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Mirko Sabatino, El verano muere joven

El verano de 1963 comenzó con la muerte de Juan XIII. Luego, en otoño, murió J. F. Kennedy. Dos hombres cuyos breves mandatos cambiaron el mundo.

Aquel año estábamos Mimmo, Damiano y yo. Sobre todo, nosotros.

Mimmo, Damiano y Primo, el narrador de El verano muere joven (2018; Sexto Piso, 2018), eran entonces tres amigos de doce años cuyas vidas cambiaron para siempre en aquel verano, en que, apenas adolescentes, se convirtieron de golpe - a golpes - en adultos. Primo lo rememora ahora, cuando un acontecimiento le hace volver al pueblo de Apulia en el que vivían en 1963.
Seis meses antes, al cumplir los doce años, su madre le entregó a Primo una carta que su padre dejó para él antes de morir. En ella le pide que cuide a su madre, a su abuela y a su hermana ahora que ya es el hombre de la casa. Desde entonces él siempre tiene presente la carta.
Mimmo es un chico más débil y dubitativo cuyo padre está ingresado en un manicomio y su madre empeñada en que él sea sacerdote. Damiano es un muchacho fuerte, valiente, de carácter seguro, cuya familia vive marcada por las habladurías que dicen que su madre es infiel a su padre.
La agresión que Mimmo sufre por unos chicos mayores lleva a estos tres amigos a firmar un pacto de sangre por el que juntos vengarán cualquier afrenta que sufra uno de ellos. Así lo harán.
Aunque el verano en un pequeño pueblo costero en la Italia de los sesenta pueda parecernos un escenario tranquilo, no lo será y los acontecimientos violentos y brutales rodearan a los tres amigos. Los tres, de una u otra manera huérfanos de padre, rodeados de mujeres fundamentales en su vida por mucho que la sociedad, católica y machista, de la época les reserve un segundo plano.
Mirko Sabatino (Foggia, 1978) ha escrito una excelente novela, de perfecta construcción in crescendo y estructura circular. Una historia dura, que no debemos desvelar, y que el lector no puede sospechar a partir del texto de la contracubierta y menos por la alegre imagen de jóvenes más veinteañeros que doceañeros de la cubierta. Unos personajes sugerentes y ricos, unos secundarios magníficos, que se mueven en un ambiente cerrado, ese pueblo caluroso en el que todo fluye soterrado. Un texto de palabras bien escogidas trufado de bellas e interesantes reflexiones:

Cuando estás solo las cosas te suceden solo a ti.
En teoría esta ley también debería valer para la felicidad, pero no se adapta a ella por culpa de esa palabra - solo - en torno a la cual la felicidad, por más que la coloques, tires de ella, la remetas, siempre deja arrugas.

El tiempo para estar con los hijos es siempre demasiado poco.

Ya había pasado el tiempo en que a cada pregunta le correspondía una respuesta.

Nuestra amistad también era aquello. Permanecer sentados durante una hora sobre el respaldo de un banco sin decir nada.

El diálogo es vida (...) Por eso no creáis nunca a los que dicen que solos están bien (...) Es necesario hablar con alguien; de otro modo ¿cómo podemos tener la certeza de estar vivos?

La juventud es la única etapa que de verdad cuenta en la vida de un hombre. Todo el resto, puf.

Entre otras.

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