jueves, 31 de diciembre de 2015

Marga Minco, La hierba amarga

Gueto judío de Amsterdam.
La hierba amarga es el testimonio de Marga Minco (seudónimo de Sara Menco, nacida en Breda en 1920) de la ocupación nazi de Holanda. Como otras obras testimoniales sobre el holocausto, no se publicó hasta pasada una década del fin de la guerra; 1957. Para nosotros es otro de esos descubrimientos que nos ofrece Libros del Asteroide, que en 2007 lo publicó por primera vez en castellano.
Se trata de un relato breve dividido en cortísimos capítulos. No se trata, en este caso, de historias tan duras como las que nos cuentan supervivientes de los campos de concentración como Primo Levi o Joaquim Amat-Piniella o quienes vivieron la guerra escondidos como Ana Frank. Pero no por ello resulta un testimonio menos conmovedor. Al revés incluso. Conmueve - sabiendo lo que la escritora sabe y los lectores sabemos - la ingenuidad con la que la familia Minco afronta la ocupación, las prohibiciones, el desplazamiento de los padres al gueto de Amsterdam, las detenciones... Conmueve imaginar el sentimiento de culpa de Marga Minco, que huyó cuando los alemanes vinieron a por sus padres, que se salvó cuando fue detenida su cuñada y su hermano se entregó. Conmueven las elecciones de la autora; el tono sencillo del relato, su brevedad y condensación, y aquello que decide callar. Conmueve imaginar cuantos judíos se resistieron a creer lo que se contaba y pensaron que embarcarse en los camiones del ejército alemán abandonando sus casas sin siquiera echar la llave no era muy distinto a salir de excursión con los padres escolapios, una oportunidad de conocer otros lugares de Europa. Y conmueve, también, el valor de quienes arriesgaron sus vidas proporcionando refugio a quienes escapaban del horror nazi.
Marga Minco sobrevivió a la guerra con identidad falsa acogida por diversas personas. Tras la liberación sus padres, su hermana, su hermano y su cuñada habían muerto; de su familia sólo ella sobrevivió. Desarrolló luego su vida de periodista y escritora.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Amélie Nothomb, Cósmética del enemigo

Un hombre se dispone a leer para pasar el tiempo tras anunciarse el retraso de su vuelo cuando un desconocido se sienta a su lado y comienza a hablarle. Naturalmente, el viajero intenta evitar al pesado. Pero hablar al de la lado no está prohibido por ninguna ley y nada puede hacer el invadido. Nada, salvo acabar entrando en el juego y dar la réplica aunque sea, en un principio, con monosílabos y evasivas. Poco a poco la conversación irá tomando cuerpo y el viajero, a su pesar, participará en ella. El pesado acabará confesando una violación cometida hace veinte años y un asesinato cometido hace diez años; ese mismo día, el 24 de marzo de 1999, se cumplen diez años. Tanto el viajero como el lector recibirán luego alguna otra sorpresa a medida que el relato del pesado cobra algunos giros.
Nothomb nos presenta el diálogo entre sus dos personajes de manera teatral, con intervenciones mínimas del narrador; las imprescindibles para introducir y cerrar el relato y alguna pequeña explicación en dos o tres momentos de la conversación. Más allá de la austeridad narrativa y de la originalidad del planteamiento, nada del otro mundo en esta novela - por mucho que lo pretenda y por mucho éxito que tuviera en 2001 - de Amélie Nothomb. Muy lejos de la interesante Una forma de vida, de la que ya hablamos aquí. Anagrama publicó Cosmética del enemigo por primera vez en 2003.

martes, 15 de diciembre de 2015

Chrétien de Troyes, El Caballero de la Carreta

William Hatherell, El rescate de Ginebra.
La "materia de Bretaña" es, quizá la aportación más importante de la literatura medieval. Llamamos así a las leyendas celtas y bretonas que recogen las aventuras del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda y que fueron fuente de inspiración de diversos autores medievales.
Chrétien de Troyes (h. 1135 - h. 1190) fue el más importante de esos autores. María de Champaña fue su protectora, y lo fue también de Andrés el Capellán, cuya obra De amore puso las bases del amor cortés que guió los versos de los trovadores provenzales.
El Caballero de la Carreta nos relata  una de las historias del ciclo artúrico; Meleagante se lleva de la corte de Arturo a su esposa Ginebra y la mantiene secuestrada. El caballero Galván sale en rescate de la reina y en el camino encuentra a un misterioso caballero que viaja también con el mismo propósito y para ello no duda de hacerlo en una carreta, a pesar del deshonor que ello supone (en carreta se llevaba, a la vista de todos, a los condenados). Lo hace pues es un sacrificio al que le obliga su amor.
Ambos caballeros deciden, para salvar cuanto antes a la reina, seguir cada uno un camino; uno el más largo, otro el más peligroso. El caballero de la carreta seguirá el peligroso; debe afrontar el imposible paso del puente de la espada. A partir de aquí el relato sigue a esta caballero, cuya misteriosa identidad su guarda celosamente.
El Caballero de la Carreta, además de su asunto artúrico, nos ofrece también un ejemplo perfecto del amor cortés. Pues es el amor por Ginebra el que mueve a Lanzarote del Lago - el caballero misterioso que viaja en carreta - en todos sus actos. Y su comportamiento - guiado por Generosidad y Piedad, por Muerte y Vida, por Cobardía y Valentía, por Amor, por Fortuna - y el de Ginebra se ajustan siempre a las reglas del amor cortés.
En El Caballero de la Carreta lo real y lo fantástico se mezclan en con absoluta naturalidad en un relato dinámico y divertido en el que le lector goza de las aventuras de los personajes, que se diría, al margen de lo que pase, son gente feliz y simpática carentes de atormentadas psicologías, que aceptan el devenir de los ellos con la misma normalidad con la que aceptan el código de caballería y la presencia de elementos fantásticos en el mundo.
El libro, escrito por Chrétien de Troyes, fue acabado hacia 1180 por sus discípulo Godofredo de Leigni. La edición de Alianza Editorial se corresponde con la de la traducción moderna de Luis Alberto de Cuenca y Carlos García Gual que publicó Labor por primera vez en 1976 y luego han reeditado otras editoriales.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Maj Sjöwall y Per Wahlöö, El policía que ríe

Imagen tomada en Estocolmo el 2 de septiembre de 1967,
el último día de circulación por la izquierda en Suecia.
A las once de la noche del 13 de noviembre de 1967 se produce la mayor matanza de la historia de Suecia; un hombre armado con una metralleta asesina a todos los pasajeros de un autobús. Estamos ante el cuarto caso del comisario Martin Beck; El policía que ríe (1968). Entre los pasajeros asesinados se encuentra Strenströn, uno de los subordinados de Beck, que, armado y fuera de servicio, viajaba en el autobús sin que nadie sepa por qué. Apenas dos meses antes, los autobuses han sustituido a los tranvías en Estocolmo y se ha adaptado la circulación por la derecha.
La investigación avanzará sobre la hipótesis de que el autor es un psicópata - como en las frecuentes matanzas norteamericanas -. Pero se estancará y Beck y los suyos abrirán nuevas líneas de investigación; ¿qué hacía Strenströn en el autobús?
Sin conocimiento de nadie, Strenström llevaba desde el verano - apenas han tenido trabajo desde que  detuvieron al hombre del balcón - investigando un viejo crimen que había quedado sin resolver en 1951. Seguir los pasos de esa investigación llevará a Beck y los suyos a resolver aquel asesinato y esta matanza.
El policía que ríe, que toma su título de una vieja canción de 1922 de Charles Penrose, es una obra maestra del subgénero del procedimiento policial. Maestría que radica en la técnica narrativa objetivista (de la que ya hemos hablado respecto a las novelas anteriores de la serie) y en el estilo conciso y directo que mantiene al lector ansioso por saber. En cuanto a saber; de la vida de Martin Beck, se nos dice poco esta vez, pero sabemos mucho; ahora duerme en el sofá del salón.
La novela, como las otras de la serie, nos enseña que mientras nosotros pensábamos que Suecia era el paraíso y de allí venían aquellas turistas rubias que llenaban nuestras playas, Suecia era, en realidad, algo igual de lejano para nosotros entonces; una sociedad capitalista desarrollada. Y eso implica que en sus calles campan niños que ya no aprenden buenos modales en el colegio, policías que se dejan barba, la delincuencia, la prostitución, los inmigrantes extranjeros que se hacinan en pisos de camas calientes por las que pagan precios abusivos... y, naturalmente, el consumismo navideño:
La sociedad de consumo y sus agobiados ciudadanos tenían otras cosas en las que pensar. Aunque todavía faltaba más de un mes hasta Navidad, la orgía publicitaria había comenzado ya y la histeria consumista se extendía rauda e inexorable como la peste negra por las calles comerciales engalanadas. La epidemia resultaba irresistible y no había lugar alguno al que huir. Invadía casas y pisos, envenenando y sometiendo todo a su paso. Los niños lloraban de hartazgo y los padres de familia estaban ya endeudados hasta el verano siguiente. Venía a ser una especie de tocomocho legal que alcanzaba en estos momentos su pleno apogeo.
Y nos deja una reflexión sobre la policía y su trabajo en una sociedad así:
- Se debe a que la policía es un mal necesario - sentenció Melander -. Todas las personas, incluidos los criminales profesionales, saben que en determinadas situaciones la policía es su único recurso. Cuando un ladrón se despierta por la noche y oye ruidos raros en el sótano de su casa, ¿qué hace?. Por supuesto, llamar a la policía. Pero cuando no se dan tales circunstancias, la mayor parte de la gente reacciona con miedo o desprecio cuando la policía, de un modo u otro, se mete en su vida o viene a perturbar su tranquilidad.
- O sea, que si tuviéramos poco, debemos sentirnos como un mal necesario - dijo Kollberg malhumorado.
- El quid de la cuestión - continuó Melander imperturbable - es el carácter paradójico del propio oficio de policía: por un lado, presupone el más alto nivel de inteligencia, así como unas cualidades  físicas, psíquicas y morales extraordinarias en quienes lo desempeñan; pero, por otro lado, no ofrece nada capaz de atraer a personas semejantes.
El policía que ríe fue la primera novela de Sjöwall y Wahlöö que trascendió fuera de Suecia. En España la publicó Noguer como El alegre policía en 1972. Fue adaptada al cine en 1973, en una película protagonizada por Walter Matthau, que en España recibió el sorprendente título de San Francisco, ciudad desnuda.
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