Dolores Redondo, El guardián invisible
Aunque parece una policía veterana, Amaia Salazar, inspectora de la Policía Foral navarra, sólo tiene treintaiún años cuando en febrero de 2012 un asesino en serie mata a varias adolescentes en su pueblo natal, Elizondo. Su conocimiento del lugar y su formación en serial killers en Quantico (la célebre Academia del FBI) hace que la investigación recaiga en sus manos.
Por el precio de un thriller, así se publicita falsamente, además de como el primero de una trilogía cuyas segunda y tercera partes están por escribir, El guardián invisible (Destino, 2013) nos vende:
Un tres por uno de resultado lamentable, a pesar de que la lectura no resulta pesada y eso que, pasadas las primeras páginas, el interés decae por momentos. Quizá cada una de las tres partes hubiera merecido la pena de haberse vendido por separado. La historia personal de Amaia podría haber llegado a ser una novela aceptable, incluso decorada con motivos mitológicos vascos. Pero la mezcla de brujas y relato criminal es tan imposible como la del agua y el aceite. Claro está que lo del relato criminal es un mero disfraz cuyo objetivo no es otro que engañar a los lectores y vender libros; objetivo mercantil por el que ni la autora ni la editorial han tenido el menor escrúpulo a la hora de faltarle el respeto al género y los lectores - todo por la pasta -. Y como lo criminal es un disfraz mal cosido, el intento de imitar a Asa Larsson es patético.
La incoherencia y la inverosimilitud son dos pecados imperdonables en una novela criminal y tan mortales como la ausencia de intriga; El guardián invisible es un pecador contumaz. La novela carece de intriga y tensión pues el relato se interrumpe continuamente para dar paso al relato introspectivo y así no hay investigación que se sostenga. El estilo de Dolores Redondo carece de calidad literaria como acredita, por ejemplo, su falta de coherencia, si no lógica, al menos sintáctica (cualquier escolar sabe que después de escribir "un coche" en la línea siguiente debe escribirse "el coche" y no otra vez "un coche"). Todos los personajes se expresan igual y, lo que es peor, de manera absolutamente inverosímil (el parlamento de la madre desolada, llorosa y casi inconsciente, apenas unas horas después del entierro de su hija es, simplemente, imposible) y en ocasiones como enciclopedias con patas. Por cierto, ¿Los cuerpos de muchachas terriblemente asesinadas se entierran en menos de cuarenta y ocho horas como si hubieran muerto enfermas en una cama de hospital? El tiempo es un problema grave de esta novela; es imposible que el lector tenga una idea clara del transcurso de los días. Que, en cualquier caso, son pocos y, sin embargo, la magnífica inspectora Salazar (en los pocos días que pasó en Virginia - ¿qué hacía allí una joven policía foral navarra? - ya dejó constancia en el FBI de ser una de las policías más brillantes del mundo), se cabrea porque pasan los minutos y el caso no se resuelve (tan lejos de la sabia paciencia de agentes como Martin Beck). Nuestra heroína es la única mujer que ha llegado a inspectora en su cuerpo policial; del hostil mundo varonil que la rodea se defiende explicando a sus subordinados qué es un pintalabios. Su mano derecha es el atractivo subinspector Jonan Etxaide que, varios años más joven que ella (es decir, un veinteañero), no sólo es policía sino, además, doctor en Antropología y doctor en Arqueología; Amaia se encarga de aclarar innecesariamente que es inofensivo porque es gay. Su marido - el de Amaia - es un escultor norteamericano que responde a todos los tópicos sobre norteamericanos y Pamplona; así que para colmo Amaia y James viven en plena calle Mercaderes. Y, como es artista, le sobra todo el tiempo del mundo para desplazarse con ella hasta Elizondo y permanecer allí mientras dura la investigación holgando en compañía de Ros, una de las hermanas de Amaia, y de Engrasi, su tía. Como Engrasi y Ros son expertas echadoras de cartas, Amaia recurre a ellas para intentar resolver el caso por el científico procedimiento de barajar y cortar. Como no hay verdadera intriga criminal, el caso se resuelve de la primera manera que se le ocurre a la autora una vez que ha llegado a las obligatorias cuatrocientas páginas; cargando las muertes al primero que pasa por allí, sin explicación alguna de a cuento de qué el asesino dejaba pastelitos sobre el pubis de las víctimas, sin que le pase nada a la vengadora que acaba con él... Bien está que Amaia se enfrente a los "fantasmas" del pasado y que la gente del pueblo pueda atribuir los crímenes a la presencia de un basajaun, pero que una cámara grabe el encuentro de Amaia con el basajaun o que a Amaia se le aparezca y le hable la diosa Maya...
En fin, una mala novela. Qué se le va a hacer. Incluso hay gente a quien le parece buena. Pero el problema no es ese, el problema es que los papeles de Redondo son tan despreciables como los de cierto tesorero que hace tiempo que no trabaja en Génova. ¿La señora Dolores Redondo es capaz de salir a la calle?, ¿piensa la editorial Destino devolver el dinero a quienes lo han malgastado comprando El guardián invisible? Cualquiera de mis alumnos sabe que quien copia está suspendido de por vida y que quien piratea tiene un nombre - ladrón - pero, desde luego, quien se descargue por la jeró los libros de Dolores Redondo tiene cien años de perdón. Veamos:
Antes de la publicación de El guardián invisible la señora Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) carecía de una carrera literaria y de méritos que justificasen el despliegue de su lanzamiento. ¿Quién andará detrás de ella?; no lo sé. Pero, ya lo vimos también con Intemperie, el pelotazo literario también existe. Quizá no sea tan lucrativo como el inmobiliario, pero, como en este caso en el que hay plagio por medio, debería ser perseguido por los tribunales de justicia.
- un fascículo divulgativo de la mitología y la cultura popular vasca: el lector acabará la novela conociendo divinidades y seres legendarios que seguramente no conocía, sabrá algo más sobre brujas y ciencias ocultas y, de paso que ir de txikitos con el aita significa tomarse unos vinos con su padre.
- una más o menos interesante novela introspectiva: a pesar de haber estado allí en navidades, como cada año, es esta vuelta a casa en febrero la que provoca que Amaia Salazar se enfrente a los fantasmas del pasado (una madre loca que la maltrataba) y a su relación con su tía y sus dos hermanas, y a la de estas con sus respectivos maridos.
- y un disfraz de novela negra: un asesino en serie mata a chicas adolescentes a un ritmo que más parece propio de Ciudad Juárez que de una localidad rural de apenas tres mil habitantes como Elizondo (Navarra) sin que el asunto provoque la menor inquietud social, mediática o política.
Un tres por uno de resultado lamentable, a pesar de que la lectura no resulta pesada y eso que, pasadas las primeras páginas, el interés decae por momentos. Quizá cada una de las tres partes hubiera merecido la pena de haberse vendido por separado. La historia personal de Amaia podría haber llegado a ser una novela aceptable, incluso decorada con motivos mitológicos vascos. Pero la mezcla de brujas y relato criminal es tan imposible como la del agua y el aceite. Claro está que lo del relato criminal es un mero disfraz cuyo objetivo no es otro que engañar a los lectores y vender libros; objetivo mercantil por el que ni la autora ni la editorial han tenido el menor escrúpulo a la hora de faltarle el respeto al género y los lectores - todo por la pasta -. Y como lo criminal es un disfraz mal cosido, el intento de imitar a Asa Larsson es patético.
La incoherencia y la inverosimilitud son dos pecados imperdonables en una novela criminal y tan mortales como la ausencia de intriga; El guardián invisible es un pecador contumaz. La novela carece de intriga y tensión pues el relato se interrumpe continuamente para dar paso al relato introspectivo y así no hay investigación que se sostenga. El estilo de Dolores Redondo carece de calidad literaria como acredita, por ejemplo, su falta de coherencia, si no lógica, al menos sintáctica (cualquier escolar sabe que después de escribir "un coche" en la línea siguiente debe escribirse "el coche" y no otra vez "un coche"). Todos los personajes se expresan igual y, lo que es peor, de manera absolutamente inverosímil (el parlamento de la madre desolada, llorosa y casi inconsciente, apenas unas horas después del entierro de su hija es, simplemente, imposible) y en ocasiones como enciclopedias con patas. Por cierto, ¿Los cuerpos de muchachas terriblemente asesinadas se entierran en menos de cuarenta y ocho horas como si hubieran muerto enfermas en una cama de hospital? El tiempo es un problema grave de esta novela; es imposible que el lector tenga una idea clara del transcurso de los días. Que, en cualquier caso, son pocos y, sin embargo, la magnífica inspectora Salazar (en los pocos días que pasó en Virginia - ¿qué hacía allí una joven policía foral navarra? - ya dejó constancia en el FBI de ser una de las policías más brillantes del mundo), se cabrea porque pasan los minutos y el caso no se resuelve (tan lejos de la sabia paciencia de agentes como Martin Beck). Nuestra heroína es la única mujer que ha llegado a inspectora en su cuerpo policial; del hostil mundo varonil que la rodea se defiende explicando a sus subordinados qué es un pintalabios. Su mano derecha es el atractivo subinspector Jonan Etxaide que, varios años más joven que ella (es decir, un veinteañero), no sólo es policía sino, además, doctor en Antropología y doctor en Arqueología; Amaia se encarga de aclarar innecesariamente que es inofensivo porque es gay. Su marido - el de Amaia - es un escultor norteamericano que responde a todos los tópicos sobre norteamericanos y Pamplona; así que para colmo Amaia y James viven en plena calle Mercaderes. Y, como es artista, le sobra todo el tiempo del mundo para desplazarse con ella hasta Elizondo y permanecer allí mientras dura la investigación holgando en compañía de Ros, una de las hermanas de Amaia, y de Engrasi, su tía. Como Engrasi y Ros son expertas echadoras de cartas, Amaia recurre a ellas para intentar resolver el caso por el científico procedimiento de barajar y cortar. Como no hay verdadera intriga criminal, el caso se resuelve de la primera manera que se le ocurre a la autora una vez que ha llegado a las obligatorias cuatrocientas páginas; cargando las muertes al primero que pasa por allí, sin explicación alguna de a cuento de qué el asesino dejaba pastelitos sobre el pubis de las víctimas, sin que le pase nada a la vengadora que acaba con él... Bien está que Amaia se enfrente a los "fantasmas" del pasado y que la gente del pueblo pueda atribuir los crímenes a la presencia de un basajaun, pero que una cámara grabe el encuentro de Amaia con el basajaun o que a Amaia se le aparezca y le hable la diosa Maya...
En fin, una mala novela. Qué se le va a hacer. Incluso hay gente a quien le parece buena. Pero el problema no es ese, el problema es que los papeles de Redondo son tan despreciables como los de cierto tesorero que hace tiempo que no trabaja en Génova. ¿La señora Dolores Redondo es capaz de salir a la calle?, ¿piensa la editorial Destino devolver el dinero a quienes lo han malgastado comprando El guardián invisible? Cualquiera de mis alumnos sabe que quien copia está suspendido de por vida y que quien piratea tiene un nombre - ladrón - pero, desde luego, quien se descargue por la jeró los libros de Dolores Redondo tiene cien años de perdón. Veamos:
Y ahora:- ¿Qué sabe sobre el rigor mortis?Jonan suspiró antes de comenzar a hablar con un tono parecido al que debió de utilizar en sus días de escuela cuando contestaba a la profesora.- Bueno, sé que empieza en los párpados unas tres horas después de la muerte, extendiéndose por la cara y el cuello hasta el pecho para ampliarse finalmente a todo el cuerpo y las extremidades. En condiciones normales se alcanza la rigidez completa en torno a las doce horas, y empieza a desaparecer siguiendo el orden inverso en torno a las treinta y seis.- No está mal, ¿qué más? - animó el doctor.- Constituye uno de los principales marcadores para hacer la estimación de la data de la muerte.- ¿Y cree que podría hacerse una estimación bsándose únicamente en el grado del rigor mortis?- Bueno... - titubeó Jonan.- No, rotundamente - aseverço San Martín -. Elgrado de rigidez puede variar debido al estado muscular del fallecido, la temperatura de la habitación o exterior, como en este caso, temperaturas extremas que pueden hacer parecer que hay rigor mortis, por ejemplo en el caso de los cadáveres expuestos a altas temperaturas o que sufrían espasmo cadavérico, ¿sabe lo que es?- Creo que se llama así cuando en el momento de la muerte de músculos de las extremidades se tensan de tal modo que sería difícil arrebatarles cualquier objeto que sujetasen en ese preciso instante.- Así es, por lo tanto recae una gran responsabilidad sobre el patólogo forense. No debe establecerse la data sin tener en cuenta estos aspectos y, por supuesto, la hipóstasis... La lividez post mortem, para que me entienda. Habrá visto esas series americanas de televisión en las que el forense se arrodilla junto al cuerpo y al cabo de dos minutos está estableciendo la hora de la muerte - dijo alzando teatralmente la ceja -. Pues deje que le diga que es mentira. El análisis de la cantidad de potasio en el líquido del ojo ha supuesto un gran avance, pero sólo podrá establecer la hora con mayor precisión después de la autopsia".Dolores Redondo, El guardián invisible, p. 17 y ss.
O veamos cómo atufa esta explicación:- Seguro que lo sabe todo sobre el rigor mortis, sargento - le dijo a Benton.- Todo no, señora. Sé que empieza en los parpados unas tres horas después de la muerte, que se extiende por la cara y el cuello hasta el torax, y por fin el tronco y las extremidades. En general, la rigidez es completa en unas doce horas y empieza a desaparecer siguiendo el orden inverso al cabo de unas treinta y seis horas.- ¿Y cree que el rigor mortis sirve para hacer una estimación fiable de la hora de la muerte?- No fiable del todo, señora.- No fiable en absoluto. La cosa se puede complicar debido a la temperatura de la habitación, el estado muscular del individuo, la causa de la muerte, y algunas circunstancias que pueden dar a entender equivocadamente que existe rigor mortis, como en el caso de los cuerpos expuestos a un calor muy intenso o el espasmo cadavérico. ¿Sabe lo que es esto, sargento?- Si, señora. En el instante de la muerte puede pasar que los músculos de la mano se tensen de tal modo que sea difícil arrancarle de la mano a la persona muerta cualquier cosa que tuviera agarrada.- El calculo de la hora exacta de la muerte es una de las mayores responsabilidades de un examinador medico, y una de las más difíciles. El análisis de la cantidad de potasio en el liquido del ojo ha sido un avance. Sabré la hora con mas precisión cuando haya tomado la temperatura rectal y hecho la autopsia. Entretanto, puedo hacer una evaluación preliminar basándome en las hipóstasis…, seguro que sabe que es".P. D. James, Muerte en la clínica privada.
Y ahora:El primer asesino en serie de los tiempos modernos había sido sin lugar a dudas Jack el Destripador, que asesinó a cinco prostitutas y creó gran conmoción en todo el mundo; aún hoy su identidad constituye un misterio. El contemporáneo del Jack el Destripador en Estados Unidos, H. H. Holmes, confesó haber cometido veintisiete asesinatos y fue el primer asesino en serie cuyo comportamiento se documentó. Dos décadas después surgió en Nueva Orleans un descuartizador que mataba a sus víctimas con un hacha y aterró a esa ciudad durante dos años antes de ser atrapado.Pero la gran ola de asesinos en serie en Estados Unidos se desató tras la segunda guerra mundial, y principalmente durante la guerra de Vietnam, con unas tropas cuya media de edad era de diecinueve años y de las que se recogieron infomes y confesiones en los que se apreciaba que muchos soldados, enloquecidos por el clima de extrema violencia unido al pánico y a la impunidad de la que gozaban, se dedicaron a matar a inocentes vietnamitas y organizar masacres que dejaron a muchos de ellos marcados de por vida. Murria Glatman, de California, tomaba fotos de sus víctimas aterradas momentos antes de asesinarlas, cuando ellas ya sabían que iban a morir. Martha Beck y Raymundo Fernández, los "asesinos de corazones solitarios", mataban a las parejas a las que sorprendían haciendo el amor en sus coches. Otros casos muy conocidos fueron los de Albert De Slavo, el estrangulador de Boston; Charles Manson, que encabezaba una secta satánica que indujo a sus adeptos al asesinato de Sharon Tate, la esposa, de Roman Polanski, que estaba embarazada, y a sus invitados en la legendaria noche de los cuchillos largos, o el asesino del Zodiaco, que tras treinta y nueve víctimas desapareció sin que nunca se volvieran a saber de él.El la década de los sesenta hubo tantos y tan crueles asesinos en serie que el sistema judicial de Estados Unidos decidió finalmente definir este fenómeno como una categoría del crimen y se comoenzaron a desarrollar estudios, estadísticas y a analizar los perfiles psicológicos de cada uno de los asesinos que iban deteniendo. Se observaba cada uno de los elementos que habían formado su vida, desde su nacimiento, sus padres, estudios, infancias, juegos, gustos, sexo, edad... Fueron así conformando un patrón de comportamientos que se repetían una y otra vez en los protagonistas de semejantes carnicerías, y que permitieron anticipar las acciones de algunos de ellos e identificar a muchos otros.Los casos recientes eran los de David Berkowitz, conocido como "El hijo de Sam", que asesinó sin freno en Nueva York, inspirado por las voces que decía escuchar; Ted Bundy, que mató a veintiocho prostitutas en Florida; Ed Kemper, que violaba, asesinaba y descuartizaba a sus víctimas, todas jóvenes y bellas estudiantes, y finalmente, Jeffrey Dahmer, que además de asesinar y descuartizar a sus víctimas se las comía. Este fue quien inspiró a Thomas Harris cuando creó al inquietante doctor Hannibal Lecter, coprotagonista de su novela El silencio de los corderos, llevada al cine con enorme éxito y con un Anthony Hopkins arrollador en el papel del sabio asesino".Dolores Redondo, El guardián invisible, p. 112 y ss.
El primer asesino en serie de los tiempos modernos es sin lugar a dudas Jack el Destripador que asesinó a cinco inocentes peatones y creó gran conmoción en todo el mundo.Estos dos ejemplos no son fruto de una sesuda investigación filológica; bastan veinte segundos en internet para tropezarse con ellos.
El contemporáneo de Jack el Destripador en los Estados Unidos, H.H. Holmes, confesó haber cometido 27 asesinatos y fue el primer asesino serial documentado en los Estados Unidos. Dos décadas después surgió en Nueva Orleáns un descuartizador que mataba a sus víctima con un hacha y aterró a esa ciudad durante dos años antes de ser atrapado.
Pero la gran ola de asesinos en serie en los Estados Unidos se desató tras la segunda guerra mundial y más prominentemente la guerra de Vietnam, donde aparentemente muchos soldados se dedicaron a matar impunemente a inocentes vietnamitas y organizar grandes masacres, que dejaron a muchos de ellos marcados de por vida. Murria Glatman de California tomaba fotos de sus víctimas aterradas, momentos antes de asesinarlas, cuando ellas ya sabían que iban a morir. Martha Beck y Raymundo Fernández, los “asesinos de corazones solitarios” que asesinaban a las parejas que pillaban romanceando en sus autos.
En la década de los sesenta hubo tantos y tan crueles asesino seriales, que el sistema de justicia de los Estados Unidos decidió finalmente definir este fenómeno como una categoría del crimen y se comenzaron a desarrollar los estudios, las estadísticas y a estudiar los perfiles sicológicos que hoy permiten a los cuerpos de seguridad, identificar criminales con estas tendencias.
Otros casos muy conocidos fueron los de Albert De Salvo mejor conocido como el estrangulador de Boston, Charles Manson quién encabezaba una secta satánica y asesinó a Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski en la legendaria noche de los cuchillos largos o el asesino del Zodiaco, que tras asesinar a 39 víctimas, desapareció y nunca se ha vuelto a saber nada de él.
Los casos más recientes son los de David Berkowitz, mejor conocido como El hijo de Sam en Nueva York, Ted Bundy que asesinó a 28 prostitutas en la Florida, Ed Kemper que violaba, asesinaba y descuartizaba a sus víctimas que fueron todas jóvenes y bellas colegialas y finalmente Jeffrey Dahmer, que además de asesinar y descuartizar a sus víctimas se las comía. Este hombre fue quién inspiró a Jonathan Demme a hacer la película “el silencio de los inocentes” y sus secuelas de Hanibal.
http://www.elreto.com.mx/articulos/?method=una&idarticulo=14545
Antes de la publicación de El guardián invisible la señora Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) carecía de una carrera literaria y de méritos que justificasen el despliegue de su lanzamiento. ¿Quién andará detrás de ella?; no lo sé. Pero, ya lo vimos también con Intemperie, el pelotazo literario también existe. Quizá no sea tan lucrativo como el inmobiliario, pero, como en este caso en el que hay plagio por medio, debería ser perseguido por los tribunales de justicia.
Me parece muy interesante tu opinión, aunque creo que es excesivamente dura. No es Paul Auster, ni Jo Nesbo pero, la novela tiene virtudes que justifican su lectura. Hemos visto que la opinión de críticos oficiales y lectores ha sido muy favorable. Creo que Dolores Redondo es eficaz a la hora de mostrar un ambiente, un paisaje unas tradiciones que configuran una manera de ser: Además en la novela pasan cosas y eso no siempre ocurre, sus personajes hacen cosas, se mueven interactúan, no solo piensan y recuerdan. No hay largas descripciones con poca transcendencia para la narración. ¿No son motivos suficientes para dejarse llevar por una historia en la que cada página adquiere un sentido en el contexto general?
ResponderEliminarla opinión de criticos està mediatizada por el monopolio de la industria editorial,así que no te fíes de las voces de sus amos. Una novela lamentable con gran recorrido mediático
EliminarLa novela es infumable, y la corriente que ha creado de excesos mitológicos y obligación de ser cursi en la novela negra para poder triunfar llega a ser hilarante.
ResponderEliminarestoy de acuerdo contigo
EliminarHolaa!No sabes lo que te agradezco esta reseña. Me parece un libro que insulta directamente por su baja calidad aunque tenga tantos lectores y buena critica...no se ,hay cosas que se me escapan. Yo ,el libro ,no pude leer mas allá de la página 60. ..Saludos dejo mi blog por si quieres pasarhttps://librosdavida.blogspot.com.es/2017/11/querido-cain-de-ignacio-garcia-valino.html
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarLeo este artículo en 2018 y no puedo estar más de acuerdo con él. Decir que en los 5 años que hace que leí este libro, y el resto de la trilogía y el premio Planeta de Dolores Redondo, me he estado preguntando que había en mí que no conseguía tragar la forma de escribir de semejante "reina de las letras" a la que todo el mundo ensalza. Pues bien, agradezco al autor del artículo porque ha puesto negro sobre blanco el sinsabor que yo sentía al leer a la señora Redondo y no sabía describir. Lo dicho: gracias.
ResponderEliminarAhora que están tan de moda los plagios podría salir esta vergüenza a la luz.
ResponderEliminarEs curioso, x llamarlo de alguna manera, q las meteduras de pata en el libro no hayan tenido repercusión más allá de la blogosfera. Esta escritora y perdón por la blasfemia, es una completa jeta. Cualquier persona que escribe algo se preocupa un poco de saber acerca de lo q va a escribir. Lo mismo es que tiene un " negro" y ella sólo pone el cazo... Es q es una verdadera aberración el caso de esta trilogía más un premio Planeta. Creo que en el futuro será objeto de estudio
ResponderEliminarQué marisabidilla eres siempre, chica.
EliminarHe leído atentamente la entrada y los comentarios. Leí la trilogía hace mucho, casi cuando salieron (pero antes del premio Planeta). En general me gustó, aunque a ratos me costaba. Algo había que no me encajaba, quizá la forma de tratar la mitología con esa pátina de misticismo, o la salida fácil de ser experta porque estuvo en USA (que no sabemos cómo llegó allí, no creo que sea tan fácil como aterrizar y tocar la puerta).
ResponderEliminarLo que me ha chocado es lo de los plagios. Desde luego, el texto de otra novela no tiene perdón. Lo de la info... me desconcierta un poco. Si hubiese puesto de donde ha sacado la info (wikipedia, por ejemplo), entiendo que el "error" quedaría subsanado, ¿no? por aquello de la atribución correspondiente...
Gracias, en todo caso, por la reflexión.
Y ya, si alguien me responde... ¡ufffa!
enorme artículo el tuyo, alguien lo habría de haber dicho antes, un abrazo negro y criminal
ResponderEliminarenorme artículo el tuyo, alguien lo habría de haber dicho antes, un abrazo negro y criminal
ResponderEliminarpuedo compartir, supongo
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