Giorgio Fontana, Muerte de un hombre feliz
El magistrado Francesco Coco, asesinado en 1976. |
Quieren hacer la revolución, pero lo único que han conseguido es matar gente".Giacomo Colnaghi, de treinta y siete años, padre de dos niños, católico, de origen humilde, aficionado al fútbol - interista - y al ciclismo, vive en Saronno, a las afueras de Milán, es magistrado (fiscal) en el Palacio de Justicia de Milán y se ocupa de la lucha antiterrorista. El trabajo absorbe su tiempo y él desatiende a su familia; se ha visto obligado a alquilar un piso en la capital y sólo vuelve a casa los fines de semana. Su mujer le necesita, pero hay cosas, como le dice su madre, que los hombres no entienden; por ejemplo, la espera inquieta e insomne de las mujeres aguardando la llegada del marido o del hijo que se retrasan al regresar a casa.
Colnaghi tiene siempre presente a su padre - guarda una nota suya en la cartera -, que murió cuando él apenas tenía unos meses, en 1944; un joven feliz que quería por encima de todo a su mujer y sus hijos, que simpatizó con el comunismo, se hizo partisano durante la ocupación alemana y acabó siendo detenido y ejecutado por los fascistas.
Es el verano de 1981. Las Brigadas Rojas y otras organizaciones de izquierda matan por entonces decenas de personas cada año. A esas víctimas hay que añadir las del terrorismo fascista (el atentado en la estación de Bolonia en agosto del año anterior). Colnaghi no tiene escolta - no quiere tenerla - pero sabe que cualquier día él, o cualquier otro magistrado, puede ser objetivo de un atentado. Como los son el médico de ideología derechista cuyo asesinato investiga Colnaghi o profesores de universidad como Guido Galli, asesinado en 1980 a la puerta del aula en la que acababa de dar clase (inevitable recordar a Ernest Lluch o a Francisco Tomás y Valiente). Sabe también que la venganza y el odio no serán nunca el camino para acabar con la violencia; la violencia y la venganza sólo pueden crear un espiral infinita. ¿Cómo conseguir el diálogo y el perdón?, ¿cómo conseguir comprender las "razones" de los que matan, que son personas que pueden tener el mismo origen o los mismos estudios que uno mismo y, sin embargo, se han convertido en asesinos y "están convencidos de que son buenos"?, ¿sólo comprendiendo esas razones podrá acabarse con el terrorismo?, ¿cómo debe ejercerse la justicia?...
Muerte de un hombre feliz (2014; Libros del Asteroide, 2016) narra la muerte de una persona normal y corriente, con una vida sencilla y vulgar, la de un hombre ocupado con su trabajo - cuyas circunstancias le han puesto en el punto de mira -, amante de su familia, al que le gusta pasear y charlar con los amigos, religioso y de ideas progresistas, siempre fiel al recuerdo del padre al que no conoció. Frente a la retórica de la "lucha armada", Muerte de un hombre feliz nos sitúa ante la sinrazón del terrorismo sin discursos, simplemente - la vida real ya nos ha enseñado que es la manera más eficaz - mostrándonos la biografía de una vida truncada. Nada puede justificar el asesinato.
Un par de tiros y en un momento una vida se acaba; tantas cosas por hacer y por decir, unos hijos que quedan sin padre demasiado pequeños, una mujer viuda, unos amigos huérfanos, una madre condenada a revivir con la muerte de su hijo el dolor de la muerte de su marido... Una vida feliz, como cualquier otra, que acaba tan abrupta como injustamente. Hubo un tiempo en que la sociedad fue más "comprensiva" que hoy con el terrorismo; los muertos, al fin y al cabo, no eran personas con una vida como la de los demás, eran esbirros del Estado (malvado y opresor por naturaleza). El terrorismo, entonces, formaba parte del paisaje. Pero Giacomo Colnaghi lo tiene claro; los terroristas no son partisanos. Por eso, Muerte de un hombre feliz nos ayuda, a través de un relato tan sencillo como muy bien construido y sin reflexiones autoriales a comprender que el terrorismo nunca nos trajo un mundo más feliz y nunca lo hará; en una democracia nunca se construirá un mundo mejor sobre los cadáveres de hombres felices - o no tanto - que, cualquiera que sea su ideología o su profesión, son inocentes.
Giorgio Fontana (Saronno, 1981) ha escrito, siendo un autor muy joven, una novela excelente y muy madura, sencilla en la superficie pero plena de sugerencias y lecturas entre sus líneas; el marco histórico, la reflexión sobre la justicia y sobre el terrorismo, la vida privada de Colnaghi, la relación de Colnaghi con su padre y con su hijo... Muerte de un hombre feliz nos anima a esperar con interés las otras - por ahora cuatro - novelas de Fontana.
Muerte de un hombre feliz (2014; Libros del Asteroide, 2016) narra la muerte de una persona normal y corriente, con una vida sencilla y vulgar, la de un hombre ocupado con su trabajo - cuyas circunstancias le han puesto en el punto de mira -, amante de su familia, al que le gusta pasear y charlar con los amigos, religioso y de ideas progresistas, siempre fiel al recuerdo del padre al que no conoció. Frente a la retórica de la "lucha armada", Muerte de un hombre feliz nos sitúa ante la sinrazón del terrorismo sin discursos, simplemente - la vida real ya nos ha enseñado que es la manera más eficaz - mostrándonos la biografía de una vida truncada. Nada puede justificar el asesinato.
Un par de tiros y en un momento una vida se acaba; tantas cosas por hacer y por decir, unos hijos que quedan sin padre demasiado pequeños, una mujer viuda, unos amigos huérfanos, una madre condenada a revivir con la muerte de su hijo el dolor de la muerte de su marido... Una vida feliz, como cualquier otra, que acaba tan abrupta como injustamente. Hubo un tiempo en que la sociedad fue más "comprensiva" que hoy con el terrorismo; los muertos, al fin y al cabo, no eran personas con una vida como la de los demás, eran esbirros del Estado (malvado y opresor por naturaleza). El terrorismo, entonces, formaba parte del paisaje. Pero Giacomo Colnaghi lo tiene claro; los terroristas no son partisanos. Por eso, Muerte de un hombre feliz nos ayuda, a través de un relato tan sencillo como muy bien construido y sin reflexiones autoriales a comprender que el terrorismo nunca nos trajo un mundo más feliz y nunca lo hará; en una democracia nunca se construirá un mundo mejor sobre los cadáveres de hombres felices - o no tanto - que, cualquiera que sea su ideología o su profesión, son inocentes.
Giorgio Fontana (Saronno, 1981) ha escrito, siendo un autor muy joven, una novela excelente y muy madura, sencilla en la superficie pero plena de sugerencias y lecturas entre sus líneas; el marco histórico, la reflexión sobre la justicia y sobre el terrorismo, la vida privada de Colnaghi, la relación de Colnaghi con su padre y con su hijo... Muerte de un hombre feliz nos anima a esperar con interés las otras - por ahora cuatro - novelas de Fontana.
Magnífica novela, llena de matices que nos presenta la incomprensión, más que el odio, ante la barbarie. Que su autor tuviera 34 años cuando la publicó, nos ofrece una perspectiva nueva, no la del testigo que necesariamente toma partido, ni por supuesto, al del historiador, sino la de quien se transporta en el tiempo para vivir un tiempo que, si no es el suyo, ha dejado huella en la identidad política de las sociedades europeas que han conocido el terror como modelo de intervención política. Sin duda, un escenario compartido con el de nuestro país.
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