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Aroa Moreno Durán, La hija del comunista

A papá lo sacaron de España en 1938; a mamá en 1946.
Yo les abandoné en 1971.

Katia nació en Berlín. Sus padres eran españoles y se habían casado al comienzo de la guerra civil; a él el Partido Comunista lo llevó a Moscú en 1938 y luego a Dresde y a Berlín, donde trabajó en una fábrica. En 1946 ella salió clandestinamente de España para reunirse con él. De manera semejante, Katia abandonó la RDA en 1971 tras un hombre al que apenas conocía pero del que se había enamorado. Una decisión bastante irreflexiva y de la que nada dijo a nadie, que la separaba para siempre de sus padres y de su hermana. Pero así, a veces, se deciden las cosas en la vida y así, a veces, hay decisiones en la vida de consecuencias definitivas.
Katia es La hija del comunista (Caballo de Troya, 2017) y la narradora de la novela, salvo en el último capítulo. La historia de Katia hubiera dado para uno de esos novelones de setecientas páginas, pero uno de los muchos aciertos de su autora, Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981), que ha escrito una novela excelente, es haberla condensado en menos de doscientas, que el lector devora con emoción. Katia elige para cada uno de los capítulos un momento de su vida desde cuando era niña en 1956 hasta 1992 cuando se separa de su marido y, caído el muro, vuelve a Berlín. Así vamos conociendo a un padre que a veces llega tarde a casa, una madre que sólo habla español, dos hermanas felices, una maleta que no se debe tocar, una protagonista que crece, estudia y se enamora... Y luego, al otro lado, el matrimonio, las hijas, el desprecio que sufren los ossis en la Alemania occidental... De la familia, en la que no pensó, Katia sólo recibió, en 1979, una sorprendente y lacónica llamada de su hermana Martina; ¿cómo pudo localizarla?.
Con una prosa sencilla y contenida, Aroa Moreno Durán logra que el relato íntimo de Katia contenga más verdad que muchas memorias reales, que el lector se conmueva con sus personajes al mismo tiempo que no puede abandonar su lectura. Con una novela breve y sencilla, que se guarda, claro, su sorpresa final, nos sitúa ante las relaciones y las rupturas familiares, el exilio, la vida en la RDA (de la que Katia escapa por amor, otro personaje de la novela porque quería leer y Klaus Müller porque quería viajar), la incomunicación, el amor, los secretos familiares, las miserias de las vidas corrientes...
Katia no nos muestra demasiado remordimiento o preocupación por lo que dejo atrás (¿acaso no conocía la investigación que sufriría su familia?); pero creamos nuestras propias burbujas precisamente para que no nos dañe lo que más nos importa. ¿Hubiéramos escapado, por amor, de nuestro país dejando allí a nuestra única familia sabiendo que no podríamos volver?, ¿hubiéramos sido capaces de vivir sin saber nada nunca más de nuestros queridos padres y nuestra hermana?, ¿cómo pudieron los padres y la hermana seguir adelante después de que les abandonara, sin previo aviso, la hija mayor?... De esto último nada nos dice Katia, porque nada sabe, lógicamente. Hasta el final.
En la RDA vivieron 86 españoles exilados, sobre ellos se han realizado algunos estudios en los últimos años.  Nos dan cuenta de ello estos artículos de El País e Interviú - algo de éste encontramos al leer la novela -.

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