viernes, 24 de mayo de 2019

Pramoedya Ananta Toer, La joven de la costa

Pramoedya Ananta Toer (Blora, 1925 - Yakarta, 2006) es el escritor indonesio más reconocido. El compromiso político que marca su vida y su obra está presente, sutilmente, también en La joven de la costa (1962; Destino, 2002).
Como tantas novelas de los sesenta, La joven de la costa, con un estilo sencillo, ritmo lento y un relato lineal, sitúa al lector ante una realidad social que habla por sí misma sin necesidad de que intervenga el autor. La novela nos sitúa ante un triple conflicto - pobres (pero honrados) y ricos, pueblo (pobre pero sano e idílico) y ciudad (cuna de todos los males), mujeres (sometidas a las normas de una sociedad machista) y hombres - en la Indonesia (todavía colonia holandesa) de comienzos del siglo XX. Tres conflictos que se resumen en uno: la resistencia con dignidad ante el poder autoritario.
Una humilde muchacha de catorce años debe abandonar a su familia y su pueblo de pescadores para casarse con un importante noble al que no conoce. Se trata de un "matrimonio práctico" que le prepare a él para su verdadero matrimonio con una mujer de su clase. La chica dejará atrás a su familia y al pueblo de pescadores que trabajan duro para mantener a los suyos y vivirá encerrada en el palacio de su esposo, sin ni siquiera visitar otros lugares de la ciudad. Dispondrá de riquezas y de aquello que se le antoje, pero aislada del trato con otras personas y bajo el capricho de su marido. Una vieja criada la irá adiestrando en su nueva vida, cuyo único fin será tener hijos y esperar que, tarde o temprano, su marido decida divorciarse y echarla de la casa.
Al cabo de dos años su marido le dará permiso a la joven de la costa para visitar a sus padres. Pero, para su sorpresa, la chica descubrirá que ahora en el pueblo nadie - ni siquiera sus padres - la trata como antes, como a una chica más del pueblo sino como a una joven señora, como a la mujer noble en que se ha convertido. Ella, pues, se sentirá desarraigada ante ese trato respetuoso. La ciudad y el palacio no son su mundo, pero su familia y su pueblo han dejado de serlo también. De vuelta a la casa de su marido, se quedará embarazada, tendrá una niña y su marido se divorciará. La joven, expulsada de la casa y separada de su hija, preferirá intentar crear su vida en otro lugar que volver con los suyos.
Lo más emotivo de la novela lo encontraremos al final cuando descubramos que la vida de la joven de la costa que el libro nos relata es la de la abuela del autor.
Quizá más que cualquier reflexión que podamos hacer sobre el sufrimiento de las mujeres a partir de la historia que esta novela nos relata, valgan unas palabras de la anciana criada que fue educando a la joven:

- A veces pienso que las mujeres sólo hemos venido a esta Tierra para que los hombres nos puedan pegar.

- Ya se lo he explicado miles de veces, joven señora. Debe servir fielmente a su esposo. Debe inclinarse ante él y pisar el suelo por el que pisa.

Por si nos despistamos, un siglo más tarde de la historia que nos cuenta La joven de la costa acabamos de asistir a la reciente boda del nuevo rey de Tailandia y hemos visto a su nueva esposa arrastrándose a sus pies. Seguramente sobran las palabras.

jueves, 16 de mayo de 2019

Eduardo Verdú, Todo lo que ganamos cuando lo perdimos todo

Lutz Eigendorf (Brandemburgo, 1956) lleva camino de ser la estrella del fútbol de la RDA. Tiene veintidós años, está casado, tiene una hija pequeña, una buena casa con televisor a color, un trabant concedido en apenas dos años, triunfa en el Dynamo de Berlín y ya ha jugado seis partidos con la selección nacional. Es el Beckenbauer del Este. ¿Qué más se puede pedir?
Sin embargo, en marzo de 1979 durante un viaje a Kaiserlautern - para disputar un partido amistoso con el equipo local, entonces en uno de sus mejores momentos -, de manera tan imprevista como improvisada decide abandonar la expedición, huir y quedarse en el Oeste. El fútbol en Alemania Oriental se le queda pequeño. Naturalmente su deserción tiene consecuencias inmediatas para su familia.
Eigendorf jugará en el Kaiserlautern y fichará en 1982 con el Eintracht de Braunschweig. La noche del 5 de marzo de 1983 se estrella contra un árbol y la autopsia revela una elevada tasa de alcohol en sangre. Desde entonces las sospechas de que fue asesinado por la Stasi permanecen vivas y varias investigaciones así lo apuntan - aunque alguna lo desmiente -.
La historia del futbolista del Este, vigilado y seguramente también asesinado por la Stasi, la ha convertido en novela el periodista Eduardo Verdú (Madrid, 1974) en Todo lo que ganamos cuando lo perdimos todo (Plaza y Janés, 2018). El valor fundamental del libro se encuentra en la historia de Eigendof y en la información que nos ofrece sobre el poder y el funcionamiento de la Stasi; su valor literario es escaso, más allá del estilo correcto, tiene mucho más de reportaje ficcionalizado que de novela y para alcanzar su emotivo final el lector debe superar casi cuatrocientas páginas en las que Verdú ha cometido el muy comprensible error de querer decirlo todo. A lo largo de las tres partes del libro alterna el relato del día a día, durante esos cuatro años, de Lutz, de sus familiares en Berlín y del trabajo de la Stasi para vigilarlos y engañarlos (un excompañero de instituto de su mujer es obligado a enamorarla, casarse y tener un hijo con ella para alejarla de Lutz).
Al margen de las - determinantes - circunstancias políticas que marcaron su vida y la de los suyos, nos queda de Lutz Eigendorf la imagen de haber sido uno de esos pobres - e infelices - chicos que amaron el riesgo, vivieron deprisa y murieron jóvenes.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Joël Dicker, Los últimos días de nuestros padres

Los últimos días de nuestros padres. Un hermoso y épico título para una novela cuyo mérito - casi único, pero no pequeño - es tener enganchado - sin soltarlo - al lector durante sus más de cuatrocientas paginas. ¿Cómo lo consigue?; con una historia coral, de estilo sencillo sin pretensiones estéticas, de ritmo ligero, bien adornada de dosis adecuadas y convenientes de sensiblería y melodrama, en el marco siempre atractivo de la Segunda Guerra Mundial, y con un narrador omnisciente.
Paul-Émile, un joven de veintidós años, decide en 1940, abandonar a su adorado padre - viudo - impelido por el deber de luchar contra los alemanes. En Inglaterra es reclutado para el SOE (Dirección de Operaciones Especiales). Durante meses de entrenamientos se fragua una intensa camaradería y amistad con sus compañeros de formación, entre los que hay una chica - Laura -. Cuando están adecuadamente instruidos son enviados a Francia a realizar diversas misiones. Luego cada vez que vuelven a Londres procuran reencontrase y cultivar su amistad.
Sobre lo que pasa, no conviene contar más. Pero sí sobre la habilidad de Dicker para hablarnos de agentes secretos, del maquis, de la gestapo, de héroes, de amor, de fidelidad a los padres y a los hijos, de amistad. Al mismo tiempo que nos presenta unos personajes muy humanos en sus debilidades. Debilidades que, más en tiempos de guerra, pueden tontamente dar al traste con lo previsto, cambiarnos la vida; una pequeña indiscreción, un secreto contado en confianza, un error, un despiste, una palabra de más o de menos, un capricho tonto, un arrebato, una obcecación... Antes o después estas cosas les pasan a todos los personajes de esta novela como antes o después nos pasan a todos. Por eso estos personajes, de tan diversas personalidades y todos de buena condición - hasta el alemán malo de la película - nos resultan tan cercanos y empáticos y por eso Dicker consigue jugar con nuestras emociones y mantenernos atados a la lectura de esta novela.
Los últimos días de nuestros padres (2012; Alfaguara, 2014) es la primera novela de Joël Dicker (Ginebra, 1985), convertido en escritor de éxito por La verdad sobre el caso Harry Quebert.
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