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José Lobo, Yonkis y gitanos

Sevilla; campeón de Liga en 1946.  En la última jornada
se disputó el título con el Barcelona, subcampeón.
Seguramente fue Antonio Hernández quien con su mítico El Betis: la marcha verde (1978) inauguró el relato de forofos en nuestra literatura. Lo hizo además en un tiempo hostil en el que si te dedicabas a las letras (supongo que a las ciencias también) declarar un gusto tan vulgar podía acarrearte el mayor de los desprecios. Quizá porque el fútbol lo había inventado Franco para idiotizar a los españoles. Sin embargo, desde el gol de Iniesta (el de Sudáfrica, que uno escucha "gol de Iniesta" y piensa en Stamford Brigde), las cosas han cambiado; se publican antologías de poesías dedicadas al fútbol, nuestras plumas de renombre - especialmente de izquierdas - flamean sin complejos sus banderas, gozamos de revistas cultas como Líbero y Panenka... Y en estas, Libros del K.O. publica la colección Hooligans Ilustrados; una docena de pequeños libros del tamaño de una cartera que recogen breves relatos de pasión por unos colores (los grandes, pero también los pequeños; Castellón, Córdoba, Logroñés...).
Yonkis y gitanos (2014), de José Lobo (Sevilla, 1980), es el relato dedicado - como es obvio - al Sevilla. Un relato sencillo, de tono coloquial, lleno de verdad y sentimiento. La verdad y el sentimiento de un aficionado que ha pasado su vida asistiendo al estadio de su equipo; un equipo mediocre y perdedor que ha ganado una liga y tres copas - una liga y tres copas - en cien años de historia. Hasta que, en el año del centenario, el equipo alcanza su primer título europeo - con José, naturalmente, en las gradas del Philips Stadium de Eindhoven -. Y, entonces, descubre que tras la victoria no hay nada, como no había arena bajo los adoquines de París, y la vida sigue al día siguiente, y comprende entonces que:
La mejor hora es la de la derrota. Nunca se tiene más orgullo, amor propio y vista larga que en la derrota. Los vencedores no son más que un hatajo de memos pagados de sí mismos que no entienden nada".
Desde aquél día, sin dejar de ser sevillista, abandona su abono de gol norte y empieza a ver la vida de otra forma.
Para un lector "normal" - "los normales no entienden nada" - Yonkis y gitanos ha de ser un lectura gozosa, para un aficionado al fútbol, sevillista o no, incluso antisevillista, es un placer. Una lectura en la que - como en Fiebre en las gradas, de Nick Hornby - encontrará complicidad, identificación y motivos continuos de sonrisa nostálgica o comprensiva. Es el relato de ese camino que lleva desde el primer partido, en un tiempo de la infancia del que es difícil tener recuerdos, agarrado de la mano de tu padre, hasta esa final europea que, ya en la victoria o en la derrota, resulta un punto final inevitable, que te cambiará la vida porque la vida ya será otra después de esa noche. Y en ese camino, todos esos partidos ganados gracias a la postura retorcida que fuiste capaz de mantener durante noventa minutos, esos pantalones que no volviste a ponerte en día de fútbol porque eran gafes, esas rutinas repetidas cada tarde de partido porque son garantía de éxito, ese amuleto que es sólo para las grandes ocasiones porque no puedes desgastarlo usándolo con frecuencia, esas vacaciones organizadas en función del calendario futbolístico, esas reuniones de amigos y ceremonias familiares a las que dejaste de asistir porque jugaba tu equipo, ese cajón lleno de recortes de prensa, viejas entradas, antiguos cromos:
Puede que ordenar tu memoria y tu vida basándolas en un equipo de fútbol no sea lo ideal para llegar a ser una persona formada, recta y decente. Debe de ser difícil tener un amigo al que no puedes hablar de según qué tema si no es para darle la razón en todo, con el que no puedes contar con seguridad sin antes haber echado un vistazo al calendario de liga".
Me disgusta que mis amigos que sé que pasan del fútbol me pregunten por el Sevilla. Sé que lo hacen por cortesía y siempre noto una incómoda superioridad. Me encuentro como si me interrogaran sobre una novia medio puta a la que, por cosas de la vida, ni puedo, ni quiero ni voy a dejar".
Frente a ejercicios de retoricismo exasperante - como alguno del que he hablado recientemente - y novelas que no se pueden leer sino a la vera del diccionario (mejor el de Autoridades), Yonkis y gitanos es un excelente ejemplo de cómo escribir con un lenguaje sencillo un relato lleno de lirismo que ata al lector desde la primera a la última página.
Me resisto a cerrar esta entrada sin referir otro ejercicio, el de agudeza visual que propone José Lobo:
Un pequeño ejercicio de agudeza visual. Acude a su pueblo o ciudad un impresentable que lo observa todo con aire de condescendencia. Habla a voces, sonríe a todo el mundo con una excesiva simpatía que a los tres minutos más parece soberbia que afabilidad. Si entra en un bar, pregunta con cara de asco si no tienen cerveza Cruzcampo y, de tapa, pide platos que sabe positivamente que en ese sitio no llaman así, como puntillitas (que fuera de Sevilla creo que llaman chopitos) o menudo (que para el resto de la humanidad son callos). Cuando pasa por la avenida de la Constitución, después de leer el letrero en voz alta, resopla: "Vaya avenida de la Constitución, igualita que la de allí". Enhorabuena, señora: un sevillano ha llegado a su localidad. Un señor que considera como única forma verdadera de arte el barroco, que viene de un sitio donde todavía se trabaja siguiendo los cánones trentinos sin el menor sonrojo y donde se debate acaloradamente sobre pregones de Semana Santa que no se diferencian uno de otro, escritos en una suerte de prosa poética que ya olía a rancio en tiempos de Campoamor. Nuestra particular forma de ser, basada en que la suprema unidad universal de medida es la ciudad de Sevilla, de la que presumimos hasta del agua del grifo, nos ha acarreado la antipatía de casi toda Andalucía, donde mejor nos conocen, más nos sufren y raro es el municipio donde se nos soporta sin ningún tipo de altercado".
Lo dicho; !Sevillanos:...

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