discusión. Ella, en su huída, acabará prendiendo fuego a la humilde habitación de Nazarín. Perseguido por la justicia por cómplice de Andara - al haberla permitido esconderse en su casa -, Nazarín decide, con espíritu franciscano, dedicarse a la mendicidad. Inicia así un viaje que, desde los humildes barrios del sur de Madrid, le llevará por Polvoranca, Móstoles, Villamantilla... A pesar de su resistencia, a Nazarín se le unirán en su peregrinar Andara y su amiga Beatriz, a modo de discípulas, que ven en él a un santo. Mientras Nazarín mantiene una actitud mística de alejamiento de lo terrenal marcada por la resignación cristiana, la humildad y la pobreza. Resulta inevitable el paralelismo entre el peregrinaje del manchego Nazario y el de su paisano don Quijote y entre su figura y la de Jesús de Nazaret - hasta en la oración final en el monte antes de ser detenido -.
Un ejemplo más de novela de sacerdote, tan propia del realismo decimonónico, que Galdós escribió ya a finales de siglo - 1895 - (entre las diversas ediciones de esta novela, seguimos la de 1984 de "El libro de bolsillo" de Alianza Editorial). Nazarín se encuadra entre las llamadas "novelas espirituales" de Pérez Galdós en las que el autor, anticlerical, manifiesta su cristianismo y reflexiona sobre la religión y la filosofía alejándoselo del naturalismo de sus novelas precedentes.
Un narrador omnisciente que maneja a su antojo el relato, con humor y dinamismo, convierte Nazarín en una agradable lectura.
Se cumple hoy el primer centenario de la muerte, en Madrid, de Benito Pérez Galdós, nacido en Las Palmas en 1843. A lo largo de este año se sucederán los homenajes al más importante de los escritores españoles del XIX.
Con la tecnología de Blogger.