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Ralf Rothmann, Morir en primavera

En febrero de 1945 todo el mundo desea que los americanos avancen más rápido que los rusos y que la guerra acabe pronto, aunque, naturalmente, nadie lo dice en voz alta. Walter y Fiete son dos amigos de diecisiete años que han encontrado trabajo ordeñando vacas en una granja. Ellos también desean que la guerra acabe, pero un día son obligados a alistarse en las Wafen-SS. Tras las breves semanas de instrucción, son enviados al frente húngaro; Fiete irá a primera línea y Walter, que ha sacado el carnet durante la instrucción, servirá como conductor. Mientras Walter, más tranquilo y juicioso, intenta sobrevivir al poco tiempo que quede de guerra, Fiete, inteligente, inquieto, amante de la poesía, pero imprudente, pensará siempre en desertar y volver a casa. ¿De qué sirve ser listo si eres imprudente?, le dirá uno de los personajes a Walter respecto a Fiete. Fiete desertará, será detenido y condenado. Walter, en cambio, conseguirá acabar la guerra disparando un solo tiro. Pero será un tiro trascendente (del que aquí no debemos hablar, aunque nos muramos de ganas de hacerlo). Walter, tras la guerra, trabajará en las minas de la cuenca del Ruhr y morirá a finales de los años ochenta. Poco antes, tras tantos años de silencio casi absoluto, impelido por su hijo a contar lo que vivió en la primavera del 45, le respondía: "¿Para qué? ¿No te lo he contado ya? El escritor eres tú".
Hoy, ya lo hemos comentado en otras ocasiones, la literatura sobre la guerra es antibelicista y se "complace" en mostrarnos los horrores de la guerra. Morir en primavera lo hace con un estilo muy cuidado y, a la vez, muy sencillo. La historia de estos dos muchachos - la literatura antibelicista - no necesita retoricismos para conmovernos; la sencillez, el relato desnudo, los personajes vulnerables son, lógicamente, más eficaces.
Aunque hoy haya renunciado al canto épico de los héroes guerreros, la novela bélica es, en si misma, novela de aventuras - las inevitables vicisitudes que sufren los soldados -, novela de aprendizaje - el curso forzoso y acelerado sobre la vida que los jóvenes enviados al frente reciben (tanto sobre lo trascendente, la muerte y sus horrores, como sobre lo mundano, los primeros escarceos sexuales con los que sus piadosas novias les despiden sin saber si volverán a verlos algún día) -, y novela de viajes - los propios de los movimientos de las tropas o, por ejemplo, el que durante un permiso Walter realiza en moto recorriendo los cementerios del frente intentando encontrar la tumba de su padre caído unas semanas antes -.
Como sabemos, el nazismo y la barbarie que generó provocaron en Alemania un sentimiento de culpa colectiva que heredaron los hijos y nietos de los que vivieron aquellos tiempos. Hace unos años, en 2008, El lector, de Bernhard Schlink, entre otros asuntos interesantes sobre los que reflexionar, nos trajo la cuestión de esta preocupación. Es un asunto muy serio, y como demuestra Morir en primavera (2015; Libros del Asteroide, 2016), plenamente vivo.
El silencio, el miedo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la verdad.
Morir en primavera es la única novela de Ralf Rothmann (Schleswig, 1953) que, además de entroncar con la preocupación por el silencio y la culpa, bien nos recuerda también la temprana novela, de contenido autobiográfico, de Manfred Gregor El puente (1958), llevada magistralmente al cine un año más tarde por Bernhard Wicki. El puente y Morir en primavera, con sus frágiles adolescentes reclutados en el último minuto, nos hablan del mayor horror de la guerra; la de tantas vidas de jóvenes muchachos truncadas en la flor de la juventud, las de tantas vidas, apenas iniciadas, que nunca serán.

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