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Edward Bunker, Perro come perro

Los Ángeles, c. 1995.

La autojustificación es lo único que una persona necesita para hacer cualquier cosa.

Troy Cameron disparó a su padre harto de verle pegar a su madre. Inició así su carrera delictiva a los doce años. Su origen social - blanco e hijo de la clase media - le distinguió siempre del perfil de la población carcelaria con la que convivió desde el reformatorio hasta San Quintín: era un chico culto que hablaba correctamente. Y le llevó también a aprovechar el tiempo en prisión para leer y formarse. También en eso fue distinto. Pero supo ser aceptado por los demás y adaptarse con inteligencia al mundo de la cárcel.

Si la burguesía le había dado la espalda, los bajos fondos le acogieron.

Perro come perro (1996; Sajalín, 2010) se inicia con unos capítulos brutales que nos cuentan el paso de Troy por el reformatorio en 1981, donde conoció a Diesel y a Mad Dog, y nos narran las biografías de ellos tres. Ahora estamos en 1994, se acaba de aprobar la "ley de los tres delitos" y Troy sale en libertad condicional con el único propósito de dar el golpe definitivo que le permita salir de California, retirarse y vivir de las rentas. Ha aceptado una propuesta: robar a un grupo de traficantes (con la ventaja de que no denunciarán el robo). Para hacerlo llama a Diesel y Mad Dog, que le adoran desde que se conocieron (le reconocen superior a ellos).
Adelante. A disfrutar de una dura novela. Como sabemos, Edward Bunker conoce mejor que nadie el mundo delincuencial, su funcionamiento y sus códigos, pues perteneció a él. Por eso en Perro como perro, como en sus otras novelas, describe con precisión de cirujano a todo tipo de delincuentes californianos - mafiosos, traficantes, drogatas, psicópatas, asesinos, negros, mexicanos... - y de policías o agentes del orden, y todo tipo de ambientes del hampa y los bajos fondos - los barrios deprimidos, la miseria y la mendicidad, los garitos de mala muerte y de prostitución, cárceles, comisarías... -. La misma precisión y crudeza que emplea para presentarnos las relaciones entre los personajes en un mundo en el que siempre prima el interés individual. Y para golpear con contundencia el sistema social y político.

Durante su juventud, los ricos conducían un Cadillac y los pobres un Ford. Ahora, los ricos circulaban en limusina y los pobres empujaban carritos de la compra.

Un sistema, Troy puede comprobarlo bien pues vuelve a la calle al cabo de varios años sin pisarla, que cada vez aleja más a los ricos de los pobres, que es cada día más hostil, en el que los delincuentes han perdido los códigos y ahora los jóvenes negros de las bandas ganan prestigio cuanto más disparan y matan sin motivo, unas cárceles que lejos de reinsertar fabrican monstruos... Y la nueva ley de los tres delitos; cualquiera que ya haya cometido dos delitos (posesión de marihuana y hurto, por ejemplo) será condenado a cadena perpetua al cometer un tercero. La intención es sacar de las calles a los delincuentes más peligrosos. La consecuencia que, puestos a acabar con la perpetua ¿qué más da robar un coche que matar a dos policías?. Un mundo en el que en muchas ocasiones es preferible vivir en prisión - a riesgo de ser rajado por alguien que piensa que le has mirado mal o golpeado caprichosamente por los guardianes - que vivir en libertad.

Si lo trincaban, no entraría en la cárcel con aspecto de vagabundo.

La vida de cualquier persona "corriente" puede dar un vuelco súbito en el momento más inesperado por cualquier circunstancia azarosa. Más la de un delincuente que vive siempre al límite. Troy, que se ha cuidado de no matar a nadie, no será ajeno a estos caprichos de la vida. Así que las cosas se torcerán de la manera más tonta cuando nadie podría imaginarlo. Y el lector lo lamentará, porque le ha cogido simpatía a Troy.

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