martes, 31 de mayo de 2016

Jakob Wassermann, Golowin

Imagen de la película soviética Tragedia optimista (1963).
Franz Kafka y su Metamorfosis, Stefan Zweig y su Carta de una desconocida, Franz Werfel y su  Una letra femenina azul pálido; la literatura centroeuropea de entreguerras está repleta de escritores judíos que escribieron en alemán exquisitas novelas de poco más de cien páginas (a ver cuándo comprendemos que no hacen falta más). Eso que llamamos joyitas de la literatura. Aquí una más; Golowin, de Jakob Wassermann, que, publicada en 1920, nos propone una acción casi inmediata (debemos situarla en la primavera de 1918).
La revolución ha estallado en Rusia en mitad de la guerra. Y María abandona su finca en los alrededores de Tula (al sur de Moscú) para huir, acompañada de sus cuatro pequeños hijos - uno de pocos meses - y sus sirvientas, hacia el sur y, a través del mar Negro, encontrar la manera de salir del país, siguiendo los pasos que unos meses antes ha tomado su marido. Muchos otros nobles y aristócratas zaristas hacen lo mismo. María, de origen alemán, es una mujer resuelta y fuerte, capaz de conseguir que todos se dobleguen a su voluntad sólo por su manera de ser, de estar, de hablar. No autoritaria, sino serena.
El personaje que da nombre a la novela, Igor Golowin, no aparece - ni sabemos nada de él - hasta pasados los dos tercios del relato. Mientras, el narrador, sin digresiones ni enredos, nos ha mostrado la valía y resolución de María ante los distintos problemas y ante las personas, más pusilánimes, que, en su misma situación, encuentra en su parada en Kislawodks. Incluso, emplea, como maniobra de distracción, la historia de amor entre un príncipe y una cabaretera.
Tras un desagradable viaje en tren, María y los suyos llegan a puerto justo cuando los revolucionarios se han hecho con la ciudad. En la posada donde encuentran refugio, conocen a su líder, el marinero Golowin. Quien, a pesar de parecerlo, no es una ruda bestia como cabe imaginar, sino un hombre, inteligente, culto, viajado y leído. Se producirá entonces un exquisito debate dialéctico, a la luz de la luna, entre Golowin y María que mantendrá en vilo al lector hasta la última página. Golowin desea acostarse con María a cambio de salvar su vida y las de los suyos, pero su moral y su inteligencia y su respeto al valor evidente de ella le impide forzarla. ¿Quién ganará el duelo?, ¿conseguirá Golowin su objetivo?, ¿María se mantendrá firme?, ¿después de la intensa charla, tendrá sentido que siga su camino intentando huir y encontrar a su marido? En cualquiera de los casos, Golowin es una maravillosa novela que nos habla del poder de la palabra - por extensión, de la literatura - para cambiarnos la vida y nos presenta dos magníficos personajes.
Jakob Wassermann (Fürth, 1873 - Altausse, 1934) gozó de una importante popularidad hasta la llegada de los nazis al poder. Gaspar Hauser es, sin duda su más prestigiosa novela. En 1932 Clarasó publicó Golowin por primera vez en España y, más tarde, en 1947, Janés publicó Golowin - y Gaspar Hauser -, luego otras editoriales lo reeditaron durante los años cincuenta. Sin embargo, ha pasado luego casi medio siglo hasta que, desde 2005, otras nuevas editoriales - en este caso Navona, en una elegante edición de cubiertas en tela, en 2015 - lo han vuelto a rescatar.

lunes, 23 de mayo de 2016

Jack Kerouac, En el camino

Jack Kerouac (1922 - 1969).
Pasa con En el camino lo mismo que con El guardián entre el centeno. Parece indudable que fueron en su día novelas icónicas, emblemáticas de su tiempo y su generación. Transgresoras de los valores estéticos y morales. Pero leídos hoy, la novela de Salinger es una más de tantas buenas novelas de aprendizaje y adolescentes más o menos conflictivos, mientras que la de Jack Kerouac resulta más un libro de viajes - no una novela - más bien aburrido.
Es indudable el valor de En el camino como referencia de una generación, la Generación Beat, que nada contracorriente en la América triunfal de la postguerra y el macarthismo. No cabe duda de su valor como relato inaugural de la novela o el cine de carretera, del road movie. Y tampoco del impacto que, tanto cuando Kerouac realizó sus viajes a finales de los años cuarenta como cuando se publicó el libro en 1957, debieron provocar estos chicos, y este relato, que viajan como vagabundos haciendo autoestop, consumen drogas y practican el sexo de modos distintos a los marcados por la moral tradicional y que serían el germen del movimiento hippy de los años sesenta. Se pueden leer por ahí muchos rollos sobre la relación entre el estilo y el ritmo narrativo de En el camino con los propios del jazz bop que encandila a sus protagonistas, pero, hablando claro, a estas alturas ni la droga ni el sexo nos escandalizan y el relato resulta aburrido porque los viajes de Sal Paradise  - Jack Kerouac - y Dean Moriarty - Neal Cassady - de costa a costa del país nos interesan más bien poco (carecen de sentido aunque se nos diga que buscan dar sentido a la vida). Salvo, si acaso, el último, por lo que tiene de exótico, en el que enfilan el coche hacia el sur hasta llegar a Ciudad de México. Es indudable que lo pasaron bien, como todos los jóvenes, y que, como dijo Gil de Biedma, como todos los jóvenes vinieron a llevarse la vida por delante. Pero, pasados sesenta años, En el camino ha perdido casi toda la fuerza que tuvo, sin duda, en su momento. 
En el camino (a veces En la carretera) se publicó en España por primera vez en 1975. Luego lo hicieron diversas editoriales, hasta que desde finales de los ochenta lo publica, como otras obras de Kerouac, Anagrama.

domingo, 15 de mayo de 2016

James Salter, Juego y distracción

Edvard Munch, Cupido (1907).
El narrador de Juego y distracción (1967; Salamandra, 2013) es un norteamericano alojado en la casa prestada por unos amigos en Autun, en el centro de Francia. En una de sus estancias en París conoce a Phillip Dean, también norteamericano; un niño de papá que ha abandonado por dos veces sus estudios en Yale. Tras un tercio de novela en el que la narración vaga sin rumbo como sin rumbo fijo transcurren los viajes en automóvil, un Delage descapotable del 52, por Francia de estos americanos ociosos, Dean conoce a una humilde muchacha francesa de dieciocho años. A partir de aquí, la narración, que aunque en primera persona más bien parece externa, y siempre en presente, relata la relación sexual que mantienen Dean y la muchacha en tantos hoteles como fines de semana entre aquel otoño y el comienzo del siguiente verano, el de 1962.
La pausada descripción, impresionista, de los ambientes contrasta con la rápida - aunque explícita - de los encuentros sexuales, que el narrador cuenta desde lo que sabe de los amantes, lo que le han dicho, lo que recuerda y lo que imagina. El relato, de elegante prosa, que había comenzado sin saber muy bien hacia donde iba, avanza ahora, cada vez más hermoso, por una relación intensa de amor y sexo (más imaginada por el narrador que acreditada con certeza), mientras va creciendo en el lector la sospecha de estar abocado a un final fatal. Viajar en coche, alojarse en hoteles de ciudades pequeñas, cenar en restaurantes, follar de todas las maneras y a todas las horas del día... mientras el dinero aguante; una historia que, necesariamente no puede ser eterna y no puede durar mucho, pero quién no guarda en su pasado un verano así. Una historia que ya fue pero que es narrada en presente por un tercero que la evoca con ternura. Seguramente Juego y distracción es de esas novelas que nos deja un gusto mejor con el paso del tiempo que recién leída. Al leerla recuerda - si no engañan los recuerdos de viejas lecturas de juventud - a El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald y a París era un fiesta de Ernest Hemingway; palabras mayores.
La recepción de la obra de James Salter (Nueva York 1925 - Sag Harbor, Nueva York, 2015), que pasa por ser uno de los autores norteamericanos de más prestigio entre la crítica literaria, la inició con Años luz Muchnick, que publicó Juego y distracción en 2002. Luego El Aleph publicó a Salter y en los últimos años está siendo editado por Salamandra.

viernes, 6 de mayo de 2016

Philip Kerr, Mercado de invierno

Palco privado en el nuevo estadio de Wembley.
Cuando un futbolista toca con la mano el balón en su propio área es muy improbable que marque gol en la portería contraria, cien metros más allá. Por eso resulta deprimente leer:
Durante el mismo partido contra el Tottenham, Howard Webb, el árbitro, había concedido un gol al London City cuando nuestro delantero centro, Ayrton Taylor, pareció cabecear un córner. Pero, casi de inmediato, mientras el resto de nuestro equipo lo celebraba, Taylor había hablado disimuladamente con Webb y le había informado de que en realidad había empujado la pelota con la mano. En ese preciso instante, Webb cambió de parecer y señaló penalti a favor de los Tots".
Howard Webb sin duda pitó falta, no penalty. ¿En qué estarían pensando los traductores y los correctores de esta novela?, ¿o es que no tiene la menor idea de fútbol?, ¿por qué la traducen entonces?. ¿Será fiable el resto de la traducción?. Veremos luego que personajes que se tutean después se tratan de usted y vuelven más tarde al tú... Por otra parte, ¿pueden futbolistas españoles tener nombres tan folclóricos como Juan Luis Dominguín o tan imposibles como Xavier Pepe?. Esta inverosimilitud, habrá que achacársela a Philip Kerr.
Dejando esto a un lado - olvidándolo no, que no se puede -, con Mercado de invierno Philip Kerr (Edimburgo, 1956) toma el liderazgo de una nueva veta de la novela negra aparecida en estos últimos años; la que tiene el fútbol en el punto de mira. El fútbol mueve cada vez más dinero - especialmente mediante los contratos televisivos que obligan los aficionados de los grandes clubs europeos a asistir a sus estadios en aquellos horarios, extemporáneos, que más convienen a las televisiones asiáticas -. Donde hay dinero hay corrupción; nada nuevo, "mucho hace el dinero" nos dejó dicho el Arcipreste. Y donde hay corrupción allí llega la novela negra para destripárnosla y que la entendamos. Así que Philip Kerr que, con el detective Bernie Gunther, supo encontrar en la Alemania nazi una adecuada intersección entre la novela criminal y la novela histórica, encuentra ahora el filón del fútbol de la mano de Scott Manson, entrenador metido a investigador. Lo malo es que descaradamente lo afronta buscando más la rentabilidad económica que la calidad literaria. El resultado, en consecuencia, es decepcionante para cualquier seguidor de la serie de Gunther. ¿Un autor de este prestigio hace algún favor al género criminal escribiendo sólo "por la pasta" o no contribuye, por el contrario, al descrédito en el que algunos se empeñan en mantenerlo?.
Mercado de invierno (2014; RBA, 2015), tanto respecto a su investigación criminal como en lo referente al fútbol, combina páginas estupendas con otras bastante más mediocres. Páginas que podrían ser algunas menos si su narrador entrenador investigador fuera un poco menos verborreico. Parece al principio que la novela nos va a destapar toda la corrupción de la FIFA, de los contratos televisivos y/o de las apuestas deportivas, pero acaba derivando hacia asuntos mucho más domésticos. La verosimilitud se resiente porque reúne a la vez demasiados tópicos futbolísticos; el London City, club protagonista de la historia, ha ascendido rápidamente en pocos años hasta la Premier gracias al dinero de su dueño, un millonario ucraniano de oscuro pasado, el entrenador asesinado es un portugués atractivo, inteligente y provocador, los futbolistas son necesariamente infantiles y de escasa capacidad intelectual, los aficionados derrochan pasión por sus colores, que les dan la vida.
Y Scott Manson: escocés con ascendencia alemana y también negra, que fue defensa en el Arsenal hasta que su carrera se vio truncada por una condena por violación que, finalmente se demostró falsa, razón que le lleva a odiar a la policía - lo que no le impide ligarse a una policía si se tercia -. De su año y medio en la cárcel conserva algunas amistades que son sus mejores consejeros y ayudantes. Con estudios universitarios, es políglota. En pleno mes de enero, recién salidos de la maratón de partidos navideños de la liga inglesa y abierto el mercado de invierno, y muerto el entrenador, el dueño del equipo ofrece el puesto a Manson - segundo entrenador - pero además le solicita que se ocupe de resolver el crimen en una investigación privada y ajena a la policial. En apenas unos días - en los que para colmo le deja la novia, harta de no disfrutar los fines de semana por culpa del fútbol -, Manson, que también tiene tiempo de aconsejar al joven delantero del equipo que no haga pública en el vestuario su homosexualidad porque ese asunto sigue siendo tabú entre los jugadores (no obstante, el chico sufre erecciones descomunales en la ducha) -, demuestra su solvencia en el banquillo en varios partidos y resuelve el caso de la muerte de su amigo con brillantez y, eso sí, sacándose un as de la manga al viejo estilo de la novela policiaca clásica.
Una más, difícil de entender por muy moderna que sea la arquitectura del estadio pagado por el ucraniano. ¿Cómo puede ser que un palco vip que en su parte delantera está muy próximo al césped, cinco metros de altura, en su parte trasera se encuentre elevado casi veinte metros respecto al nivel del suelo; será el único estadio del mundo en el que el terreno de juego se encuentra elevado y no hundido respecto al nivel exterior del suelo?
En fin, todo junto, demasiado. No obstante la novela se deja leer y nos deja un dilema ¿Mercado de invierno acerca a la literatura a aficionados al fútbol o alimenta, sin pretenderlo, el tópico del fútbol alejado de la cultura? Nos deja también alguna curiosidad histórica - una ley británica de 1865 relativa a los primeros automóviles establecía que una persona armada con una bandera roja debía preceder en sesenta metros al coche avisando así del peligro que se acercaba -, y alguna cita o comentario interesante:
De hecho, si fuera tú, dejaría de tuitear. Sólo los gilipollas le prestan atención a Twitter".
Inglaterra le ha dado muchas cosas buenas al mundo, pero el fútbol es el mayor regalo de todos".
Las aventuras de Manson continúan en La mano de Dios, recién editada. Salvo, quizás alguna novela publicada en las colecciones populares de novela policiaca o de novela deportiva, el único, o al menos más destacado, precedente de la simbiosis entre novela criminal y fútbol es El delantero centro fue asesinado al atardecer (1988), caso investigado por Pepe Carvalho  - Vázquez Montalbán, siempre un adelantado -. Por entonces el delantero centro del Barcelona era Gary Lineker, uno de los grandes caballeros del fútbol, y el entrenador Terry Venables. Venables, junto al periodista Gordon Williams, había escrito (con el seudónimo conjunto P. B. Yuill) en la década anterior una serie de tres novelas policiacas protagonizadas por el detective James Hazell, que habían sido llevadas a la televisión (26 capítulos) en Inglaterra y que, aprovechando las circunstancias - la presencia de Venables en el Barça y el auge de la novela negra en aquellos años - publicó Destino.

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