James Salter, Juego y distracción
Edvard Munch, Cupido (1907). |
La pausada descripción, impresionista, de los ambientes contrasta con la rápida - aunque explícita - de los encuentros sexuales, que el narrador cuenta desde lo que sabe de los amantes, lo que le han dicho, lo que recuerda y lo que imagina. El relato, de elegante prosa, que había comenzado sin saber muy bien hacia donde iba, avanza ahora, cada vez más hermoso, por una relación intensa de amor y sexo (más imaginada por el narrador que acreditada con certeza), mientras va creciendo en el lector la sospecha de estar abocado a un final fatal. Viajar en coche, alojarse en hoteles de ciudades pequeñas, cenar en restaurantes, follar de todas las maneras y a todas las horas del día... mientras el dinero aguante; una historia que, necesariamente no puede ser eterna y no puede durar mucho, pero quién no guarda en su pasado un verano así. Una historia que ya fue pero que es narrada en presente por un tercero que la evoca con ternura. Seguramente Juego y distracción es de esas novelas que nos deja un gusto mejor con el paso del tiempo que recién leída. Al leerla recuerda - si no engañan los recuerdos de viejas lecturas de juventud - a El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald y a París era un fiesta de Ernest Hemingway; palabras mayores.
La recepción de la obra de James Salter (Nueva York 1925 - Sag Harbor, Nueva York, 2015), que pasa por ser uno de los autores norteamericanos de más prestigio entre la crítica literaria, la inició con Años luz Muchnick, que publicó Juego y distracción en 2002. Luego El Aleph publicó a Salter y en los últimos años está siendo editado por Salamandra.
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