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José María Merino, El río del Edén

Tere y Daniel, jóvenes universitarios, acamparon unos días de verano - nuestro viaje de novios, decía él - junto a la laguna donde, según cuenta la leyenda, está sumergido el tesoro del conde don Julián. Solos en aquel paraje idílico, se sintieron en el Edén. Pero la vida en el Edén, bien lo saben Adán y Eva, no es eterna. La vida, más bien, se parece a los laberintos, los mandalas, que a Tere le gusta dibujar (y que Merino dibujó para encabezar cada capítulo). Y en el laberinto del amor aparecen las traiciones, los celos, las venganzas, los perdones, las bodas, los hijos...
Ahora Daniel camina hacia la misma laguna junto a su hijo Silvio; quiere cumplir el deseo de Tere de que sus cenizas reposen en la laguna. Tere ha fallecido unos meses después de sufrir un accidente de tráfico. Silvio, que está entrando en la adolescencia, es un chico con síndrome down; su discapacidad nunca fue bien aceptada por Daniel, pero, tras el accidente de Tere, la relación entre padre e hijo ha cambiado.
Hace unos semanas - El año del hambre - hablábamos de la importancia de elegir el tiempo verbal y la perspectiva narrativa idóneos para cada relato. Es evidente que el gran acierto de El río del Edén - lo que hace de ella una novela excelente - es la segunda persona narrativa con la que José María Merino decidió que Daniel converse consigo mismo. Mientras camina con Silvio, sin dejar de asombrarse por cuanto dice el chico, Daniel mantiene un diálogo íntimo - en el que la segunda persona sumerge por completo al lector - que nos permite conocer, desde la sinceridad de la reflexión interior, la historia de amor, jalonada de encuentros y desencuentros, que durante tantos años le unió con Tere. El lector a veces comprende a Daniel y ve egoísta a Tere, otras piensa que entiende a Tere y ve insensible a Daniel...
Junto a la segunda persona narrativa, acierta también Merino en la estructura de la novela, cuyo ritmo sosegado, el propio de la reflexión íntima y del paseo por el campo, no impide que el relato nos guarde en cada recodo una sorpresa, una nueva intriga, un nuevo giro que nos mantendrá siempre pendientes y cuya resolución nos resultará inesperada en más de una ocasión.
Unamos a ello la sencillez con la que una acción mínima que transcurre en veinticuatro horas sirve de urdimbre sobre la que se tejen asuntos profundamente humanos, llenos de verdad, (creemos ser sinceros, pero se nos malentiende, creemos tener razón, pero no nos esforzamos lo suficiente por comprender al otro, las cosas se tuercen aunque no queremos que así sea, los paraísos se marchitan con el tiempo ante nuestra mirada triste...). El amor, la complejidad de las relaciones, la asunción de tener un hijo con síndrome down, la manera de ver el mundo por un chico down... temas que fluyen al mismo tiempo en El río del Edén y en la conciencia del lector gracias al intimismo de la segunda persona narrativa.
Y unamos también la sencillez del estilo exquisitamente cuidado que busca siempre la palabra precisa creando una prosa clara y concisa que, como el paisaje de la novela, desprende un fragante aroma que recuerda a la prosa no menos admirable de Delibes. La suma de todo ello; esta excelente novela que es El río del Edén.
Jose María Merino (La Coruña, 1941) es uno de los más importantes y consagrados narradores de la literatura española de las últimas décadas. Desde La novela de Andrés Choz (1976), su primera novela, su amplia carrera, en la que ha cultivado variados géneros, está jalonada de prestigiosos premios.

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