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Mickey Spillane, Yo, el jurado

Escena de Yo, el jurado (1953).
Yo, el jurado se publicó en 1947. Mickey Spillane nos presenta aquí por primera vez a Mike Hammer, un auténtico hard-boiled (duro de pelar) tan duro como su apellido. Se inscribe Hammer en la línea de los detectives nacidos en los pulps de los que Philip Marlowe es el máximo representante, si bien el detective de Spillane parte de principios éticos y comportamientos radicalmente alejados de los del de Chandler. Hammer abandera la falta de respeto hacia la ley y los más elementales derechos democráticos. Los valores de Hammer triunfaron en la América anticomunista de la postguerra mundial y el personaje protagonizó con éxito 12 novelas más. Con Hammer - y el precedente de Race Williams - nace un tipo de duro justiciero y vengador que tiene su representante más conocido en el cinematográfico Harry, el Sucio.
La novela comienza ante el cadáver de Jack Williams, antiguo miembro del Cuerpo de Policía, amigo de Hammer: juntos compartieron dos años de guerra luchando contra los japoneses y Williams tuvo ocasión de perder su brazo derecho salvando la vida de Hammer. Cuando llega Hammer ante el cadáver, le recibe Jack Chambers, - capitán de la policía de Nueva York -, con el que mantiene una relación muy distinta de la habitual en los pulps entre los detectives privados y los policías, como ahora veremos. A Chambers le dice:
Tú tendrás tu obligación; pero también yo me he impuesto una. Jack era el mejor amigo que nunca tuve. Vivimos y luchamos juntos. No voy a darle al asesino la tregua de los juicios, ¡como que Dios existe! Tú sabes bien lo que pasa, ¡maldita sea! Se busca al mejor abogado y éste tergiversa las cosas hasta convertir a su defendido en un héroe. Los muertos no pueden hablar en su defensa. No pueden relatar lo que ocurrió. Aunque Jack tuviera esa facultad, ¿cuál de los jurados podría comprender qué se siente cuando una bala "dum-dum" le destroza a uno las entrañas? (...) Los jurados son fríos e imparciales, como se espera que sean. Basta con un abogado hábil para hacerles verter lagrimones al decirles que su cliente había perdido el juicio o que, si disparó, lo hizo en defensa propia. ¡Magnífico! La ley es un instrumento espléndido. Sólo que por esta vez la ley soy yo. Y yo no me mostraré ni frío ni imparcial. (...) Hay diez mil tipos que me odian. Tú lo sabes. Me odian porque cuando uno de ellos se ha puesto en mi camino, le he saltado a balazos la tapa de los sesos. Lo he hecho y lo haré otra vez".
Y dirigiéndose al cadáver:
Me conociste durante muchos años, Jack, y tú sabes que la palabra que sale de mi boca sigue en pie mientras viva. Así, juro que encontraré al gusano que te mató. No llegará a la silla eléctrica. No lo colgarán. Morirá exactamente cómo tú lo hiciste con la carga de un 45 en el vientre, un poco por debajo del ombligo. (...) Lo juro".
Y volviendo a Chambers:
A partir de este momento sólo hay una cosa que me interesa: el asesino. Tú, Pat, eres policía. Estás sometido a una disciplina, a unas normas... Hay mandos por encima de ti. Yo, por el contrario, estoy solo. Puedo hincharle los morros a cualquiera sin temer las consecuencias. (...) No se hará esperar el momento en que tenga un revólver en la mano y delante de mí al asesino. Cuando eso llegue, le miraré a la cara, le meteré una bala en el intestino y aguardará a verle morir para saltarle los dientes de una patada".
Después de semejante conspiración para el asesinato pronunciada en su misma cara, el capitán Chambers no sólo no arresta a Hammer - al menos hasta que se calme - si no que se inicia entre ambos amigos una más que caballerosa carrera por llegar el primero ante el asesino. Carrera en la que ambos compartirán con lealtad los frutos de sus investigaciones, que más que parelelas son una sola, colaborando estrechamente:
En cuestión de planteamientos, podréis ser tan rápidos como yo; pero, llegando al lado feo del trabajo, mis métodos son más expeditivos. Es por ahí por donde pienso obtener mi ventaja. Sé que os tendré a la zaga todo el tiempo; eso no quiere decir, sin embargo, que vayáis a ponerle las esposas al asesino antes de que yo le eche el guante (…)
- Conformes, Mike. No tenemos objeción alguna en que intervengas en la búsqueda. (…) Tenemos a nuestra disposición los mejores medios científicos y, además, todo el personal que haga falta para recorrer la ciudad de cabo a rabo. Y – me recordó por último – tampoco somos tontos del todo.
- No te preocupes; no subestimo a la policía. Pero hay cosas que vosotros no podéis hacer. Por ejemplo, romper un brazo al que no quiera hablar o saltarle los dientes con la culata de un 45 cuando sea necesario recordarle que la cosa va en serio…”.
Y una última reflexión, todavía en el capítulo segundo, para dejar claro quién es nuestro personaje:
Me quedé sentado mirando fijamente a la pared. ¡Ya llegaría el día en que vaciase mi revólver en el cuerpo del canalla que había matado a Jack! Otras veces, en mis buenos tiempos, me había tomado la justicia por mi mano, sin el menor remordimiento. Después del primer ajuste de cuentas se olvida uno del sentimentalismo. Y desde que terminó la guerra el cuerpo me está pidiendo que me cargue a alguna de esas ratas que viven en el seno de la sociedad para cebarse en sus miembros. La sociedad. ¡Y qué estúpida podía ser a veces! ¡Presentar ante un tribunal a un individuo que ha cometido un asesinato! Luego, un poco de oratoria astuta, ¡y a la calle! Claro que a la larga la sociedad obtiene justicia. Cuando, de vez en cuando, tropiezan con un tipo como yo. A balazos, como perros rabiosos que son, la libro de esos indeseables. Luego me llaman a juicio para que explique el exterminio. Investigan mis antecedentes, me sacan huellas y me acribillan a preguntas. La prensa me trata como si fuese un maníaco criminal. Pero la sangre nunca llega al río porque para eso está mi amigo Pat Chambers, que mantiene a raya a unos y otros. Claro que también yo echo una mano a sus muchachos siempre que conviene, y tampoco soy de los que regatean información a los periodistas cuando me apunto algún caso de los buenos”.
En otro momento, alabando el trabajo policial y la incorruptibilidad de su amigo Chambers, afirma Hammer, por si todavía no tenemos clara su forma de pensar:
Yo mismo me hubiera unido a la policía de no mediar el obstáculo de un reglamento insoportable de puro riguroso”.
Junto al desprecio a la ley, el otro rasgo definidor de Mike Hammer es su machismo, que se nos muestra cada vez que una mujer se encuentra ante él. Los comentarios son innumerables:
Sus senos atirantaban provocativamente la tela del vestido (…) Pero de lo que estaba seguro es de que, de haber adivinado las cosas que en aquel momento me venían a la imaginación, me habría demandado ante los tribunales”.
Las mujeres deberían mantener más bajas sus faldas a fin de evitarnos a los hombres pensamientos turbadores”.
¡Ni hablar! La mujer que llegue a ser mi esposa no habrá de trabajar. La quiero en casa, a cubierto…”.
Por otra parte, las mujeres parecen caer todas rendidas a los pies de Hammer y consiguen de él tórridos besos que preludian otros acontecimientos que nunca - salvo en una ocasión – llegan a suceder porque Hammer es un caballero, no le gusta ser conquistado fácilmente o tiene algo inaplazable que hacer.
Una de estas mujeres, la psiquiatra Charlotte Manning, se convierte en los pocos días que dura la investigación en confidente de las averiguaciones de Hammer. Y en su amada; hasta el punto de que deciden prometerse en matrimonio. Eso no impedirá que en la última escena de la novela, mientras ella se desnuda completa y lascivamente ante él en un intento desesperado de conseguir que la pasión entre ellos sea más fuerte que el juramento de Mike, Hammer le relate la resolución del caso, la juzgue:
Sin embargo, Charlotte, ningún juez te condenaría a partir de esas pruebas. Y tú lo sabes, ¿verdad? Porque todo ello es… demasiado circunstancial. De otra parte, están tus coartadas, difíciles de destruir cuando personas de honradez manifiesta, como, por ejemplo, Kathy, creen en su autenticidad.
No, ningún juez te condenaría. Pero yo sí, Charlotte. Más tarde habrá ocasión de desvelar los hechos de forma fehaciente y sin el obstáculo que, en un proceso, representa el jurado. Tampoco habrá que temer las artimañas de un experto leguleyo quién, sin dificultad, echaría por tierra unos cargos en los que el elemento circunstancial es tan preponderante y que conseguiría, incluso, despertar entre los miembros de ese jurado dudas respecto a la realidad del testimonio.
Desvelaremos las motivaciones igual que hemos desentrañado el problema. Para ello, no obstante, se requiere tiempo. Todo el tiempo que un tribunal rehusaría concedernos. Por eso, Charlotte, yo me constituyo en juez y en jurado a un tiempo e, invocando el juramento que hice a un amigo, a despecho de tu belleza, a despecho,también, de todo amor que llegué a sentir por ti, te condeno a muerte”.
y acabe disparando sobre ella, en el estómago, como dispararon a Jack Williams. Antes de morir, ella pregunta: “¿Cómo… has podido?” y Hammer contesta: “No me costó gran cosa”. Mike Hammer es un hombre de palabra.
Aunque sin referencias demasiado explícitas, la acción de Yo, el jurado transcurre en Nueva York en el verano de 1944. La investigación, que siembra siete cadáveres, descubre un turbio negocio de trata de blancas, drogas y chantajes cuyo descubrimiento previo llevó a la muerte a Jack Williams.
El éxito de Hammer le llevó al cine y la televisión en varias ocasiones. En concreto, de Yo, el jurado se han realizado dos adaptaciones cinematográficas; en 1953 y 1982.
En cuanto a su recepción en España, la novela ha sido publicada por Plaza y Janés en 1967 - con el sello GP (de Germán Plaza, fundador de la editorial) -, 1970 y 1982. Bruguera la incluyó en el célebre Club del misterio en octubre de 1981 y la Serie negra de El País la publicó en julio de 2004. Finalmente, en 2001, RBA incluyó este clásico imprescindible del hard-boiled en su Serie Negra.

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