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Jack London, La llamada de lo salvaje

La llamada de lo salvaje (1903) es un buen ejemplo de esa estupenda literatura de aventuras que a lo largo del siglo XX convirtió a tantos adolescentes en buenos lectores, pero que hoy ha perdido gran parte de su fuerza. Siguen siendo buenas novelas, pero no tienen ya, en este mundo de otros ritmos y técnicas narrativas, el poder de atracción que tuvieron. No es tan extraño; también excelentes películas de hace tres o cuatro décadas nos resultan hoy no ya lentas sino un tanto antiguas.
Buck, mezcla de san bernardo y collie, es un perro que lleva una vida tan acomodada y feliz como la de la familia a la que pertenece, en California, hasta el día en que es robado y luego vendido. Son los tiempos de la fiebre del oro y Buck se convertirá en perro de trineo. Buck demostrará siempre su capacidad de adaptación, su carácter excepcional y su condición de líder. Poco a poco se adaptará a sus nueva vida y a los distintos amos por cuyas manos pasa. Al mismo tiempo, se van despertando en él los instintos salvajes adormecidos por varias generaciones de perros domésticos; hasta el punto de que cada vez es más fuerte la llamada de la naturaleza que le va llevando a alejarse de la civilización humana.
Paradójicamente, sin embargo, el comportamiento, el razonamiento y los sentimientos de Buck, y de los demás perros de la novela, están tan personificados por el narrador omnisciente que bien podríamos buscar en su lectura un trasfondo alegórico. Pero no trata La llamada de lo salvaje de enaltecer la vida natural frente a la barbarie de la civilización. Tampoco - estas estupideces son más modernas - de exaltar la nobleza animal frente a la perversidad humana: encontramos en ella perros y hombres nobles y perros y hombres despreciables. Para colmo, la ideología - digamos solidaria - que podemos deducir cuando Buck es secuestrado y maltratado resulta contradictoria con la ideología - digamos individualista - que nos propone el final de la novela. Simplemente explota el filón de la sensiblería con los animalitos, que nunca falla, y la tópica asociación entre naturaleza y libertad, que tampoco falla.
Jack London (San Francisco, 1876 - Glen Ellen, 1916), autor de novelas de gran éxito y popularidad, viajó hacia Alaska por la ruta de la fiebre del oro unos años antes de escribir La llamada de lo salvaje. Del viaje volvió enfermo y se dedicó a escribir novelas ambientadas en ese entorno que había conocido bien. Reino de Cordelia acaba de iniciar la publicación de la obra completa de London en tres volúmenes.
La edición española más antigua de esta novela es de 1939. Y, tras otra de 1951, a partir de 1970 La llamada de lo salvaje ha sido profusamente editada. La edición de 2004 de El País incluye el interesante relato breve Finis; un hombre enfermo de escorbuto, rodeado de frío y hambre, vislumbra su salvación en matar a los dueños de un trineo para robárselo y huir al sur, al sol y a la civilización. Pero las cosas suelen resultar más complicadas de como las planeamos, incluso el día de Navidad.

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