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Jussi Adler Olsen, El mensaje que llegó en una botella

Creemos que vivimos en una sociedad laica, sabemos que nuestras vidas están amenazadas por el fanatismo religioso, pero un fanatismo que consideramos ajeno, pensamos que las creencias religiosas forman parte de lo privado y que quienes las tienen las compatibilizan con la vida civil y democrática. Sin embargo, en Europa hay sectas y a nuestro alrededor personas que guían, silenciosa y secretamente, sus acciones por sus principios religiosos. La novela negra - Aurora boreal, Antes de que hiele y ahora El mensaje que llegó en una botella (2009; Maeva, 2012) - nos alerta de sus peligros. Por algo será.
Un hombre, cuya infancia y adolescencia quedaron traumáticamente marcadas por el rigor de su padre, pastor de una secta religiosa - nos trae a la memoria La cinta blanca de Michael Haneke -,  busca familias numerosas y adineradas pertenecientes a sectas religiosas, secuestra a dos de sus hijos y tras cobrar el rescate mata a uno y libera al otro para que transmita el mensaje de que seguirán en peligro si hablan de lo ocurrido. El miedo, unido a las creencias y al funcionamiento interno de las sectas, guarda el silencio de las familias.
Al Departamento Q llega un mensaje de socorro lanzado al mar en una botella en 1996 y que ha permanecido olvidado en una comisaría escocesa desde 2002. Morck y los suyos intentan descifrar el mensaje y lo ocurrido, al mismo tiempo que Assad descubre la relación entre una serie de incendios, con cadáver carbonizado incluido, que se está produciendo en las últimas semanas con uno ocurrido en 1996. De manera que el Departamento Q y el A - homicidios - trabajan en colaboración.
Al trabajo de Carl Morck y su asistente Assad y la ayuda de Hardy, el compañero que quedó tretrapléjico en un tiroteo, se une ahora el trabajo de Yrsa, la hermana gemela de la secretaria Rose, que está de baja, y la colaboración de dos expolicías; uno jubilado que navega en barco por los fiordos y otro, que dejó el Cuerpo cuando le tocó la lotería y que, ahora, en plena crisis financiera - 2008 -, vuelve a comisaría para trabajar como camarero en la cantina. En lo personal, Morck mantiene sus problemas con su exmujer Vigga y consigue avances en su relación con Mona, la psicóloga.
La narración omnisciente, que nos lleva de unos personajes a otros, de unos tiempos a otros, de unos lugares a otros siempre por delante de los investigadores, y el protagonismo coral, que enriquece la serie, hacen avanzar el relato con dinamismo hacia un final bastante trepidante. La serie de Carl Morck avanza con buenas novelas, bien estructuradas y en las que Adler-Olsen mide bien los tiempos y los ritmos y acierta al ir ampliando el plantel de personajes que rodean a Morck y nos resultan agradables. Va por el buen camino marcado por Mankell y Wallander.

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