lunes, 25 de noviembre de 2019

Eduardo Halfon, Duelo

Desde niño Eduardo Halfon había tenido la creencia de que el hermano mayor de su padre, Salomón, del que nunca se hablaba en casa, había muerto ahogado a los cinco años en las aguas de un lago cercano a la casa de su abuelo. Sin embargo, ya adulto, se entera que el niño Salomón murió en un hospital de Nueva York.
Esta contradicción le llevará a volver a la casa de su abuelo, donde paso la niñez antes de que la familia se trasladase a Florida, intentando encontrar a alguien que recuerde al niño Salomón ahogado en el lago en 1940. Al tiempo recuerda también el viaje a Lodz, del que ya nos habló en Monasterio, en busca del pasado de su abuelo materno.
En Duelo (Libros del Asteroide, 2017) acompañamos a Halfon en ese viaje a la casa de la infancia, al tiempo que vamos conociendo algunos datos de su vida y la de su familia, especialmente sobre sus abuelos llegados a Guatemala desde el Líbano y desde Polonia. La memoria de su familia, de orígenes judíos y árabes, emigrada a Guatemala y Estados Unidos, que es el eje central de la narrativa del autor. Lo hacemos envueltos en la prosa sencilla y hermosa de Halfon que caracteriza su obra.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Carlos Fortea, El mal y el tiempo

Óleo de Milt Kobayashi.
El mal y el tiempo (Nocturna, 2017) comienza con la escena de un crimen - un hombre ha muerto de un infarto después de que le disparasen un tiro que sólo le rozó - investigada por un policía, narrador en primera persona, que se las da de culto.
Pero es un mcguffin, un disfraz de novela negra - ¿quizá para pillar compradores desprevenidos y dar lugar a la tramposa contracubierta que nos vende con descaro una "oscura novela policiaca"? - para una novela que va de otra cosa bastante distinta. En los años noventa dos amigos conocieron una noche a dos chicas y desde entonces compartieron sus vidas. Aquella noche, Mario, que llevaba la iniciativa, se emparejó con Silvia, y Arturo, al que le gustó Silvia, con Nerea. Arturo y Nerea se casaron pronto y Mario y Silvia vivieron en pareja. Mario y Arturo, jóvenes periodistas entonces, trabajaron juntos en distintos lugares (donde iba Mario, allí llevaba a Arturo) hasta que algo pasó entre ellos. Y este es el misterio, enfermizo, que se dilata hasta el final de la novela. Mientras, Arturo estuvo siempre secretamente - enfermizamente, también - enamorado de Silvia.
El relato de la investigación policial en Madrid en 2012 sobre la muerte de Arturo se alterna con otros dos relatos, estos con narrador externo: la visita, poco antes, de Arturo a Silvia, en Asturias, motivada por la reciente muerte de Mario, y la historia de la relación de estos personajes en los años noventa.
Una novela, pues, intimista - o psicológica - que habla de relaciones personales, de amor, de amistad y de ruptura, en un círculo cerrado algo agobiante y con un estilo correcto algo culturalista. El ambiente cerrado, el ritmo reflexivo, el tono intimista, la relación tensa entre Arturo y Silvia, la oscuridad sobre qué separó a Arturo de Mario, casan mal con la sobrante investigación policial. Investigación que se resuelve de repente con un par de conejos sacados de la chistera, una vez que el relato principal nos ha revelado ya qué pasó entre Arturo, Mario, Silvia y Nerea.
Carlos Fortea (Madrid, 1963) es autor de Los jugadores - también en Nocturna - y de varias novelas juveniles.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Jon McGregor, El embalse 13

Hay acontecimientos que nos marcan la vida para siempre. Vale para cada uno de nosotros, pero también para cualquier grupo social: una familia, un grupo de amigos, un club deportivo, un barrio, una ciudad, un país... El tiempo, con el preciso y continuo movimiento de su segundero, es cierto que todo lo atempera. Pero estos acontecimientos dejan un antes y un después.
De esto nos habla Jon McGregor (Bermudas, 1976) en El embalse 13 (2017; Libros del Asteroide, 2019). El protagonista de El embalse 13 es un pequeño pueblo del norte de Inglaterra en el que un 30 de diciembre, víspera de Nochevieja, desapareció un niña de trece años. Su familia pasaba unos días de vacaciones.
A lo largo de trece capítulos vemos transcurrir los trece años siguientes al acontecimiento. Con el paso inexorable de los ciclos de la naturaleza que marcan la vida de los animales y de los bosques y también de las actividades rurales, vemos transcurrir las vidas lineales de los habitantes del pueblo - personaje coral -. Sin pararnos demasiado en ninguno de ellos vamos conociéndolos a fondo a todos, vemos como sus vidas fluyen como los ríos y, a veces, se estancan como el agua en los embalses. Vemos crecer a los jóvenes, envejecer a los mayores, les vemos amarse y separarse, recelar o ayudarse, vemos llegar a nuevos habitantes mientras otros abandonan el pueblo, vemos como los golpes del azar van marcando sus pequeñas vidas como la de cualquiera de nosotros. Y siempre, cada vez más diluido, constante y presente el recuerdo de la niña desparecida cuyo cuerpo - vivo o muerto - nunca apareció. Un pueblo marcado por una huella indeleble como tantos otros lugares que todos conocemos que un día fueron marcados por una desgracia - un crimen cruel, un grave accidente, un atentado salvaje... - a la que ya irán siempre ligados.
Con una narración aparentemente sencilla y realista, de párrafos largos y sin un sólo diálogo directo, y un narrador externo aparentemente objetivo, Mc Gregor consigue, gracias al ritmo narrativo acomodado al propio de la naturaleza y a la tranquilidad de una pequeña población, y gracias al paso ante el lector de los diversos personajes, que nunca se paran pero siempre regresan, una novela emotiva y original que nos habla de la vida rural a comienzos del XXI y de las vidas y emociones de personas que habitan en un lugar marcado por una desgracia concreta. Como, seguramente, el paso del tiempo nos dejará El embalse 13 como una lectura que siempre recordaremos.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Jonathan Lee, El gran salto

En la madrugada del 12 de octubre de 1984 explotó una bomba, puesta por el IRA, en el Grand Hotel de Brighton, donde se celebraba la convención del Partido Conservador. El objetivo del atentado era matar a la primera ministra Margaret Thatcher. La bomba había sido colocada unas semanas antes.

Eres tú quien elige qué partes de la historia contar.

Al comenzar El gran salto (2015; Libros del Asteroide, 2017) asistimos a los ritos de ingreso en el IRA en 1978 de Dan, un joven norirlandés de dieciocho años. La narración nos lleva luego a las semanas previas al atentado. Esperamos, naturalmente, que el atentado sea el foco central de la novela. Pero no lo es. Jonathan Lee (Surrey, 1981) consigue con acierto situarnos ante algo más simple y mucho más importante: la vida corriente de sus personajes. La de sus protagonistas: Dan, que se aloja en el Grand Hotel como Roy, Moose, el subdirector del hotel, y Freya, la hija de Moose. Pero también la de sus brillantes secundarios.
Moose es el apodo con el que todos llaman a Philip Finch, que ve en la convención conservadora su gran oportunidad para ocupar el puesto, próximamente vacante, de director del hotel. Aspiración esta que da sentido a su vida, más bien perdedora desde que en la juventud fue un buen saltador de trampolín. Luego, criar solo a su hija ha sido la ocupación que, junto a las muchas horas de trabajo, ha llenado su vida. Freya, trabaja de recepcionista en el hotel mientras decide qué hacer con su vida: su padre insiste en que vaya a la universidad, pero a ella no le acaba de convencer. A Freya le cae bien de inmediato Dan, el cliente del hotel al que atiende cuando llega para alojarse como Roy Walsh.
Cada uno a su manera, tres perdedores. Rodeados de secundarios tan ricamente humanos como ellos: Marina, los otros jóvenes empleados del hotel, la madre de Dan. Mientras, ignorantes la mayoría de ellos de lo que va a pasar, salen adelante en el día a día de sus vidas, nosotros - llevados por el sosegado ritmo que marca el autor - vamos compartiendo sus pequeñas alegrías y decepciones y conociendo - en su dosis justa - el conflicto de Irlanda del Norte. Y luego, cuando estamos empapados e imbuídos en lo humanas que nos resultan las vidas de estos personajes, explota la bomba, que las sacude, marca y rompe, y sacude también nuestra lectura, olvidada ya del atentado y centrada en acompañar a los personajes en sus problemas, cerrando la novela con unos magníficos capítulos finales.
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