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Henry Handel Richardson, El principio de la sabiduría

Ethel Richardson, atrás a la derecha, en 1885.
Desde Lazarillo de Tormes hasta, por ejemplo, James Sweck, de Algún día este dolor te será útil, de Peter Cameron, los protagonistas adolescentes de las novelas de aprendizaje son mayoritariamente chicos. Es interesante por ello leer El principio de la sabiduría protagonizado por una chica de doce años, de humilde familia y madre viuda que trabaja para mantener a sus hijos, que ingresa en un internado femenino para realizar sus estudios secundarios. Laura, la chica, es una muchacha despierta, resuelta, jovial, inteligente, también ingenua, dispuesta a agradar y encontrar amigas, pero que debe ocultar su origen y luchar contra el desprecio de sus ricas compañeras y contra las rígidas normas de la institución. A medida que avanza deprisa académicamente, Laura irá tropezando piedra tras piedra en el aprendizaje de la mentira, la hipocresía y el fingimiento, propios y necesarios de la alta sociedad. Al tiempo que Laura se "adapta", su trato hacia su madre y sus hermanos, antes cariñoso, se torna despreciativo. Acaba la novela cuando Laura finaliza sus estudios en el colegio a los diecisiete años. Se inicia con una cita de Proverbios:
El principio de la sabiduría es trabajar para adquirirla".
El principio de la sabiduría, al margen de su valor en tanto que recreación de la experiencia personal de la autora, nos acerca al siempre interesante tema de la educación de la mujer en el siglo XIX y a una sociedad - ya en el XX - en la que una mujer necesita recurrir a un seudónimo masculino para publicar una novela. La novela es, sin duda, interesante, pero defrauda un poco las expectativas del lector.
Henry Handel Richardson es el seudónimo masculino que Ethel Richardson (Melbourne, 1870 - Hastings, 1946) eligió para publicar. El principio de la sabiduría, publicada en Londres en 1910, es la única de sus obras publicada en España - Alba, 2014 -, recrea su experiencia en el Presbyterian Ladies College de Melbourne. El colegio prohibió la lectura de la novela por sus alumnas hasta 1950; ahora, sin embargo, la conmemoran como prestigiosa exalumna.

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