Christopher Morley, La librería encantada
Gwen Meyerson, La librería de la esquina. |
En noviembre de 1918, días después del fin de la Gran Guerra, Roger Mifflin anda un poco disgustado porque un periodista les entrevistó a él y a su esposa y ha contado sus vidas en un libro - La librería ambulante -. Ahora los Mifflin se han instalado en Brooklyn y han abierto una librería, "El Parnaso en casa", una librería encantada por la literatura que guarda y exhibe en sus estanterías. Los Mifflin siguen siendo las personas simpáticas y amables que ya conocemos.
La librería encantada (1919; Periférica, 2013), tras los primeros capítulos que son, como La librería ambulante, un canto al amor a los libros y a la literatura, nos presenta una blanca comedia con estos ingredientes, junto a los Mifflin; una joven millonaria a la que su padre ha puesto de aprendiz en la librería para que no le salga "tonta", un joven y animoso publicista, una historia de amor entre los jóvenes, un misterio en torno a un libro que no para de desaparecer y aparecer en la librería, unos malvados alemanes que planean un atentado, un montón de referencias literarias... y un hábil narrador autorial que juega con el relato.
El resultado es una inocente y entretenida novela, un relato que, aun haciendo referencia a la guerra, permite evadirse del conflicto reciente a los lectores de la época y a los actuales divertirse con una novela muy de su tiempo en la narración y el humor blanco. Y degustar, al mismo tiempo, el amor a la literatura, los libros y las librerías que La librería encantada destila.
Son muchas, claro, las citas de este libro que se pueden recoger, tantas que vamos a quedarnos sólo con una:
La malnutrición del órgano lector es una enfermedad seria. Permítanos prescribirle un remedio".La librería encantada puede ser un buen remedio.
Bueno, con dos:
Día tras día veo a las hordas de gente que acuden al teatro y al cine y estoy seguro de que la mitad de las veces van a ciegas, creyendo que saldrán satisfechos, cuando en realidad no les dan más que vil morralla. Y lo más triste de todo es que si uno se convence de que le basta con comer morralla, luego no tendrá apetito para el género de verdad".
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