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Eduard Palomares, No cerramos en agosto

Mirador del aeropuerto de El Prat.
Jordi Viassolo bien podría ser nuestro Julio Gálvez del siglo XXI.
Viassolo empezó Periodismo pero cambió de carrera y está acabando el grado de Investigación Privada porque quiere ser detective. En verano una importante agencia le contrata como becario - 250 euros, sin seguridad social - para crear un falso periódico digital de información económica y mantener abierta la oficina en agosto y recomendar a los posibles clientes que vuelvan en septiembre. Sin embargo, Jordi se interesa por un cliente cuya mujer ha desaparecido y acepta el caso contraviniendo las órdenes de su jefa. Bajo la evidencia de que la mujer se ha fugado con su amante, acabará apareciendo un turbio asunto de especulación inmobiliaria y un cadáver. Jordi contará con la colaboración de un detective de la agencia, un tipo duro de "la vieja escuela" que le aleccionará en la profesión y guiará sus pasos, forzará que la agencia deba ocuparse del caso, seguirá investigando durante meses sin contrato y descubriendo asuntos cada vez más peligrosos...
Eduard Palomares (Barcelona, 1980), periodista, debuta entroncando su entretenida No cerramos en agosto (Libros del Asteroide, 2019) con la mejor novela negra española, la de los años ochenta. Estilo sencillo y dinámico, sentido del humor, denuncia de realidades sociales (la precariedad laboral de los jóvenes, la masificación turística de Barcelona, la especulación inmobiliaria, el problema de los alquileres...) - si bien en Palomares se trata más de una denuncia descriptiva que crítica -, un protagonista tímido pero parlanchín e intrépido, aunque no dotado para la heroicidad, algo torpe en su relación con las chicas.
Palomares, como en su día Jorge Martínez Reverte - Demasiado para Gálvez (1979) - y Juan Madrid - Beso de amigo (1980) -, parte de su trabajo periodístico para llegar a la novela y, con la libertad de la literatura, hablarnos de la relación entre el crimen y la especulación inmobiliaria. El protagonismo de la ciudad, Barcelona, sus distintos barrios y el contraste social entre ellos, los bares tradicionales de la Barceloneta, y las referencias a circunstancias políticas cercanas - cierto célebre caso de espionaje en un restaurante -, etc. vinculan esta novela con Vázquez Montalbán. El relato en primera persona de Jordi Viassolo que nos cuenta sin complejos y con humor sus torpezas y peripecias, los rasgos de su personalidad y comportamiento, su simpatía y optimismo, su capacidad para meterse en líos que le vienen grandes y su relación con las mujeres a las que no conquista pero le protegen - Layla, la profesora del gimnasio -, recuerdan, inevitablemente, como decimos, al Julio Gálvez de Jorge Martínez Reverte, uno de los protagonistas principales de nuestra mejor novela criminal.
Viassolo, que vive con sus padres y comenta los avatares y descubrimientos de su trabajo con sus amigos veinteañeros mientras beben alcohol barato en los bares cutres que les permite su presupuesto, que le gustaría ligar más y mejor, que nos pasea por su ciudad y nos muestra el modo de vida de los jóvenes de hoy, que es lector adicto de novela policiaca, que integra internet y las redes sociales en su investigación, que nos presenta interesantes personajes que pueden dar mucho juego en el futuro - su jefa, su compañero y contrapunto Recasens -, que aspira a ser detective, puede ser uno de los más interesantes detectives de la novela negra española si su autor, Eduard Palomares, decide continuar con sus aventuras (como lectores, lo deseamos). Cuenta para ello con la mejor garantía; está en las serias, sabias e inteligentes manos de Libros del Asteroide.
Más Viassolo, por favor.

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