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Friedrich Christian Delius, El paseo de Rostock a Siracusa

Klaus Müller en 1988.
Johan Gottfried Seume fue un escritor romántico alemán que en 1801 realizó un viaje de nueve meses hasta Siracusa que describió en Paseo a Siracusa en el año 1802.
El camarero Klaus Müller, admirador de Seume, decidió definitivamente emular aquel viaje en el verano de 1981. La empresa no era fácil, pues vivía en la República Democrática de Alemania. ¿Cómo, legal o ilegalmente, cruzar su frontera para viajar a occidente?, ¿cómo volver a cruzarla para regresar a casa, pues su intención no era en absoluto huir de la RDA?.
La aventura de Müller la recrea Friedrich Christian Delius en El paseo de Rostock a Siracusa (1995; Sajalín, 2010). Una breve novela, de esas que solemos considerar joyitas - inesperada -, cuyo narrador externo con un estilo sencillo y ameno y un relato objetivo nos cuenta las peripecias de Paul Gompitz - el alter ego literario de Müller -. Gompitz trabaja de camarero en las turísticas islas del mar Báltico, lo que le permite ganar lo suficiente como para descansar en invierno y las propinas le permiten ahorrar un pequeño tesoro de marcos de la República Federal. Aunque en la RDA se vive en el miedo y la sospecha constante de que la Stasi todo lo ve y lo escucha, de que cualquiera puede ser un espía, Gompitz es feliz en su país y desea vivir en él. Pero también quiere viajar, lo que está prácticamente prohibido a los alemanes del este. Y tiene además el sueño de seguir los pasos del viaje de Seume. Cuando toma la decisión de cumplirlo, inicia una serie de preparativos minuciosos para lograrlo; hace todo lo posible por salir del país con un permiso legal (pero a la RFA no se puede viajar por turismo, sólo por matrimonio o fallecimiento de un familiar, o si éste cumple setenta y cinco años), compra un pequeño velero y aprende todo lo aprendible sobre navegación y sobre clima, corrientes y vigilancia del Báltico, cultiva una relación epistolar con una prima segunda de Solingen, viaja a Praga (sólo a Checoslovaquia se podía viajar libremente) con el fin de encontrar alemanes occidentales que puedan pasar su dinero a occidente, pero o le miran con recelo y desprecio o le envidian por vivir en un maravilloso país socialista en el que el gobierno está en manos de los obreros y

no comprenden que él sólo quiere una cosa que para ellos es natural, viajar.

No encontrará en Praga a quien confiar su dinero, pero, con esa intención lo sacó del escondite donde lo tenía guardado en un bosque cerca de Rostock de manera que durante años tuvo sus cuatro mil marcos occidentales enterrados en un parque infantil de Praga - es imposible que en un país socialista renueven los columpios y los bancos de un parque; el dinero no estará en peligro hasta que pueda pasarlo occidente -. Estudia las leyes con detalle a fin de asegurar que su salida del país signifique el delito más leve. Toma todas las precauciones y redacta las cartas necesarias para dejar claro, cuando llegue el momento, que no quiere huir sino volver. Por fin, siete años más tarde, la noche del 8 de junio de 1988, Gompitz navega por el Báltico, atraviesa sin incidentes las aguas de la RDA y llega a Dinamarca.
Una vez en occidente, Gompitz, lógicamente, se sorprenderá en algunas ocasiones. En el bufé del desayuno de los hoteles los clientes pueden consumir cuanto quieran; acaba comprendiendo que eso es más barato que tener tantos empleados como los que trabajan en los hoteles de la RDA. Encadena varios trabajos de camarero a fin de ganar un dinero que le ayude en su viaje y

a diferencia de lo que ocurría en la RDA, donde siempre ha coincido con personas interesantes que han sido retiradas o expulsadas de sus carreras oficiales y que sirven de camareros o friegan platos en la costa, filósofos, literatos, incluso expertos en el antiguo Egipto, aquí no encuentra a ningún compañero con un poco de formación y sensibilidad.

Gompitz había previsto que su viaje hasta Siracusa y de vuelta a casa durase un año, pero, preocupado por su mujer, decide acortarlo y el 19 de octubre cruza de nuevo la frontera de su país y, naturalmente es detenido e interrogado.

- Ya, ¿y cuándo se propone ir a Gran Bretaña?
- Pensaba ir a los cincuenta, en el verano de 1991.
- Ah, bueno - comenta el jefe, y con un gesto da el tema por zanjado - entonces no tiene de qué preocuparse. ¡Entonces ya se podrá!

A pesar de que la novela carece de intriga - sabemos que Gompitz realizará el viaje - el eficaz relato consigue que acompañemos al protagonista en cada uno de los días de los siete largos años en que se ocupa de alcanzar su pequeño sueño con la emoción con que le seguiríamos en una novela de suspense.
Un año después de la aventura de Müller-Gompitz caería el muro de Berlín, se produciría luego la reunificación alemana y se acabaría el mundo en el que crecimos y en el que, seguramente, en ambos lados del muro idealizábamos la vida al otro lado. Delius nos deja una novelita brillante, una aventura que, en nuestra Europa sin fronteras, nos resulta casi absurda y nos regresa a un tiempo que vivimos y, sin embargo, queda ya lejano del actual.

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