Edward Bunker, Huida del corredor de la muerte
Prisión de Rikers Island, en Nueva York, hacia 1930. Foto de Lucien Aigner. |
Huida del corredor de la muerte (2009; Sajalín, 2014), tomando el título de uno de ellos, recoge seis relatos que, a la muerte de Bunker, estaban en manos de su editor. Se trata de tres relatos cortos y otros tres largos. Todos ellos se ambientan en el célebre penal de San Quintín y, casi todos, abordan la cuestión de la situación penitenciaria - en distintos momentos del siglo XX - de los presos de raza negra. Y, naturalmente, la de la pena de muerte.
Los tres relatos cortos no son en absoluto banales - el traslado y el ingreso en la prisión camino del corredor de la muerte, la muerte de un soplón, el inicio de la carrera penitenciaria de un joven delincuente -, pero los largos nos ofrecen historias contundentes. La de Booker Johnson, un joven negro analfabeto que tomó prestado un coche en el taller en que trabajaba para no llegar tarde a la cita con su novia y tuvo un accidente en un semáforo con un coche patrulla. Es 1927, en California todavía no hay muchos negros, el Ku Klux Klan pilla lejos y no se aplica la legislación Jim Crow. Pero Booker acaba en San Quintín y el resto de su vida será una triste historia. Demoledora también. A un momento posterior, finales de los sesenta, en pleno apogeo de los Panteras Negras, nos traslada el bastante trepidante relato Mía es la venganza, lleno de sangre, centrado en el enfrentamiento irreconciliable entre presos y guardias. Y más reciente resulta la acción del relato que da título al libro; una escapada imposible del corredor de la muerte, en el que no se puede hacer otras cosa que "ver más televisión, leer más, pelársela más a menudo y pensar". Pensar; algo que hacen bastante los protagonistas de Bunker, y con ellos el lector. Al lector de Bunker, que no queda indiferente, le corresponde sacar conclusiones sobre el sistema penitenciario de California, sobre su funcionamiento y sus códigos, sobre el papel de los guardias, el lugar de los presos negros, el sentido de la pena de muerte y su sistema de interminables recursos...
Huida del corredor de la muerte se trata, pues, de seis magníficos relatos de un escritor, al que merece la pena seguir la pista, que nos habla de una dura realidad que vivió en primera persona; fue, con diecisiete años, el preso más joven ingresado en San Quintín. Quizá ya entonces tenía claras las palabras que cierran el último de los relatos:
Los tres relatos cortos no son en absoluto banales - el traslado y el ingreso en la prisión camino del corredor de la muerte, la muerte de un soplón, el inicio de la carrera penitenciaria de un joven delincuente -, pero los largos nos ofrecen historias contundentes. La de Booker Johnson, un joven negro analfabeto que tomó prestado un coche en el taller en que trabajaba para no llegar tarde a la cita con su novia y tuvo un accidente en un semáforo con un coche patrulla. Es 1927, en California todavía no hay muchos negros, el Ku Klux Klan pilla lejos y no se aplica la legislación Jim Crow. Pero Booker acaba en San Quintín y el resto de su vida será una triste historia. Demoledora también. A un momento posterior, finales de los sesenta, en pleno apogeo de los Panteras Negras, nos traslada el bastante trepidante relato Mía es la venganza, lleno de sangre, centrado en el enfrentamiento irreconciliable entre presos y guardias. Y más reciente resulta la acción del relato que da título al libro; una escapada imposible del corredor de la muerte, en el que no se puede hacer otras cosa que "ver más televisión, leer más, pelársela más a menudo y pensar". Pensar; algo que hacen bastante los protagonistas de Bunker, y con ellos el lector. Al lector de Bunker, que no queda indiferente, le corresponde sacar conclusiones sobre el sistema penitenciario de California, sobre su funcionamiento y sus códigos, sobre el papel de los guardias, el lugar de los presos negros, el sentido de la pena de muerte y su sistema de interminables recursos...
Huida del corredor de la muerte se trata, pues, de seis magníficos relatos de un escritor, al que merece la pena seguir la pista, que nos habla de una dura realidad que vivió en primera persona; fue, con diecisiete años, el preso más joven ingresado en San Quintín. Quizá ya entonces tenía claras las palabras que cierran el último de los relatos:
No cometas el crimen si no puedes cumplir la condena, le habían dicho. Max estaba preparado para las dos cosas".
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