martes, 24 de marzo de 2020

Donald Ray Pollock, El diablo a todas horas


Tal como ella lo veía, el exceso de religión podía ser igual de malo que la carencia, o tal vez incluso peor.

Volvemos a Knockemstiff y a sus alrededores en Ohio y Virginia Occidental, por donde se extiende la pestilencia de la fábrica de papel de Meade que se mimetiza con la miseria moral de sus habitantes. ¡Bien!: diversión garantizada. Tarados mentales, hijoputas, sexo, sangre fácil, humor, cutrez... Realismo sucio de primera y basura blanca.
La vida de Arvin, que tiene dieciocho años en 1966 cuando acaba El diablo a todas horas (2011; Literatura Random House, 2020), está marcada por su sórdido entorno. En El diablo a todas horas se van cruzando las vidas de diversos personajes - muchas de las cuales son guiadas por la fe religiosa -: un hombre que combina sus rezos con extraños sacrificios, un extraño predicador acompañado de un paralítico que toca la guitarra, otro predicador que se vale de su posición para abusar de adolescentes embobadas por la fe, un sheriff corrupto, una pareja que dedica cada verano a viajar por las carreteras asesinando autoestopistas, chicas que desde muy jóvenes se acuestan con el primero que pasa... Y se cruzan en un relato bien escrito y construido, en el que es decisivo el uso del estilo indirecto libre, con el que el lector se divierte hasta que en los últimos capítulos todas esas vidas acaban de confluir cargando al relato de un tono más trágico, dirigiéndolo a un magnifico final en el que Arvin debe actuar de la única manera que las circunstancias le permiten.
El horror que vio en Japón durante la Segunda Guerra Mundial llevó a Willard Russell, el padre de Arvin, a una especie de religiosidad mística: sus rezos continuos, en los que obliga a participar a Arvin, se completan con ritos sangrientos cuando su esposa enferma. Arvin, que tiene entonces diez años, al morir su madre, se traslada a casa de su abuela, donde se criará con Lenora, una huérfana que ha quedado al cargo de Emma, la abuela de Arvin, y del hermano de ésta. Son Emma, con su religiosidad sencilla, su hermano Earskell y Arvin, no creyentes, los únicos que nos resultarán personas buenas y corrientes. Rodeados por la caterva de creyentes irracionales, dementes, degenerados y asesinos a los que nos hemos referido arriba. A todos ellos la religión les ha llevado a la credulidad, la locura y la violencia.
Donald Ray Pollock, como en Knockemstiff, vuelve a hacernos disfrutar de sus magnífica literatura no apta para melindrosos. 

lunes, 16 de marzo de 2020

Pío Baroja, Los caprichos de la suerte

París, 1939.
Los caprichos de la suerte es una novela de Pío Baroja (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956) que había permanecido inédita durante más de medio siglo hasta su publicación - Espasa - en 2015.
El profesor José-Carlos Mainer en su introducción y Ernesto Viamonte en su nota a la edición nos explican bien la historia externa del texto.
A finales de los años cuarenta Baroja so ocupó en escribir diversos obras sobre la guerra civil. Entre ellos, una trilogía de novelas, Las saturnales. La primera de estas tres novelas, El cantor vagabundo, su publicó en 1950, la segunda, Miserias de la guerra, no obtuvo la aprobación de la censura y no se publicó hasta 2005 y la tercera, Los caprichos de la suerte, quedó pendiente, cuando menos, de una última revisión.
Juan Elorrio, el protagonista inicial de la novela, en quien probablemente debemos ver bastante de Baroja, sale a pie de Madrid durante la guerra para dirigirse a Valencia y desde allí poder llegar a París. Una vez en Francia, su protagonismo se diluye e incluso en algunos momentos desaparece entre un grupo numeroso de personajes - españoles y de otras nacionalidades -. Del mismo modo el interés que cobra la novela en el lastimoso viaje entre Madrid y Valencia se diluye en la estancia parisina.
Se encuentra, sin duda alguna, el valor de Los caprichos de la suerte en el estilo barojiano. En esa capacidad para que la novela y la acción fluyan alegres entre pinceladas precisas, frases breves, palabras sencillas y diálogos, muchos diálogos. Porque a medida que la novela avanza su trama se pierde entre las conversaciones de los personajes sobre las atrocidades ocurridas en la retaguardia  - sobre todo la republicana - y otros asuntos, mientras la ausencia de referencias temporales no acaba de dejarnos claro en qué momento de la guerra española o de la mundial nos encontramos. Por otra parte, la actitud de los personajes y de la novela ante ambas guerras - se diría que son poco más que accidentes meteorológicos - nos resultan hoy frustantes.
Pío Baroja, más partidario de Franco que de la República, vivió en París durante la guerra civil. Desde allí visitó en distintas ocasiones la España franquista.
Tras leer Los caprichos de la suerte con todos sus flecos sueltos, imprecisiones, personajes de los que no se vuelve a saber, párrafos tomados de otras obras del autor... cabe la pregunta: ¿se deben publicar tras la muerte de su autor obras inacabadas?

El viejo comía con siempre en el restaurante del hotel. Un mozo, que era español y que al servirle le veía con frecuencia leyendo algún libro o alguna revista, solía decirle:
- ¡Usted también, a su edad y teniendo que leer todavía! ¡Es cosa triste!
Es curioso que lo que para algunos es el entretenimiento mejor de la vida, para otros sea un trabajo desagradable.

domingo, 8 de marzo de 2020

Vivian Gornick, Apegos feroces


Así comenzó mi obsesión consciente de tener siempre a mi madre a la vista.

Entonces Vivian Gornick tenía trece años y su madre cuarenta y seis. Acababa de morir su padre. En Apegos feroces (1987; Sexto Piso, 2017), unas memorias que se leen como una novela (mucho mejor que esas pretendidas novelas de moda que pretenden contar la verdad ficcionada de familiares que a nadie le interesan, o algo así), Gornick relata su relación con su madre. Dos mujeres antagónicas que se necesitan tanto como se enfrentan. Recordando paseos de ambas por las calles de Manhattan, Gornick rememora su vida y la de su familia. Una familia de judíos, de origen ruso, de izquierdas, que se instaló en el Bronx como tantas otras familias de emigrantes judíos, italianos o irlandeses.
Un relato interesante y poderoso al hablarnos de la relación entre ambas, entretenido en sus diálogos y en sus recuerdos de sus vecinas del Bronx, algo menos atractivo cuando se centra en los hombres que han pasado por la vida de Gornick, inteligente y emocionante en sus comentarios y reflexiones.

Al rehusar recuperarse de la muerte de mi padre, había descubierto que su vida estaba dotada de una seriedad que sus años en la cocina le habían negado. (...) Guardar luto por papá se convirtió en su ocupación, en su identidad, en su imagen ante el mundo.

Para la madre, poderosa, enérgica, controladora, el amor lo era todo. Y, para ella en concreto, el amor de su marido. Por eso la muerte de él marcó su vida que acabó siendo una vida pasada, no una vida vivida. ¿Cómo no lamentar que la vida se nos pase sin que la hayamos vivido? Y en ese dolor que compartimos - es imposible volver atrás - llegamos al desgarro final de la hija:

Tu querías quedarte atrapada en la idea del amor de papá. ¡Qué locura! Te has pasado treinta años atrapada en la idea del amor. Podrías haber tenido una vida.

Son estas, prácticamente, las últimas palabras del libro cobrando plena intensidad esta relación entre estas dos mujeres - una viuda y otra divorciada - antagónicas que han vivido en presencia una de otra.
Apegos feroces es un ejemplo de cómo escribir sobre la vida propia y la de los familiares haciendo buena literatura y un ejemplo más de la virtud de la economía narrativa frente a la verborrea.
Vivian Gornick (Nueva York, 1935) es una de las voces más destacadas del feminismo norteamericano. Sexto Piso se ha encargado de darnos a conocer su obra en España.
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