jueves, 28 de abril de 2016

Manuel Longares, No puedo vivir sin ti

Manuel Longares (Madrid, 1943) es uno de los escritores españoles de más exquisito estilo y prosa más cuidada; seguramente su Romanticismo (2001) es una de las mejores novelas de lo que va de siglo XXI. Autor de una obra sólida, prolongada, aunque no excesivamente amplia, goza del prestigio de la crítica aunque su nombre no es uno de los más populares de nuestra narrativa.
No puedo vivir sin ti (1995) es la cuarta de sus novelas. Es un ejercicio de estilo, pero no de estilo pedante como Intemperie, sino de estilo verdaderamente literario, de dominio lingüístico y narrativo, de exhibición de la valía de su escritor. Para el lector es también un ejercicio; de lectura gozosa, de recreo en los meandros de la prosa precisa de Longares, que se complace y se demora en su sintaxis y en sus descripciones, en el uso del fino humor, en la muestra de la mejor retórica adornada con el vocablo más coloquial y cheli, en la presentación natural de los aspectos cómicos y/o grotescos de la realidad cotidiana traídos ante él en una prosa de aroma decimonónico - suele decirse que galdosiano -. Pero digo que es un ejercicio porque ciertamente No puedo vivir sin ti es buen ejemplo de cómo se escribe (de la única manera posible, sin ínfulas y con sencillez) y de cómo se disfruta de lo bien escrito, pero igual de cierto es que la novela bien podría ser algo más corta, contarse en menos páginas sino fuera por el gusto estilístico de Longares por la pausa y el circunloquio.
Estamos en el verano del 93. La acción discurre, como una temporada futbolística, hasta la primavera siguiente. Mónica es una muchacha huérfana, que vive, en Carabanchel, no muy lejos del estadio Vicente Calderón, con su hermana, su cuñado y su sobrino - con el que comparte habitación -, ayudando en la casa y en el bar del cuñado, enamorada del Atleti de Madrid. El Atleti es su vida, es su pasión. No gasta más ropa que su perenne camiseta rojiblanca, y su tiempo libre en escuchar los programas deportivos radiofónicos. Su perrita Colchonera es su compañera de fatigas; le acompaña los domingos a tirarle penaltis al sobrino en el descampado, viste orgullosa - es de suponer - el ropaje rojiblanco en que Mónica la embute... El amor de Mónica por el Atlético de Madrid se hace carne en Titán, el delantero centro del equipo, paciente de una lesión que se prolonga desde hace más de un año, desde que un defensa salvaje le entró brutal junto al córner del fondo norte. Mónica, que sufre la prolongada lesión del ídolo, comprende que sólo sanará con su amor y su atención. Así, resuelta con la convicción en los propios actos sólo posible en un seguidor atlético, dedica cada segundo del escaso tiempo que le queda, en su vida de cenicienta, entre la limpieza del bar, la de la casa y la atención a la hermana, enferma desde el otoño, a intentar conocer personalmente a Titán y ofrecerle su amor y servicios a fin de lograr su curación. Descubrirá Mónica que Titán vive cerca del barrio y logrará presentarse en su casa.
Paralelamente, el bar del cuñado, por el que desfilan los parroquianos habituales de todo garito de su condición, es sede del equipo del barrio - que el cuñado preside -. El final de la temporada, en el que el equipo lucha por ser campeón se cruza en primavera con la muerte de la hermana y la relación de Mónica con Titán. Y así, todo se precipita hacia el final rápido, triste, sorprendente e inesperado del que tenemos noticia, como de todo lo demás gracias a la crónica que de todo ello nos hace, como el que se pone a contar motivos de un sentimiento, el juez de instrucción que interrogó a Mónica en el día de autos.

martes, 19 de abril de 2016

Edwin Winkels, El último vuelo

Luciano Otero atisbó entre la niebla el rojo y el amarillo de la bandera de España pintada en la cola del avión. El accidente, en la sierra de Guadarrama, se había producido cuarenta horas antes, el jueves 4 de diciembre de 1958 a las seis y veinte de la tarde. Cuando Luciano se acercó a los restos del avión, una mujer se encontraba sentada en una roca intentando protegerse de la nieve con un paraguas. Estaba muerta. Era Maribel Sastre Bernal, la azafata. Tenía dieciocho años y había ingresado en Aviaco en junio.
Pensaríamos que la censura franquista hizo lo posible por ocultar o minimizar el siniestro. Sin embargo, la cobertura mediática fue amplia; basta curiosear en internet la hemeroteca de ABC y de La Vanguardia para comprobarlo. Se afirma en El último vuelo que, a diferencia de los ferroviarios, en los accidentes de aviación siempre se puede culpar al piloto o, en todo caso, a la meteorología y por ello no se censuraba la información. También es fácil encontrar reportajes publicados en los últimos años sobre el accidente.
A Edwin Winkels (Utrecht, 1962), afincado en Barcelona desde 1988, periodista de El Periódico, le llevó a interesarse por este accidente ocurrido hace más de medio siglo la singular tumba de Maribel Sastre en el cementerio de Montjuic. Investigó sobre el accidente y el resultado es esta novela que Ediciones B ha publicado en 2016 y que en Holanda apareció en 2014.
Aviación y Comercio - Aviaco - había comprado varios aviones, ya viejos - fueron diseñados en 1936 -, a Air France. En concreto, el que nos ocupa, el EC-ANR, tenía ya 4928 horas de vuelo en septiembre de 1956 cuando lo compraron. Este fue el quinto accidente de Aviaco desde su fundación apenas diez años antes.
Dice Winkels en el prefacio de su novela que casi todos sus personajes existieron y aparecen con sus nombres auténticos y que casi todos los hechos que se narran ocurrieron como se dice. Pero que las palabras y pensamientos de los personajes son de su cosecha. La casi totalidad de la novela son palabras y pensamientos de los personajes. Así las cosas, resulta difícil saber qué hay de cierto y qué de ficción en El último vuelo. Pero importa poco, porque Winkels ha sabido resolver con eficacia la dificultad de hablarnos, con fidelidad a los hechos, de un accidente que nos resulta lejano. En términos fílmicos, lo que ha escrito Winkels es un magnífico docudrama. No se trata, claro, de una joya literaria pero El último vuelo es un libro que resultará interesante y emocionante a cualquier lector.
Es acierto del autor el tono melodramático de su relato que permite que leer las peripecias de los fallecidos en aquel accidente de hace casi sesenta años nos resulte tan conmovedor como lo fue cuando leímos en El País las vidas de todos los fallecidos en los atentados del 11 de marzo o cuando escuchamos cómo cualquier casualidad ha librado, o no, a alguien de un accidente o un atentado. Y es acierto del autor la estructura narrativa de la novela, que alterna capítulos de tres relatos distintos: el monólogo interior de Maribel Sastre a lo largo del día de la tragedia, la vida de su madre en 2002 con el recuerdo siempre presente de su hija y la historia de la familia Castillo Gesteira viviendo el día en que por fin se van a reunir con sus hijas.
Maribel Sastre fue una hija única muy querida por sus padres. Buena hija, bien educada, guardó desde pequeña su ilusión de ser azafata y procuró aprender inglés y francés. Cuando vio en el periódico una convocatoria de Aviaco no lo dudó, a pesar de los temores de su madre. Ana, la madre de Maribel, hasta su muerte en 2004, dedicó su vida al recuerdo de su adorada hija. El 4 de diciembre de 1958 hizo un día de perros y el vuelo de Aviaco de Madrid a Vigo tuvo que aterrizar primero en Santiago de Compostela. El piloto no se presentó en Barajas y fue sustituido por José Calvo Nogales, el jefe de los pilotos de Aviaco, el más experimentado, con diez mil horas de vuelo. En consecuencia, el vuelo de Vigo a Madrid se fue retrasando a lo largo del día. El tiempo no mejoraba y, al parecer, Calvo se negó a volar en esas condiciones meteorológicas porque consideraba que - con las condiciones de la nave - había un gran peligro de que las alas del avión se congelaran al superar la sierra de Guadarrama. Pero sus jefes le obligaron; el vuelo de Iberia había salido de Vigo (pero el avión de Iberia era un DC 3). Maribel tenía que atender a los dieciséis pasajeros; un viajante que debía tomar en Madrid otro vuelo a Barcelona, un hombre que, contra el consejo de su mujer, decidió viajar en avión para no llegar tarde al nacimiento de su hijo... Pero debía atender especialmente a dos niñas, Josefa y Esther Castillo Gesteria, de diez y nueve años. El matrimonio Castillo Gesteria había emigrado a Madrid en 1953, en busca de una vida mejor. Él había obtenido una plaza de cartero y ella se empleó como limpiadora en un colegio de monjas. Al cabo de cinco años de sacrificio, habían conseguido el dinero suficiente para pagar el viaje en avión de sus dos hijas pequeñas, que habían dejado al cargo de los abuelos y a las que no habían vuelto a ver en esos cinco años.
La novela acaba con los últimos pensamientos de Maribel. Es lógico y coherente y, seguramente también lo más respetuoso. Pero, después de haberla acompañado durante la novela, al lector le hubiera gustado compartir con Emilia Gesteira el momento de recibir la noticia definitiva.
Hay en El último vuelo algunos pequeños errores históricos y se puede reprochar que todos los personajes se expresen igual - pero es que lo importante no es caracterizar a los personajes sino hacerlos vehículo de la historia, del drama y el dolor; privilegia por eso el autor el relato y el tono melodramático -, quizá resulta un poco extraña la manera de cerrar la historia de Ana Bernal, la madre de Maribel (lo mismo es completamente verídica), chirría el interés del narrador por poner en palabras de sus personajes explicaciones y juicios sobre el franquismo y la España de entonces, pero, como ya se ha dicho, es una novela conmovedora que se lee de un tirón. Edwin Winkels ha sabido, con la prosa ágil de un buen reportero, a partir de un hecho bastante lejano, contarnos una historia cargada de interés para cualquiera que comience su lectura.

lunes, 11 de abril de 2016

Laurie Colwin,Tantos días felices

Una pareja en Central Park en 1973.
Tantos días felices. Un hermoso título; corresponde a una novela de Laurie Colwin (Nueva York, 1944 - 1992) publicada en 1978, que Libros de Asteroide ha publicado en 2015 en esa excelente labor de presentarnos interesantes autores - en muchos casos estadounidenses - cuya obra no se ha publicado antes en castellano. El título es hermoso y la novela tiene un agradable tono de comedia ligera y el estilo cuidado y sencillo de la prosa norteamericana, de manera que resulta una lectura amable. Pero fría.
Los personajes, pijos de Manhattan, sin duda, resultan simpáticos, pero son tan peculiares y "raritos" que resultan también lejanos, por mucho que el amor sea universal. Por eso, la novela resulta fría; es divertida pero no nos dice nada que nos emocione y se tarda demasiado tiempo, casi hasta el brindis final por la amistad y una vida maravillosa, en tomarles cariño a estos personajes, que además de felices son buena gente.
Guido Morris y Vincent Cardworthy son amigos de toda la vida y parientes lejanos (primos terceros). En gran medida, por su carácter y personalidad, son complementarios. Son chicos de familia bien y vida desahogada. Ambos acaban enamorándose de mujeres excéntricas, cada una a su manera, Holly y Misty. La novela narra sus respectivas historias de amor, sus bodas y sus felices matrimonios. Mientras les rodean otras parejas de enamorados no menos peculiares; un profesor universitario liado con una joven estudiante (invitados a cenar en casa de Guido y Holly, la muchacha pasa la velada, después de quitarse los zapatos, tejiendo con dos agujas y un ovillo de lana sentada en el sofá sin participar en la conversación), Stanley, el primo de Misty enamorado de una mujer mayor (de esas personas que comen raíz de loto y algas y llevan pesas en los tobillos para fortalecer los gemelos...) o la extraña secretaria capaz de leer el aura. Al margen de alguna referencia genérica que nos permite situar su acción en Nueva York, la novela no presenta más localizaciones que el interior de las casas (las cocinas, las mesas del salón regadas con champán) y oficinas en que viven y trabajan los personajes. No hay tampoco referencias temporales, de manera que imaginamos la acción en los años setenta - cuando fue escrita la novela -, pero nada impide que no pudiera desarrollarse veinte años antes. De este modo, el relato se centra en los momentos que los personajes pasan juntos y en sus diálogos. No hace falta espacio ni tiempo, basta con la burbuja de felicidad que envuelve a estos treintañeros inseguros pero contentos. Por el contrario, son imprescindibles los diálogos sobre los que se construyen los personajes y en los que radica lo mejor de Tantos días felices: el estilo brillante e contenido de Laurie Colwin, elegantemente adornado de humor fino y frases inteligentes.

domingo, 3 de abril de 2016

Ota Pavel, Carpas para la Wehrmacht

Leo Popper, después de la guerra.
Otto Popper, que firma como Ota Pavel pues su familia se cambió el nombre tras la Segunda Guerra Mundial, nació en 1930 en Praga, donde murió a causa de un infarto en 1973. Era hijo de padre judío y madre católica y el menor de tres hermanos. En 1964, mientras se encontraba en Innsbruck informando de los Juegos Olímpicos de invierno - era periodista deportivo - comenzó a manifestársele una enfermedad maniaco depresiva por la que fue hospitalizado. Ingresado en la unidad psiquiátrica, escribió un serie de relatos que fueron recogidos en dos libros; La muerte de los corzos hermosos (1971) y Cómo conocí a los peces (1974). Algunos de esos relatos han sido llevados al cine en Checoslovaquia. Hoy Ota Pavel sigue siendo un escritor muy popular en la República Checa.
Sajalín ha introducido a esta autor en España publicando estos dos libros de relatos; el segundo, Cómo llegué a conocer a los peces, en 2012 y el primero optando por el título de otro de los relatos que lo componen - menos lírico pero más atrayente para el lector en la mesa de novedades de las librerías -, Carpas para la Wehrmacht, en 2015.
Carpas para la Wehrmacht esta formado por nueve relatos, pero, en realidad, podríamos considerarlos nueve capítulos de una sola historia. La de Leo Popper, el padre de Ota Pavel, vista desde los ojos de su hijo Otto. Los primeros relatos, llenos de humor, alegría e inocencia infantil nos hablan de Popper cuando era el mejor vendedor de neveras y aspiradoras de Electrolux - no sólo en Bohemia, sino en el mundo entero - mientras Otto era un niño de poco más de cinco años. Luego, los dos mejores relatos del libro - "La muerte de los corzos blancos" y "Carpas para la Wehrmacht" - toman un tono conmovedor para hablarnos de la ocupación alemana y el traslado del padre y los dos hermanos mayores (su edad y no estar circuncidado libraron a Otto) a los campos de concentración - Terezín, Auschwitz, Mauthausen -. Finalmente, el relato se torna triste - ahora ya Otto es un adolescente de casi dieciocho años - en los últimos relatos en los que vemos como el soñador Leo Popper - en contraste siempre con su realista esposa - envejece desilusionado por el gobierno comunista que recibió con esperanza y que le desconsoló con los fusilamientos de Margolius y los otros implicados en el caso Slansky. Sin perder su unidad estilística, el libro evoluciona, como la vida, sin perder la sonrisa, de la limpia mirada y la inocencia de la infancia a la contemplación emocionada de la vejez de los padres.
Poco más de cien páginas le valen a Ota Pavel para dejarnos una lectura mucho más alegre y llena de ternura que los acontecimientos que relata. Un estilo sencillo y fluido, antirretórico, para dejarnos, en un hermoso libro dedicado a su paciente madre, un recuerdo modesto y brillante, de su padre, un hombre feliz que tuvo siempre en su afición a la pesca el agarradero para los malos tiempos.
Con la tecnología de Blogger.