miércoles, 29 de agosto de 2018

Kent Haruf, La canción de la llanura

Nos resulta difícil, como europeos, comprender - verdaderamente - la vida en lugares tan escasamente poblados como los estados de Montana (que conocemos, entre otras muchas novelas, por las de Ivan Doig), Wyoming (que conocemos por las de Craig Johnson) o Colorado (en donde se sitúa el imaginario Holt de las novelas de Kent Haruf). Lugares marcados por la soledad y el aislamiento y, por otra parte, por los inconvenientes de los pequeños vecindarios, como vimos en Nosotros en la noche.
En La canción de la llanura (1999; Penguin Random House, 2017) nos encontramos con Tom Guthrie, un profesor de instituto, casado - pero Ella está enferma de depresión y se va de casa -, padre de Ike y Bobby, dos chicos de nueve y ocho años que reparten los periódicos por el pueblo antes de ir al colegio. Con Maggie Jones, también profesora, que consigue que los viejos hermanos McPheron acojan en su granja, a veintisiete kilómetros del pueblo, a Victoria Roubideaux, una alumna del instituto - diecisiete años - a la que su madre ha echado de casa por haberse quedado embarazada. Viven en Holt.
Cada capítulo se centra en alguno de ellos y de este modo obtenemos una visión amplia de sus vidas y de sus relaciones. Con una prosa sencilla que nos habla de la vida aparentemente sencilla de sus personajes, que en realidad es tan complicada como la de cualquiera de nosotros. Aparentemente sencilla porque Haruf tiene la brillantez de contarlas con naturalidad y de ofrecernos una visión optimista de la vida y porque sus protagonistas son buenos y honestos. Pero tan complicada como la de cualquiera porque encontramos mujeres enfermas de depresión, hijos que van conociendo la vida y crecen sin madre, ancianas solas que no salen de casa, mujeres que cuidan de sus padres seniles, jóvenes que afrontan un embarazo inesperado sin más compañía y ayuda que la de unos extraños, gente que mantiene relaciones en un mundo pequeño donde todos se enteran de todo, profesores de secundaria que deben soportar a algunos alumnos y a sus familias y al mismo tiempo involucrarse para su bien en la vida de otros alumnos... y los McPheron, tiernos y bondadosos, a los que les cuesta tratar con la gente porque llevan todo la vida viviendo solos en la granja de sus padres - cuyo dormitorio conservan tal cual - ocupándose de sus vacas y terneras.
La canción de la llanura, con su ritmo tranquilo y amable, es de esas novelas en las que el lector se encariña con sus personajes y desea seguir acompañando sus vidas. Un ejemplo más, como tantas otras de las que hemos hablado aquí, de la excelencia y vigor de la narrativa realista estadounidense actual.
Ya en 2000 Planeta publicó esta novela - con su título en inglés Plainsong -. Hace unos meses Penguin Random House ha publicado Al final de la tarde, donde nos reencontramos con la peculiar familia formada por Victoria y los McPheron.

martes, 21 de agosto de 2018

Lalla Romano, Suaves caen las palabras

Lalla Romano, Piero adolescente (c. 1947).
Graziella Lalla Romano (Demonte, 1906 - Milán, 2001), profesora, pintora y escritora publicó en 1969 su libro más reconocido, Suaves caen las palabras (Libros del Asteroide, 2005). Este hermoso título nos trae la indagación de la autora en la vida y la personalidad de Piero, su único hijo.
Sólo una madre puede comprender los sentimientos, los anhelos y las obsesiones que un hijo que se ha parido puede provocar. Es natural el desasosiego al ver cómo la vida acaba llevando a los hijos por caminos distintos de los que imaginamos para ellos cuando nacieron, de las ilusiones de los padres. La mayor obsesión de Lalla Romano es no haber comprendido ni conocido - ¿reconocido? - bien a su hijo y no haber sentido el amor de él y la identificación entre ambos que hubiera deseado. Y de esta obsesión trata Suaves caen las palabras. Para intentar desentrañar el carácter del hijo no duda la autora en recurrir no sólo a los recuerdos - aquellas cosas medio filosóficas que decía de pequeño - sino también a las cartas que, desde niño él ha escrito a sus padres, a su novia..., a las redacciones escolares del muchacho y a todo tipo de documentos que ella ha ido recopilando y que nos endosa en copia literal. Por todo ello sabemos que Piero fue siempre introvertido, hermético, poco social, apático, enfermizo, mal estudiante, vago... Sin mayores intereses que las armas y las motos, sin predisposición al estudio ni al trabajo. Un chico al que nunca pudieron llevar a un instituto público sino a colegios privados - para ricos y para burros - y al que el padre tuvo que acabar colocando en un banco. Y así sigue siendo ahora, ya casado.
Resulta difícil comprender el éxito que, al parecer, tuvo este libro en Italia al publicarse por primera vez; está bien escrito, plantea un asunto conmovedor pero ni la madre obsesionada ni el hijo oblomovista consiguen interesarnos demasiado - no mucho más que el abuelo de Sergio del Molino -.
En todo caso, tomemos nota de estas palabras de Piero en un trabajo escolar durante el bachillerato:

La impresión que recibimos de un libro depende de nuestro estado de ánimo y, por tanto, del punto de vista de quien lo juzga. En realidad, no juzgamos un libro en un plano absoluto, sino siempre en relación con nosotros mismos.

Y cerremos con este comentario de Piero adulto sobre la ironía:

La ironía no hace comprender, sino que es señal de que se ha comprendido. Quien no tiene ironía está claro que no ha comprendido.

domingo, 12 de agosto de 2018

Henning Mankell, Botas de lluvia suecas

Ocho años después de Zapatos italianos, en el otoño de 2014, Botas de lluvia suecas (2015; Tusquets, 2016) se inicia con el incendio de la casa de Fredrik Welin.

Un hombre que está a punto de cumplir setenta años y sin un lugar donde vivir después de que su casa ardiera. Sin más pertenencias que un cobertizo, una caravana, un barco sin cubierta de trece pies de eslora y un coche viejo. La pregunta es qué voy a hacer ahora. ¿Tiene algún futuro ese hombre? ¿Tiene alguna razón para seguir viviendo?

La investigación del incendio revelará que fue provocado y hará que, durante un tiempo Welin sea - o se sienta - el máximo sospechoso de haberlo prendido. Luego, se producirán otros incendios y brotará cierta ola de xenofobia entre los pocos habitantes de la zona. Algunas posibles pistas nos inquietarán más a los lectores que a Welin y los demás personajes; aunque finalmente poco tengan que ver con lo que pasó - sorprendente -.
El incendio de la casa es el telón de fondo ante el que se desarrollan las complejas personalidades de los personajes y las difíciles relaciones entre ellos. Se centra la novela especialmente en cuatro. El narrador, Fredrik Welin, su hija Louise, Jansson, el cartero ya jubilado que es el "amigo" de Welin, y Lisa Modin, una periodista del periódico local, a la que conocemos en Botas de lluvia suecas. Todos ellos solitarios de humor cambiante.
Welin, huraño y difícil, reflexiona sobre la vejez - allá por donde va todos son más jóvenes que él - y sobre la muerte, que ve próxima. ¿Tiene alguna razón para seguir viviendo? Heredó la casa y la isla de sus abuelos. Vive allí desde que un grave error en el quirófano arruinó su vida. El incendio servirá para que, a base de recuerdos, a lo largo de la novela conozcamos más momentos del pasado de Welin. Y que él conozca un poco más de la vida de su enigmática hija Louise, que apareció en su vida ocho años antes pero de la que apenas sabe nada. Decidirá compartir con ella la decisión de reconstruir o no la casa.
Louise, impredecible y colérica, sigue guardando con celo sus secretos, pero que quede embarazada y sea detenida por la policía le permitirá a Welin viajar - una vez más; la última - a París y adentrarse en algunos de esos secretos. La niña que nacerá en primavera, al final de la novela, ofrece - como todo nacimiento - un razón para seguir viviendo.
Otra razón para vivir la encontrará Welin en las absurdas esperanzas que siente cuando Lisa Modin, a la que dobla la edad, aparece para indagar en el incendio. También encontraremos motivos para sospechar que esta mujer, que vive sola, tiene un pasado que no quiere desvelar. Que necesita tiempo.
Ture Jansson, aunque servicial y paciente, no consigue ganarse el verdadero afecto de la gente. Tampoco el de Welin. A pesar de tantos años repartiendo el correo por las islas y de consultar a Welin sobre sus infinitas enfermedades imaginarias.
La muerte, la vejez, las relaciones personales son los temas fundamentales de Botas de lluvia suecas. Pero en la última novela de Henning Mankell hay lugar también para otros que son más o menos habituales en su obra narrativa; la reflexión sobre la sociedad europea, la emigración, la xenofobia, la preocupación medioambiental, la soledad, el miedo, el amor...
Mankell escribió Botas de lluvia suecas mientras padecía el cáncer que le mató. En Suecia se publicó antes de su fallecimiento.

sábado, 4 de agosto de 2018

Isaac Asimov, Yo, robot

Al margen de precedentes románticos como Olimpia, la mujer mecánica de El hombre de arena (1817) de E. T. A. Hoffmann, y de R.U.R., la obra teatral de 1920 de Karel Čapek que nos dejó el término robot, podemos considerar que es Isaac Asimov quien en 1950 inicia con Yo, robot - que Edhasa viene editando en España desde 1956 - la presencia de la robótica en la literatura de ciencia ficción. Yo, robot recoge relatos publicados durante los años cuarenta en las revistas del género.
Se inicia Yo, robot con la enunciación de las tres leyes de la robótica; los robots no deben dañar a los seres humanos, los robots deben obedecer a los seres humanos salvo en el caso de ir contra la ley anterior, los robots deben proteger su existencia salvo que ésta infrinja las dos leyes anteriores. A partir de ahí, la robopsicóloga Susan Calvin, y la presencia de otros personajes, dan unidad a los nueve relatos que conforman Yo, robot.
Calvin es "historia viva" de la U. S. Robots, la empresa fabricante de robots. Tanto la doctora como la empresa nacieron en 1982 y ella se incorporó muy joven a la compañía. A base de recuerdos los nueves relatos se insertan en una entrevista a la doctora Calvin realizada en el año 2058. Mediante ellos, Asimov nos sitúa ante diversos dilemas que la aparición y el desarrollo de los robots nos plantean. El primer relato se sitúa en 1996, cuando aún no se fabrican robots con voz; una niña se encariña con el robot que la cuida tanto o más de lo que lo haría con otras personas o con un animal de compañía. Sirve este relato para explicar por qué el uso de robots se prohibe en la Tierra y se limita a la investigación científica en colonias y otros lugares del espacio exterior. En los demás relatos encontramos robots que se vuelven locos si un conflicto equilibra en su cerebro la obediencia a distintas leyes de la robótica, que se interrogan sobre el sentido y el origen de su propia existencia, que dejan de hacer su trabajo si no hay una persona que los vigile, que leen el pensamiento de las personas, que son fabricados fuera de las normas por exigencias y necesidades del gobierno, que - de aspecto humanoide - son indistinguibles de los seres humanos y pueden suplantarlos, que con sus decisiones intervienen en los equilibrios y la paz mundial... Todas estas situaciones plantean dilemas y conflictos éticos y morales en general y, en particular, relacionados con los avances de la robótica y de la ciencia. Avances que son, como todos sabemos, tan inevitables como irrenunciables y, por tanto, los dilemas que plantean ineludibles.
En plantearnos estos dilemas y forzarnos a pensar en ellos poniendo a prueba las leyes - éticas, al fin y al cabo -, de la robótica, radica, claro está, el mayor interés de Yo, robot, cuyo estilo sencillo, junto a su estructura narrativa, hace su lectura ágil y amena.
Asombra que las novelas y películas que nos hablan del futuro suelen "acertar" respecto a avances científicos y tecnológicos y sin embargo ninguna imaginó que llegaría un día en que el consumo -siempre repugnante - del tabaco estaría prohibido en muchos lugares públicos. En el caso de Yo, robot, Asimov tampoco acierta con el tabaco, pero en cuanto a lo robótica sí vislumbra el camino. Sabemos, por ejemplo, que uno de los problemas de los coches sin conductor es cómo resolver los dilemas éticos que les puede plantear un accidente. Respecto a los robots todo se andará y, probablemente, no estemos muy lejos.
Asimov escribió Yo, robot en 1950; el mundo acababa de salir de dos guerras mundiales en un cuarto de siglo y del empleo de la bomba atómica. Estas circunstancias no son ajenas a la redacción y los propósitos del libro ni al desarrollo de la ciencia ficción desde entonces.
Isaac Asimov (Petrovichi, 1919 - Nueva York, 1992) es autor de decenas de libros; novelas, obras de divulgación científica y de divulgación histórica. Gozó de gran prestigio y difusión en las últimas décadas del siglo XX. Un guijarro en el cielo, también de 1950, fue su primera novela.
Con la tecnología de Blogger.