martes, 31 de diciembre de 2013

Franz Werfel, Una letra femenina azul pálido

Pablo Picasso, Mujer melancólica (1902).
Hoy las cartas no nos traen más que recibos encarecidos de la luz y resguardos bancarios, ya ni siquiera llegan christmas. Lo inesperado nos sorprende por teléfono y la desgracia nos aborda con el sonido intempestivo del móvil. Pero hubo un tiempo en el que cada mañana el correo nos podía cambiar la vida para siempre. Es lo que le pasa, por ejemplo al escritor R. cuando, de vuelta de un paseo por las agradables calles de Viena, le espera en casa una Carta de una desconocida - Stefan Zweig, 1927 - que le pone al día de tantas cosas sobre su propia vida de las que nunca tuvo la menor idea. Lo mismo le pasa una mañana de octubre de 1936, también en Viena, a Leónidas, el protagonista de Una letra femenina azul pálido (1941).
Leónidas, hijo de un vulgar catedrático de latín, es funcionario del ministerio de Educación y se casó, con separación de bienes por deseo de él, con una joven - ella se enamoró profundamente de él - perteneciente a una de las más ricas e importantes familias de Europa. Entre las cartas que le felicitan por su quincuagésimo cumpleaños, se haya una no escrita a máquina sino por una mano femenina cuya letra reconoce de inmediato; es la de una mujer con la que tuvo una relación pocos meses después de casarse, hace dieciocho años. Vera, esta mujer, de origen judío, se dirige a él, en su condición de funcionario, para pedirle, por favor, que ayude a un joven a salir de Alemania. La feliz vida de la sociedad vienesa de entreguerras se tambalea; la sombra de Hitler y del nazismo se extiende, aunque en Una letra femenina azul pálido no se explicite.
Desde que lee la carta de Vera después del desayuno, acompañamos a Leónidas durante todo el día; a su trabajo en el ministerio, a su vuelta a casa para comer con su mujer Amelie. a su encuentro con Vera en el hotel en que se aloja, a la ópera por la noche. Y acompañamos a Leónidas también en el fluir de sus pensamientos; la carta, lógicamente, no le deja pensar en otra cosa. Recuerda que ya hubo otra carta de Vera, quince años antes, que, en aquella ocasión no abrió, recuerda que había conocido a Vera unos años antes de su relación... A cada conclusión evidente que realiza Leónidas - sobre qué pretenda Vera, sobre quién sea el joven de diecisiete años, sobre cómo debe actuar él... - responde el narrador con una sorpresa, con un giro inesperado, con un planteamiento de los hechos opuesto al imaginado por Leónidas...
El lector disfruta de los giros del relato de esta breve novela perfectamente construida. El estilo conciso y breve, la carga del relato sobre las palabras o pensamientos del protagonista, las escasas descripciones y digresiones, la presencia, sin embargo, poderosa del autor moviendo los hilos de la realidad de manera que, por firme que sea la personalidad y la resolución del personaje, éste se vea zarandeado como un pelele, recuerdan a otras novelas de autores centroeuropeos contemporáneos, e incluso amigos, de Werfel, como Zweig o Kafka. Pero en estas mismas características de Una letra femenina azul pálido encontramos resonancias nivolescas que nos recuerdan a Augusto Pérez, a don Sandalio, a Avito Carrascal y los demás personajes de las "nivolas" de Unamuno.
Franz Werfel (Praga, 1890 - Beverly Hills, 1945), praguense y judío como Kafka, también como él escribió en alemán. Werfel cultivó tanto la novela como la poesía y el teatro. Tras el anschluss en 1938 abandonó Viena y se trasladó primero a Francia y después a California. A pesar de no ser un autor demasiado conocido, su obra ha tenido en España una recepción relativamente amplia, especialmente desde que Anagrama publicara por primera vez Una letra femenina azul pálido en 1994.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Yoram Kaniuk, 1948

Yoram Kaniuk (tercero por la izquierda) en 1948.
Tras la Segunda Guerra Mundial, judíos de toda Europa viajaban en barco camino de Palestina, todavía bajo el mandato británico. Eran inmigrantes ilegales, pues Inglaterra restringía su entrada en Israel. En el verano de 1947, uno de esos barcos, el Exodus, fue obligado a regresar a Francia, de donde había partido; su historia es bien conocida gracias a la novela homónima de 1958 de Leon Uris y su versión cinematográfica de 1960 de Otto Preminger. Tras el incidente del Exodus, la ONU acordó  el 29 de noviembre la partición de Palestina en dos nuevos Estados; uno árabe y otro judío. La partición no satisfacía a los países árabes y se inició en 1948 la primera guerra del conflicto árabe-israelí que, desde entonces, pervive hasta hoy.
El Palmaj, una fuerza paramilitar creada en 1941 por los británicos para defender Palestina de una posible invasión nazi, se convirtió en 1948 en un informal ejército formado por jóvenes con escasa preparación militar dispuesto a alcanzar la independencia de Israel y fundar el primer Estado judío de la historia. Proclamada la independencia de Israel el 14 de mayo de 1948, se produjo el ataque árabe pocas horas después.
Pocos meses antes de acabar el bachillerato, Yoram Kaniuk, abandonó los estudios para incorporarse al Palmaj. 1948 (2010; Libros del Asteroide, 2012) es el relato que, sesenta años más tarde, Kaniuk hace de sus recuerdos de entonces. Ni siquiera asegura a ciencia cierta qué recuerdos realmente lo son y cuales los ha ido formando a lo largo de estos años. No importa mucho que los recuerdos sean fieles a los hechos; libros y películas exquisitos, historiadores eruditos
enmascaran el pasado a fin de que sea eso lo que se recuerde".
Ocurrieran los hechos así o de otro modo, 1948 nos trae los recuerdos de un muchacho de diecisiete años, nacido en Tel Aviv, aunque su familia provenía de Alemania, hijo de un matrimonio culto, miembro de Hashomer Hatzair, la organización juvenil de los sionistas socialistas. Recuerdos, en todo caso, que no nos hablan de heroísmo patriótico, sino de la confusión de ideas propia de la edad, la improvisación militar, la escasa preparación, el rechazo en ocasiones de sus compañeros por su origen social - "niño mimado de mamá"- o por su ideología de izquierdas; defiende un estado binacional, cree en la fraternidad (es decir, no odia a los árabes), del horror de la guerra, de los muertos que caen a centímetros de ti, de salvar la vida por los pelos, de matar, de matar - tú mismo - a niños inocentes, de ser herido y estar al borde de la muerte... Y también 1948 nos deja ver la división, y el enfrentamiento, de los judíos entre los sionistas, principales defensores de la creación del Estado de Israel, que hablan hebreo y lo reivindican como lengua nacional - lengua que durante siglos había quedado restringida a usos cultos y religiosos y fuera del uso cotidiano -, y otros sectores, contrarios al Estado de Israel, como los ultraordoxos, que hablan yidis y se niegan a emplear el hebreo. La lengua, como siempre, fundamento de una nación, arma de enfrentamiento ideológico.
Todo esto lo cuenta Kaniuk, desde el desencanto, con un lenguaje desenfadado, un estilo nada grave, como si la guerra fuera algo divertido. Y es que lo que refleja es la inconsciencia con la que él y tantos otros jóvenes se alistaron en una fuerza paramilitar con la intención de fundar un Estado, aunque no supieran qué era eso ni cómo hacerlo, la inconsciencia con la que se enfrentaron a la guerra y a la muerte formando un ejército que parecía, como suele decirse, "el de Pancho Villa". La reflexión queda en manos del lector.
Yoram Kaniuk (Tel Aviv, 1930 - 2013) es autor de una extensa obra que aborda con frecuencia el conflicto entre árabes e israelíes. En España la recepción de Kaniuk es escasa; Versal publicó en 1988 El buen árabe y Libros del Asteroide, además de 1948, El hombre perro en 2007, también publicada por Siruela en 2008. 

domingo, 15 de diciembre de 2013

Carlos Castán, La mala luz

Hay novelas que exigen del lector esfuerzos titánicos y el lector avanza por sus páginas, resiliente, soportando como Tántalo el peso de la piedra, si es que la piedra no le arrolla, le pasa por encima y el libro queda abandonado cogiendo polvo por cualquier rincón de la casa. Novelas de párrafos interminables capaces de ocupar uno solo de ellos decenas de páginas porque por su tinta se desparrama la verborrea del autor o del narrador, que igual da porque tanto uno como otro pueden padecer esa incontinencia, agravada muchas veces, por tasas bajísimas de coagulación. Así, no sólo los párrafos se alargan infinitamente como hilos de Ariadna, sino que las propias oraciones que los componen, una sola quizás, se enmarañan en una sucesión de comas, de nexos subordinantes, de citas culturalistas, sin encontrar punto alguno sino el punto final de párrafo seis páginas más allá, componiendo así un pantano cenagoso de letras movedizas del que el lector luchará por salir si es que no acaba viendo en él un panorama triste ideal para el propósito de un suicida como el que ve el protagonista de Morir con hormigas en la boca, de Miguel Barroso, desde la ventana de su hotel en Guanabacoa. Hay novelas que piensan que el lector no tiene familia, ni trabajo ni otras preocupaciones, no tiene otros gustos - ni otros gastos -, otras aficiones ni ocupaciones, que la vida del lector es tediosa como la de una marquesa rusa del siglo XIX en su casa de campo durante el largo invierno, como la protagonista de  Felicidad conyugal de Tolstoi, y piensan que el lector encontrará en ellas la única alternativa al aburrimiento. Párrafos interminables como los de estas novelas encontramos, por ejemplo, en las de Antonio Muñoz Molina; pero, naturalmente, no hablamos aquí de eso. Esos párrafos extensos de las novelas de Muñoz Molina son siempre poderosos como toda la prosa de nuestro mejor novelista, tienden al remanso y circulan por meandros, pero tienen un lugar al que llegar, están llenos de contenido, sirven a una trama, conforman una gran obra... Hablamos de novelas como La mala luz (Destino, 2013) de Carlos Castán, en cuyas primeras líneas sabemos que su narrador es un hombre separado que se ha trasladado a Zaragoza y ha entablado amistad con Jacobo, otro hombre en sus mismas circunstancias, pero algo mayor y más paranoico. Por fin, pasadas sesenta páginas de reflexiones y otras pajas mentales diversas, encontraremos al narrador en París decidiéndose o no a tirarse del mismo puente desde el que lo hiciera el poeta Paul Celan cuarenta años antes, pero sin saber de qué lado del puente lo hizo Celan. Parece entonces que por fin va a empezar la novela, la acción de la novela, pero es sólo un amago, una falsa alarma, hará falta que muera Jacobo, asesinado, ya mediada la novela, para que parezca que por fin algo se mueve. Cobra la novela algo de vida entonces, al indagar el narrador en las cosas del amigo y descubrir una mujer de la que nunca le había hablado. Una novela, La mala luz, de poco más de doscientas páginas en la que en algo más de doscientas páginas no pasa nada, - y cuando pasa nos encontramos un final nada creíble - por mucho que, en la cuarta de cubierta, el editor haya pretendido engañarnos prometiéndonos otra cosa. Claro está, hay en ellas, en las doscientas y pico páginas, momentos brillantes de reflexión, como la referencia al rescate de los mineros chilenos que fue apertura de todos los informativos durante una temporada en 2010, la vuelta a casa imaginaria de uno de ellos al que nadie espera porque vive solo y no tiene a nadie; como algunas referidas a la muerte o a la relación del narrador con su madre; como el recuerdo de esas mujeres con falda de princesa india, dedicadas al yoga, que solo aceptan la bici como medio de transporte, que echan a perder las ensaladas con levadura de cerveza, que dicen "pieza" para referirse a la fruta, que sólo cenan yogur, que son expertas en distinguir distintos tipos de mieles, como si la miel, todas las mieles, no fuera otra cosa que algo asqueroso y pegajoso, chicas que nada tienen que ver contigo ni con tu vida, tus gustos y tus aficiones, y a las que, sin embargo, te has tirado más de una vez. Hay novelas, como La mala luz, de las que está prohibido hablar mal, por el contrario hay que decir de ellas que son "obras de culto" o "literatura en estado puro" y que "indagan, con una voz personal y un lenguaje de alto lirismo, en lo más intrínsecamente humano" - y echarse a temblar -, porque decir otra cosa es delatarse como alguien de pocas neuronas a quien le gusta el fútbol u otras actividades semejantes en las que jóvenes ignorantes malgastan su tiempo sudando, o le gusta el cine americano, o, peor aun, le gustan, qué ordinariez, algunas series de televisión, incluso, en el colmo del asilvestramiento, puede que disfrutes comiendo carne. Nada de eso, si somos intelectuales, capaces de alejar nuestro alma del mundo concupiscible y de los gustos más vulgares, debemos proclamar, desde nuestra altivez aristocrática, que la literatura es esto y no las novelas en las que pasan cosas.
Carlos Castán (Barcelona, 1960) es autor de varios libros de relatos - el primero de ellos Frío de vivir (1998) -. La mala luz es su primera novela.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Horace McCoy, Debería haberme quedado en casa

Ralph, veintitrés años, comparte piso con Mona; es una manera de ahorrar gastos. Mona y Ralph son dos de los miles de jóvenes que abandonaron su casa en cualquier pueblo de Estados Unidos para buscar trabajo, dinero y fama en Hollywood, en el cine. Son los años treinta; los años dorados del cine, pero también los de la Gran Depresión y la corrupción política. El mundo del cine anda agitado, además, en el apoyo a los republicanos españoles y en el rechazo a Hitler.
En sus pueblos todo el mundo se acuesta temprano para hacer todas las mañanas lo mismo y todo el mundo está siempre pendiente de lo que hacen los demás. En Hollywood a nadie le importa lo que haces y cualquier día puedes encontrarte en una fiesta en Beverly Hills rodeado de estrellas de cine, famosos y periodistas. Cualquier día puedes encontrarte con una vida de lujo siendo gígolo de compañía de una señorona rica. El sueño, en cambio de triunfar como actor resulta más difícil de alcanzar. Incluso, simplemente, encontrar un insignificante papel de extra resulta imposible. Y más si tienes, como Ralph, ese acento sureño, de Georgia, que tan mal da en pantalla - acaba de nacer el cine sonoro -. Por eso, la mayoría de los días no sabes qué hacer para conseguir unos dólares y poder pagar el alquiler.
En sus pueblos, por supuesto, todos saben - porque eso cuentan estos chicos como Ralph y Mona en sus cartas - que ellos son triunfadores y actores de éxito. La realidad es muy distinta, por eso uno acaba pensando que mejor le hubiera ido si se hubiese quedado en casa. Pero volver ya es imposible.
Debería haberme quedado en casa (1937) es una novela con la que pasaréis un buen rato. Al mismo tiempo que sentiréis cierta amargura ante las miserias de Hollywood y una tierna pena solidaria con Ralph. Una lectura amena que no os defraudará.
Horace McCoy (Pegram, 1897 - Beverly Hills, 1955) es uno de los grandes - con Hammett y Chandler - de Black Mask, la revista con la que nació la novela negra. Como casi todos aquellos escritores, también trabajó escribiendo guiones para Hollywood. Es autor de novelas como ¿Acaso no matan a los caballos? - llevada al cine como Danzad, danzad, malditos - y Los sudarios no tiene bolsillos.
La recepción de McCoy en España es tardía; la primera edición de ¿Acaso no matan a los caballos? es en catalán, Edicions 62, en 1967. Península publicaría esta novela en castellano en 1973. En 1977, la imprescindible colección Libro Amigo, en su Serie Negra,, de Bruguera, publicó Debería haberme quedado en casa, pero bajo el título, quizá en honor de la película de 1932, Luces de Hollywood (crítica de Augusto Martínez Torres en El País). El mismo año, también Bruguera, publicó Di adiós al mañana. En 1987, otra colección mítica, fundamental en la recepción de novela negra en España, Etiqueta Negra, de Júcar, nos trajo Los sudarios no tienen bolsillos, que un año antes edita en catalán Edicions 62. Estas cuatro novelas de Horace McCoy se han ido reeditando, desde entonces, en distintas ocasiones. Las más recientes por Akal en Básica de bolsillo, en la que Debería haberme quedado en casa apareció en 2010.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Rafael Bernal, El complot mongol

Los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Richard Nixon se saludan
en la inauguración de la Presa de la Amistad el 9 de agosto de 1969.
Se cumplieron hace una semana cincuenta años del asesinato del presidente Kennedy. Un acontecimiento que marcó las vidas de cuantos lo vivieron, es decir, de todos los que estaban vivos aquel día: cualquier persona recuerda perfectamente dónde estaba, qué hacía el 22 de noviembre de 1963. Al cabo de medio siglo, que la autoría del crimen recaiga exclusivamente en Lee Harvey Oswald sigue sembrando dudas y las diversas  teorías conspirativas nos siguen resultando sugerentes para explicar uno de los hechos más relevantes de la historia del siglo XX, uno de esos que hicieron que todo fuera distinto a partir del día siguiente, Sin la convicción de que la muerte de JFK está verdadera y totalmente resuelta, no podemos descartar que la autoría del atentado correspondiera a Pepe Carvalho, personaje al que se la atribuye Manuel Vázquez Montalbán en Yo maté a Kennedy (1974). El crimen que marcó a una generación, sin duda inspiró a Vázquez Montalbán en la creación de Carvalho, pero, no debemos dudar de que también estuvo presente en la inspiración de Rafael Bernal al escribir El complot mongol (1969), en la que las referencias a Dallas son tan frecuentes como inevitables.
Filiberto García es un veterano (unos sesenta años) investigador y asesino profesional que realiza trabajos extraoficiales - "sucios" - al servicio de la policía y el gobierno corrupto de México. Faltan cuarenta y ocho horas para la visita a Ciudad de México del Presidente de Estados Unidos y los servicios secretos soviéticos han informado de que China planea un atentado, quizá durante la inauguración de una estatua por los mandatarios mexicano y norteamericano. A García se le encomienda la labor de trabajar junto a un investigador del FBI y otro del KGB - peculiar colaboración - para ver qué hay de cierto en la amenaza y desbaratarla. En el trasfondo del complot las relaciones internacionales entre Estados Unidos y la Unión Soviética, China y Cuba - que también entra en el juego - y entre los tres países comunistas entre sí. García descubrirá que existe un complot, pero otro distinto del que se le encargó investigar y, aunque será apartado de la investigación, seguirá en ella hasta el final. Naturalmente, no podía faltar, y no falta, una mujer de la que García se enamora pero a la que nunca puede atender - pinche maricón - porque entra en su vida en un momento frenético de trabajo; en estos dos días para salvar al presidente,  los muertos son cerca de veinte.
Aunque el relato evita cualquier precisión temporal, la acción es posterior a los acontecimientos ocurridos en la plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968. Durante las cuarenta y ocho horas de la acción de la novela el lector acompaña permanentemente a García, pues el narrador externo apenas aparece para situar las escenas e introducir los diálogos entre los personajes y la voz narrativa de la novela es el monólogo interior de García. Un monólogo cargado de fino humor y de expresividad y rico en coloquialismos mexicanos que resultan una delicia para la lectura. Capaz y gozáis de la novela.
Cuando Bernal escribe El complot mongol nace en la literatura mexicana la llamada "novela de la Onda" (así denominada despectivamente en alusión a la expresión "¿qué onda?" utilizada popularmente a modo de saludo). Inaugurada por José Agustín (Acapulco, 1944) en 1964 con La tumba, la Onda se caracteriza por el empleo de un lenguaje fresco, coloquial, soez si es necesario, y por reflejar la vida de los jóvenes y adolescentes urbanos y abordar temas como el sexo, la droga, el pop y el rock, la violencia o la guerra de Vietnam. Protagonistas adolescentes, lenguaje callejero, rechazo de la literatura tradicional y del gobierno del PRI... un escándalo, naturalmente para la crítica bienpensante de la época. Parece obvia la influencia de la californiana generación beat. Sin un conocimiento profundo de la Onda, creo que tanto por su lenguaje como por diversos temas que aparecen en la novela, El complot mongol resulta cercano a este movimiento literario de la Onda. Al margen de ello, en todo caso, está considerada como la novela inaugural de la novela criminal mexicana.
Rafael Bernal (México, 1915 - Berna, 1972) cultivó todos los géneros literarios y escribió una obra más bien extensa. En los años cuarenta escribió un par de relatos - Un muerto en la tumba y Tres novelas policiacas - que siguen los esquemas de la novela policiaca clásica, pero con El complot mongol - en el contexto social y político mexicano marcado por la matanza de 1968 - pasa a la novela negra con un personaje a la altura de los más duros detectives hard-boiled. Tanto esta novela como su autor, que más bien pasaron desapercibidos en su tiempo, están cobrando un importante reconocimiento cuarenta años más tarde.
El complot mongol es la única novela de Rafael Bernal publicada en España, en 2003 por Booket y en 2013 por Libros del Asteroide. Esta novela llegó al cine en 1977 de la mano de Antonio Eceiza:

jueves, 21 de noviembre de 2013

Bret Easton Ellis, Menos que cero

Casa en Beverly Hills.
Clay tiene dieciocho años y vuelve a casa por Navidad. Viene de la universidad en New Hampshire y su novia, Blair, le recoge en el aeropuerto y le lleva a su casa en Beverly Hills. No hay nadie en casa para recibirle cuando llega. Quizá esta conversación con sus hermanas y su madre ilustre bien sus relaciones familiares:
- ¿Por qué cierras tu puerta con llave, Clay? - vuelve a preguntar una de ellas, no sé cuál.
Sigo sin decir nada. Pienso en agarrar una de las bolsas de MGA o de Camp Beverly Hills o una caja de zapatos de Privilege y tirarla por la ventanilla.
- Mamá, dile que me conteste. ¿Por qué cierras la puerta con llave, Clay?
Me doy la vuelta.
- Porque vosotras dos me robasteis cinco gramos de cocaína la última vez que dejé la puerta abierta. Por eso.
Mis hermanas no dicen nada. De la radio surge "Enfermeras adolescentes en esclavitud" por un grupo que se llama Gatita Asesina, y mi madre pregunta que si tenemos que oír aquello, y nadie dice nada hasta que se termina la canción. Cuando llegamos a casa, mi hermana menor me dice al pasar junto a la piscina:
- Eso es mentira. Puedo conseguirme mi propia cocaína".
Y esta otra con Blair y sus amigas las relaciones entre sus amigos y conocidos:
- Yo creía que quien salía con Warren eras tú - dice Kim a Blair.
Miro a Blair.
- Salía, pero ya no salgo con Warren - dice Blair.
- No salías con él. Follabas- dice Alana.
- Da lo mismo - dice Blair, ojeando la carta y lanzándome una mirada por encima de ésta.
- ¿Te acostaste con Warren? - pregunta Kim a Alana.
- No, no me acosté. - Vuelve a mirar a Blair y luego otra vez a Kim - ¿Y tú?
- No, pero creo que Cliff se acostaba con Warren - dice Kim, confusa durante un momento.
- Tal vez sea verdad, pero yo creía que Cliff se acostaba con Didi Hellman - dice Blair.
- No, eso no es cierto. ¿Quién te la ha dicho? - quiere saber Alana.
Durante un momento me doy cuenta de que yo mismo podría haberme acostado con Didi Hellman. Me doy cuenta asimismo de que también podría haberme acostado con Warren. No digo nada. Probablemente lo sepan ya".
Bastan estos dos diálogos, supongo, para ponernos en situación. La novela es un retrato de los jóvenes millonarios californianos de los años ochenta – hijos de magnates de Hollywood – que, carentes de principios, valores y aspiraciones distintas de ver tumbados en la cama la cadena de vídeos musicales, vivir la fiesta permanente junto a la piscina iluminada de la mansión de cualquiera de ellos, emborracharse, tener siempre a mano a su díler de cabecera con la papelina de coca fresca y de follar con lo primero que se mueva, sea del sexo que sea, pasean de un lado a otro de Los Ángeles en sus descapotables ante la despreocupación de sus padres divorciados – quizá de compras en Londres - y la indiferencia invisible de sus chachas que les hacen el cuarto mientras un desconocido se apea de la cama con el rabo colgando para buscar por el suelo sus calzoncillos sin confundirlos con los del anfitrión. Alguna visita al psiquiatra, algún recuerdo del verano marcado por la muerte de la abuela, alguna snuff movie, la prostitución masculina como medio de pago de las deudas de la droga… “Si uno quiera algo, tiene derecho a cogerlo. Si quieres hacer algo, tienes derecho a hacerlo” dice uno de los personajes y parece la filosofía de estos chicos, aunque a Clay no le parezca bien cuando se trata de divertirse abusando sexualmente de una niña de doce años. Ante ustedes, la Generación X.
Nos habla Menos que cero de la misma juventud que, pocos años más tarde, y de forma más edulcorada, lo hicieron dos series de televisión de éxito mundial; Beverly Hills 90210Sensación de vivir, en España - y Melrose Place. Los personajes y su origen social, la acción y la presencia constante de la droga y el sexo, la falta de valores y la ausencia de intereses, la narración cinematográfica en presente y en primera persona, de Menos que cero recuerdan indiscutiblemente a la magnífica Historias del Kronen que Jose Ángel Mañas escribiera unos años más tarde.
Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) escribió Menos que cero, la novela toma su título de una canción de Elvis Costello, con diecinueve años y escandalizó a la sociedad norteamericana con su publicación en 1985. Inició una importante carrera literaria que tiene en American psycho su obra más relevante. Menos que cero fue llevada al cine en 1987; en castellano – misterios de las traducciones – con el título Golpe al sueño americano. La obra de Ellis, desde la primera edición de Menos que cero en Anagrama en 1986, ha sido publicada en España por esa editorial y otros sellos editoriales. En 2010 Mondadori nos trajo Suites imperiales, en la que volvemos a reencontrarnos con los personajes de Menos que cero veinticinco años más tarde.


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Evelyn Waugh, Elena

Cima de Conegliano, Santa Elena (1495).
Evelyn Waugh está considerado como uno de los escritores ingleses más importantes del siglo XX. Sus novelas se caracterizan por el humor y el sarcasmo y entre ellas destaca Noticia bomba. Waugh se convirtió al catolicismo en 1930 y tras la Segunda Guerra Mundial esto se reflejó en su obra, que pasó a ocuparse de asuntos o contenidos religiosos. De este periodo su obra más conocida - gracias a la televisión y el cine - es Retorno a Brideshead. En este contexto se sitúa Elena (1950), una breve novela sobre Santa Elena, en la que prima lo novelesco sobre lo histórico, la acción sobre la descripción y el análisis, el ritmo sobre la reflexión. Ahí su acierto.
Elena parte de la leyenda que hace de Elena hija de un rey británico. A partir de ahí y de la boda de ésta muchacha con Constancio Cloro, esta breve novela avanza ligera relatando la larga vida de Elena. El personaje se muestra como una mujer resuelta, dada a la acción y aficionada a las preguntas concretas para las que espera respuestas racionales que se puedan verificar.
Elena, que acepta el rápido matrimonio con Constancio porque cree que así podrá conocer Roma, vive gran parte de su vida en Dalmacia y es anciana cuando, ya con las viejas ilusiones desvanecidas, visita Roma por fin cuando su hijo Constantino es emperador. Se demora entonces el relato para presentarnos a Constantino como un gobernante megalómano, ególatra y voluble. para mostrarnos más detenidamente - lo hace durante todo el libro - las complejidades de la política romana y sus luchas intestinas, frecuentemente cruentas. Para entonces, el cristianismo ya es religión oficial del Imperio. De Roma sale Elena, con más de ochenta años, en ese empeño suyo de sustentarlo todo en ideas racionales y hechos verificables y no en especulaciones de charlatanes, para encontrar en Palestina los restos de la Vera Cruz en la que Jesús fue crucificado.
La recepción de la obra de Waugh en España ha sido amplia y continuada, especialmente desde el éxito televisivo de Retorno a Brideshead a comienzos de los ochenta. Elena fue publicada por primera vez por Edhasa en 1990 y de nuevo en 2006, titulando en esta ocasión Helena.. Entre ambas ediciones, varias otras, por cesión de Edhasa, se han editado con los sellos de Altaya, Salvat y El País.

martes, 5 de noviembre de 2013

Henning Mankell, Antes de que hiele

Tras las ocho novelas protagonizadas por Kurt Wallander, Henning Mankell (Estocolmo, 1948) publicó La pirámide que nos lleva retrospectivamente a conocer a un Wallander joven, recién ingresado en la Policía. Aparentemente, La pirámide cierra la serie. Luego, con las mismas características, pero sin Wallander, apareció El retorno del profesor de baile, protagonizada por Stefan Lindman. En 2002 aparece Antes de que hiele (Tusquets, 2006). Ha pasado un tiempo, estamos en el día 21 agosto de 2001, y Linda, la hija de Kurt Wallander, a punto de cumplir treinta años, ha dado un nuevo giro - sorprendente - a su vida y está a punto de comenzar a trabajar como agente de policía en la comisaría de Ystad, junto a su padre. Faltan sólo unos días, pero la desaparición de una amiga de Linda lleva a ésta a preocuparse e investigar por su cuenta. Finalmente, la posible relación entre esa desaparición y un cruel asesinato que investiga Wallander llevará al inspector a permitir la participación de Linda en la investigación policial antes de su incorporación a su puesto. En la investigación también participa Stefan Lindman, llegado a Ystad unos meses antes.
Una vez más nos encontramos ante crímenes atroces, antes inimaginables en Escania, aparentemente inexplicables. Pero como bien nos explica Wallander, algo puede resultar completamente inesperado, pero nunca inexplicable, todo tiene siempre una razón. La cuestión es descubrirla. En esta ocasión, la investigación llevará a Wallander y los suyos a descubrir una secta religiosa, fundada por Erik Westin, el padre de la amiga desaparecida de Linda. Westin abandonó, más de veinte años antes a su familia sin dejar rastro. La explicación, como en otras novelas de la serie, la encontramos en el prólogo, cuya acción se desarrolla en el pasado; Westin es el único superviviente del suicidio colectivo ocurrido en noviembre de 1978 en Jonestown, en Guyana, inducido por Jim Warren Jones, líder de la secta Templo del Pueblo. El caso se cierra justo antes de la incorporación de Linda a su trabajo en la comisaría, una tarde de septiembre en la que empiezan a llegar confusas noticias de Nueva York.
Antes de que hiele mantiene las constantes estilísticas y de análisis social que hacen de Henning Mankell uno de los escritores fundamentales de nuestro tiempo y a Kurt Wallander un personaje esencial de la novela actual. Ahora Wallander, tras el fallecimiento de su padre (en La quinta mujer), se enfrenta a la evidencia de que está envejeciendo. Y al descubrimiento de hasta que punto, antes inimaginado, a medida que envejecemos nos vamos pareciendo cada vez más a nuestro padre; en el reflejo que nos devuelve el espejo, en los gestos más nimios, en el carácter que se agria con la edad, en las manias... La vida le trae esta vez, además, otra muerte dolorosa, la de su viejo amigo Sten Widén. el criador de caballos, viejo amigo y compañero de borracheras.
Tras Antes de que hiele la serie Wallander, que Tusquets edita con regularidad desde 2002, se continúa con El hombre inquieto (2009) y Huesos en el jardín, publicada hace sólo unas pocas semanas (anteriormente se había editado sólo en Holanda en 2004).

domingo, 27 de octubre de 2013

John Williams, Stoner

Brigid Ganly, El dramaturgo (1936).
William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Misuri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956".
Así comienza Stoner, novela de John Williams, publicada en 1965. A partir de estas primeras líneas nos encontramos ante un relato biográfico - lineal y en tercera persona -, el de la vida, tan vulgar, gris y triste como la de cualquiera de nosotros, de un personaje que no dudaríamos en considerar en el grupo de las personas normales, en el de la gente corriente. Nada de heroico, ni de antiheroico, ni de extraordinario en la vida de William Stoner. Y esa es la virtud y el valor de esta novela; convertir en literaria una vida que en nada se diferencia de la de una persona cualquiera. Así, y gracias también a su prosa sencilla y fluida, el relato nos resulta cálido y el personaje profundamente humano.
Stoner, hijo de granjeros, fue enviado por su padre a la universidad siguiendo el consejo de un representante del condado para realizar estudios de Agricultura. Pero en el segundo año cursó la asignatura semestral de literatura inglesa, obligatoria, a lo largo de la carrera, para todos los estudiantes de las distintas licenciaturas. Entonces descubrió al amor por la literatura. Y al curso siguiente. sin informar a sus padres, se cambió de carrera. Al acabar la licenciatura en Artes inició el doctorado y obtuvo una plaza como profesor del departamento de Lengua Inglesa. La de Stoner, que descubre que debe ser profesor, es una vida entregada a sus libros, a sus clases y a sus alumnos, una carrera profesional marcada por las rencillas, odios y celos habituales de los claustros y los departamentos docentes. Un matrimonio desafortunado, o, al menos, infeliz, desde el primer día. El lector acompaña a Stoner en el día a día de esta vida durante cuarenta años, sin salir apenas del campus universitario. Hasta un final triste y conmovedor. Un final magnífico como pocos, que hace grande la novela y que nos revela, definitivamente, que aunque su existencia sea gris, no es ni mucho menos gris el personaje. Quizá porque ninguna vida lo es porque toda vida es única.
Podríamos quizá decir que Stoner nos lleva a reflexionar sobre nuestras propias vidas, que, aun a pesar de que seamos personas dignas y valiosas, algún día acabarán sin dejar tras ellas ni mayor rastro ni mayor gloria y, lo que es peor, sin que tengamos la posibilidad de repetirlas para dignificarlas y corregir nuestros errores. Pero ni la novela es tan pretenciosa ni lo necesita. Le basta con su verdad enorme; la de hacernos sentir la vida de Willam Stoner como la de una persona de carne y hueso tan cercana y mediocre como cualquiera de las que nos rodean cada mañana, como nosotros mismos.
No hay en Stoner ningún alarde de técnica narrativa, ningún juego de tiempos ni de voces narrativas, ningún barroquismo expresivo, ninguna exquisitez léxica, ningún atrevimiento sintáctico, ningún argumento extraordinario, ninguna trama ingeniosa; simplemente un relato en tercera persona, objetivo y omnisciente, con una prosa sencilla, de una historia mediocre. No hace falta más para hacer buena literatura.
John Williams (Clarksville, Texas, 1922 - Fayetteville, Arkansas, 1994), periodista y escritor, fue profesor en la Universidad de Misuri durante los años cincuenta.
La editorial tinerfeña Baile del sol publicó Stoner en 2010. Anteriormente, Pàmies, publicó El hijo de César en 2008. Esta misma novela con el título de AugustButcher's crossing han sido publicadas en catalán por Lumen en 2013. La edición en catalán de Stoner, en 2012 por Edicions 62, completa la recepción en España de la obra de John Williams.

sábado, 19 de octubre de 2013

Marcella Olschki, Una postal de 1939

Una postal de 1939 (1956; Periférica, 2012) es una breve novela de carácter autobiográfico en el que Marcella Olschki rememora en breves capítulos, pequeñas postales, con ternura y nostalgia varios momentos e imágenes de su último curso de bachillerato, en la Italia fascista de 1939. Recuerdos de compañeros, de profesores, de anécdotas, del primer amor, presentados como el final de la adolescencia, el final de la inocencia...
Acabado el curso, durante las vacaciones, Marcella tiene el impulso de gastarle una broma de mal gusto al profesor Fedi, el profesor de Física, camisa negra, que les ha amargado la vida a todos y a ella especialmente durante los tres años del bachillerato con su despotismo y su caprichosa injusticia. Le envía una postal con la imagen de la cárcel de Portolongo, en la isla de Elba, en la que con una flecha indica una celda reservada para "Su Excelencia". A la vuelta del verano el profesor denuncia a Marcella, lo que la llevará a ser juzgada por un tribunal de justicia. Con el agravante de que su padre es judío.
El relato se centra en el recuerdo agridulce de la vivencia personal y prescinde de aludir al contexto histórico; Mussolioni, el fascismo, la guerra mundial que estalla en los mismos días en que transcurren los hechos y a la que ni siquiera nomba. El tono hace agradable la lectura, el "olvido" decepciona al lector. Por muy sentimental, intimo, personal, evocador, impresionista que quiera ser un relato, ¿cómo hacer abstracción y pasar de puntillas ante semejante contexto? Periférica ha elegido para la cubierta de su edición una fotografía en la que la propia autora aparece pegando un rótulo que dice "este establecimiento es ario" (es decir, no somos judíos) sobre el escaparate del negocio familiar. Supongo que la imagen es posterior a 1939, pero para entonces Mussolini llevaba gobernando diecisiete años. Cuando se publica Una postal de 1939 una década después de acabada la guerra, ¿de verdad que una escritora hija de padre judio no tenía otra visión que dar del fascismo que esta tan amable que parece propia de Margarita Rodríguez Garcés?
Marcella Olschki (Florencia, 1921 - 2001) escribió también Oh América, un relato autobiográfico sobre su vida en Estados Unidos en los años cuarenta tras casarse durante la guerra con un militar norteamericano. La edición de Una postal de 1939 de Periférica es su primera publicación en España.

viernes, 11 de octubre de 2013

William Kennedy, La jugada maestra de Billy Phelan

La calle State, Albany, en 1938.
Unos pocos días de octubre de 1938. En Europa Hitler invade los Sudetes. En América gobierna Roosevelt y hace cinco años que acabó la prohibición. En Albany, capital del estado de Nueva York, es secuestrado el joven Charlie McCall. Los McCall son la familia que ejerce el poder en Albany a partir de la red de clientelismo político que han creado y que les ha dado el total dominio de la ciudad.
Martin Daugherty es periodista del Times-Union e irlandés como los McCall. Recibe de ellos el encargo de evitar que la noticia se haga pública. Es amigo de Billy Phelan.
Billy Phelan, es un magnífico jugador de bolos, de billar, de póquer y de lo que sea. Se gana la vida jugando y corriendo pequeñas apuestas hípicas. También es irlandés y como los McCall y Daugherty se crió en la calle Colonie. Es amigo de Charlie. También de Morrie Berman, del que sospechan los McCall, por lo que le piden a Billy que les tenga informados de lo que hace y dice Morrie. Billy se niega; su ética no le permite ser un soplón. Sufrirá las consecuencias. El secuestro se resolverá y la novela, como la vida, nos ofrecerá un final abierto.
Mientras Charlie permanece secuestrado y los demás personajes deambulan por las calles de la ciudad, normalmente de noche y de garito en garito, La jugada maestra de Billy Phelan, a través de un relato cinematográfico y realista y de la mirada retrospectiva a las vidas de Martin, de Billy y de sus familias - el viejo padre dramaturgo de Martin, el padre de Billy que un día se fue de casa -, nos ofrece una visión panorámica de la historia de Albany en el primer tercio del siglo XX.
William Kennedy (Albany, 1928) escritor, periodista y guionista de cine, ha dedicado una gran parte - ocho novelas - de su obra a lo que llama "el ciclo de Albany", que, con personajes que transitan de una novela a otra, como Francis Phelan, el padre de Billy, nos ofrece una retablo de la vida de la ciudad a modo, para entendernos (y salvando las diferencias que haya que salvar), del del Madrid galdosiano. De las novelas del ciclo quizá la más prestigiosa es Tallo de hierro (1983), cuya acción, protagonizada por Francis Phelan, se solapa en el tiempo con la de La jugada maestra de Billy PhelanLa jugada maestra de Billy Phelan (1978; Libros del Asteroide, 2012) es la segunda de ellas. En España fue publicada en 1984 por Seix Barral con el título La jugada más grande. 

jueves, 3 de octubre de 2013

Maj Sjöwall y Per Wahlöö, Roseanna

Barco turístico atravesando las esclusas de Borenshult.
En 2000 Tusquets publicó La quinta mujer, con ella empezamos a conocer a Henning Mankell y al inspector Kurt Wallander. Resultaba casi exótico; literatura sueca. En 2008 llegó el fenómeno Millenium, de Stieg Larsson; gracias a él nos ha llegado una avalancha interesantísima de escritores de novela negra escandinavos que nos eran prácticamente desconocidos. Entre ellos hay que destacar al matrimonio formado los periodistas por Maj Sjöwall (Estocolmo, 1935) y Per Wahlöö (Göteborg, 1926 - Malmoe, 1975), considerados padres de la novela negra nórdica.
En el prólogo a su primera novela, Roseanna (1965), Mankell nos dice (cito por la edición de RBA bolsillo de 2010);
No sabría decir cuántas veces me han preguntado qué han significado para mí los libros de Sjöwall y Wahlöö. Creo que cualquiera que haya escrito sobre crímenes como reflejo de una realidad social ha sido inspirado, de una manera u otra, por ellos. Rompieron con las tendencias preexistentes en la novela policiaca. (…) La tradición británica en cuanto a novelas de detectives constituyó la fórmula dominante hasta la publicación de Roseanna”
Por su parte Val McDermid nos dice, en el prólogo a El hombre que se esfumó (en la misma colección):
Cuando se lee la serie de Martin Beck con ojos del siglo XXI es casi imposible advertir lo revolucionarios que resultaban en el momento de su primera aparición, Son muchos los elementos que aparecen por primera vez en estas novelas que luego se han hecho esenciales, hasta el punto de convertirse en lugares comunes del subgénero del procedimiento policial. Numerosos componentes que damos por descontados y que nos hacen incluso suspirar por el tedio, tienen sus raíces en la obra de una pareja de periodistas metidos a escritores de novela negra”.
Roseanna es la primera de una serie de diez novelas protagonizadas por el subinspector Martin Beck, de la Brigada Nacional de Homicidios. Una tarde de verano – el 8 de julio de 1964 -, en las esclusas de Borenshult, en Motala, aparece el cuerpo sin vida de una mujer que ha sido estrangulada. La investigación requerirá la intervención de Martin Beck y su equipo – y la colaboración del teniente Kafka, de la policía de Nebraska -. La resolución del caso necesitará tiempo y paciencia, avanzará a veces y otras parecerá estancada. Tras identificar a la mujer asesinada - una turista norteamericana de 27 años - y a un sospechoso del crimen, para detener a éste y obtener su confesión, Beck recurrirá a “métodos que nunca podrían hacerse públicos”; tenderle una trampa con una mujer policía como anzuelo. Martin Beck es un policía escrupuloso con el cumplimiento de su deber, tranquilo y paciente y poco amigo del uso de la violencia.
Con Roseanna la novela negra europea abre nuevos caminos. A diferencia de la novela negra norteamericana anterior, el protagonista es un agente de policía - no un investigador privado -, que realiza su labor en el marco de la ley, y que para nada es un tipo duro y dado a la acción. A diferencia de la novela policiaca, el protagonista no es un agente dotado de grandes capacidades que le permiten resolver brillantemente todos los crímenes salvaguardando así el triunfo del bien. Por el contrario, se trata de una persona corriente, carente de dotes heroicas, que trabaja en equipo, cuya vida personal y familiar y su carácter pueden estar llenos de problemas, inseguridades, debilidades… y que se enfrenta con profesionalidad al crimen, que forma parte, como un elemento más, de la realidad social.
Antes del actual “boom” de la novela negra nórdica, ya en los años setenta la editorial Noguer publicó varias de las novelas de la serie de Martin Beck. Y antes de las actuales ediciones de RBA, Roseanna se publicó por primera vez en España en mayo de 1982 en la colección Club del misterio (nº 55) de Bruguera.
La novela fue llevada al cine en Suecia en 1967 por Hans Abramson y en 1993 por Daniel Alfredson.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Donna Leon, Piedras ensangrentadas

Vu compra vendiendo bolsos falsificados
en Venecia.
Piedras ensangrentadas (2005) es el decimocuarto caso del comisario Guido Brunetti. Como es normal, Donna Leon mantiene en esta novela las constantes de la serie. El aficionado a Brunetti no se siente defraudado; ahí está el comisario, un hombre tranquilo y juicioso que basa su investigación en el diálogo, la ayuda del inseparable Vianello y de la signorina Elettra y sus mágicas capacidades informáticas. El vicequestore Patta, el jefe, siempre propenso a servir al poder. Ahí está la entrañable familia Brunetti; Paola, profesora en la Universidad, Raffi y Chiara, los dos hijos adolescentes, y el conde Falier, padre de Paola, siempre útil para Brunetti por sus contactos en las altas esferas. Las maravillosas y copiosas cenas en casa de los Brunetti. Y ese escenario, peculiar en si mismo, que es Venecia, y que es la sociedad italiana. Y también la narración ágil, en tercera persona, caracterizada mucho más por el diálogo que por la acción, sin exceso de violencia.
Cada caso de Brunetti nos enfrenta a algún aspecto sucio y oscuro de la sociedad en que vivimos; en esta ocasión a la financiación de las guerras en el continente africano y la explotación de sus riquezas naturales, con el beneplácito y participación lucrativa de los gobiernos occidentales.
Cada caso de Brunetti nos enfrenta también a la realidad de Italia, donde lo natural para todos es evitar pagar impuestos, donde la burocracia se eterniza y hasta el honrado Brunneti debe recurrir a actos ilegales como las incursiones de Elettra en ordenadores y redes informáticas de bancos o ministerios para poder resolver los casos.
En Piedras ensangrentadas el tema de actualidad italiana que nos llevará al asunto de la venta de armas es el de los vu compra - lo que en España conocemos como top manta -, que en los años anteriores a la actual crisis económica se convirtió en el trabajo ilegal pero consentido - para evitar que delinquieran - al que se dedicaron los inmigrantes subsaharianos que, huyendo de la pobreza, desembarcaron por miles en las costas de los países del sur de Europa.
La muerte de uno de estos hombres por disparos de dos asesinos profesionales mientras vendía bolsos de marcas falsificadas a turistas norteamericanos es el caso al que se enfrenta en esta ocasión Brunetti. Rápidamente, Patta le da la orden de abandonar la investigación porque se va a ocupar de ella directamente el Ministerio del Interior. Naturalmente, Brunetti continúa con su investigación de manera discreta y acabará llegando a descubrir la relación entre la venta de diamantes africanos y la de armas italianas. Nada podrá hacer ni desvelar.
El seguidor de Brunetti disfruta de una nueva aventura en compañía de personajes que le son familiares y entrañables. Sin embargo, es posible que al lector que se le acerque por primera vez Piedras ensangrentadas no le ofrezca demasiado interés, le resulte una novela más. Da la impresión que las mejores novelas de las serie se encuentran ente las primeras y que después Donna Leon ha seguido administrando magistralmente una técnica y un esquema tan eficaces como previsibles que garantizan al aficionado a Brunetti una lectura agradable.
La serie Brunetti consta, hasta el momento, de veintidós novelas. Se inicia con Muerte en la Fenice (1992) y finaliza, por el momento, con El huevo de oro (2013). Seix Barral ha publicado todas ellas desde 1996. La serie ha sido llevada a la televisión en Alemania.
Donna Leon (Montclair, New Jersey, 1942) ha sido profesora, ente 1981 y 1999, en la sede de la Universidad de Maryland situada en la base militar norteamericana de Vicenza, cerca de Venecia, ciudad en la que vive. Gracias a Brunetti, Donna Leon es una de las escritoras de novela negra más reconocidas y exitosas en Europa. salvo en Italia, pues Donna Leon no ha querido que sus novelas se traduzcan al italiano.

martes, 17 de septiembre de 2013

Ivica Djikic, Soñé con elefantes

Matanza de Gospic. Octubre de 1991.
A finales de los años setenta algunos periodistas españoles, como Jorge Martínez Reverte o Juan Madrid, encontraron en la novela negra la manera de contar lo que sabían pero no podían publicar en sus revistas. Probablemente el periodista Ivica Djikic (Tomislavgrad, Bosnia-Herzegovina, 1977), llega a la novela por el mismo camino.
Así, en Soñé con elefantes (2011; Sajalín, 2013) Djikic se enfrenta a temas espinosos; la relación entre las más importantes instancias del Estado y la mafia y el crimen organizado en Croacia durante la guerra que desmembró Yugoslavia (1991 - 2001), y los crímenes y la "limpieza étnica" ejecutados por Croacia contra la población serbia.
Soñé con elefantes se estructura en diez capítulos y cada uno de ellos en tres apartados. En el primero de estos Bosko Krstanovic relata en primera persona su trabajo como miembro del Servicio de Seguridad Nacional, su colaboración con la fiscalía, su interés por investigar la muerte de Andrija Sucic - su padre secreto -. En la segunda es Sucic quien habla en primera persona y relata su vida desde que formó parte de la guardia personal del Presidente. En la tercera un narrador en tercera persona completa este relato polifónico hablando de los otros personajes de esta historia. La novela se cierra con la muerte y el entierro de "el padre"; el presidente Franjo Tudjman - al que siempre en la novela se nombra como el Presidente, pero nunca por su nombre -.
Importantes funcionarios del Estado comienzan a tratar con criminales en los años finales de la Yugoslavia comunista. Proclamada la independencia de Croacia y durante la guerra esa relación se pone al servicio del nuevo estado croata en un juego, siempre peligroso, de poder e intereses en el que la derrota suele pagarse con la vida. A Sucic lo que le cuesta la suya es haber decidido contar a la prensa lo que sabe.
Si el objetivo de Ivica Djikic es denunciar el entramado de relaciones entre Mafia y Estado, los crímenes de guerra cometidos por criminales profesionales al servicio del gobierno de Tudjman durante la guerra, etc., seguramente la estructura que ha elegido para su novela no sea la más adecuada puesto que crea dificultades de comprensión al lector - que se pierde entre los personajes - hasta que acaba de situarse y el relato resulta más impresionista que explicativo. Una denuncia de ese calibre hubiera requerido un relato menos confuso y más lineal. Si su intención era escribir una novela que resultara tan compleja de comprender como la historia y la realidad yugoslava (baste Djikic como ejemplo; de nacionalidad croata, bosnio de nacimiento, escribe en el periódico de la minoría serbia de Zagreb), entonces lo ha conseguido.
Los elefantes del título, que adquieren un valor metafórico en la novela. son los que se encontraban en una residencia presidencial en una isla croata y que años antes habían sido regalados a Tito por Indira Gandhi (esto no lo explica la novela) y a los que Sucic tomará un muy especial cariño.
Sajalín también ha publicado en 2011 la primera novela de Djikic, Cirkus Columbia (2004).

martes, 10 de septiembre de 2013

Dan Wells, No soy un serial killer

No soy un serial killer (2009; Planeta, 2012) tiene un comienzo interesante. John Wayne Cleaver, un chaval de quince años, nos anuncia que en su pequeño pueblo del Medio Oeste se produjo una cadena de asesinatos. El chaval vive sólo con su madre; el padre se largó de casa y envía regalos por Navidad desde paradero desconocido. Su madre y la hermana gemela de ésta regentan la funeraria del pueblo. John ayuda en la funeraria, que está situada en la planta baja de su casa; está habituado a ver la muerte de cerca desde pequeño. Además, su afición favorita es saberlo todo sobre los asesinos en serie (como para otros a su edad puede serlo saberlo todo sobre los grupos de heavy metal). Original. Para colmo, John va al psicólogo porque algunos de sus rasgos lo hacen un potencial sociópata. Y de ahí a asesino en serie hay un paso.
Y unas sugerentes palabras finales que nos animan a leer la siguiente novela; los actos más terroríficos los cometen personas normales - "como yo", dice John - porque no les ves venir.
Entre el comienzo y el final, un relato, de estilo sencillo y ágil, en el que John se enfrenta a su monstruo interior (su faceta de potencial asesino) y se enfrenta también al asesino que está aterrorizando el pueblo, con la intención de acabar con él y evitar que mueran más inocentes. Más allá de que quizás hubiera resulto el caso antes y con menos peligro grabando con una cámara de vídeo los crímenes que presenció y remitiendo la grabación a la policía, salvo que uno sea aficionado al género de terror, la novela pierde interés al resultar que el asesino es el demonio, que se oculta bajo la piel inocente de uno de los vecinos.
Hubiera podido ser una buena novela criminal o un buen thriller psicológico, pero como relato de terror tampoco es que deje al lector sin poder dormir. Nada del otro mundo, aunque puede ser una lectura interesante para adolescentes que empiezan a aficionarse a la lectura literaria. No soy un serial killer no pasará a la historia de la Literatura, pero quizá sí a la de los bestsellers; John, naturalmente, tiene su propia web. La serie se continúa con Mr. Monster (2010)  y No quiero matarte (2011). En España las dos primeras novelas han sido publicadas por Planeta en 2012 y la tercera en 2013.
Dan Wells nació en Utah en 1977. Es un escritor especializado en los géneros de terror y ciencia-ficción. La biografía que nos ofrece Planeta parece reveladora.

martes, 3 de septiembre de 2013

Ivan Doig, Una temporada para silbar

Una escuela unitaria.
En 1957, cuando la Unión Soviética toma la cabeza en la carrera espacial poniendo en órbita el Sputnik, Paul Milliron es Inspector de Educación y se le ha encomendado, de acuerdo con los nuevos planes gubernamentales, la labor de clausurar las escuelas rurales de Montana. Con esta misión llega a la casa, ahora abandonada, en la que se crió. Acude entonces a su memoria el curso de 1909 – 10, cuando tenía trece años, que resultó trascendental en su vida. Su padre, recientemente viudo, con tres hijos - de los que Paul es el mayor –, decide contratar un ama de llaves que ponga un poco de orden en la casa. La llegada al pueblo de Rose, esta ama de llaves, y de su hermano Morrie, al que pronto el destino convertirá en el nuevo maestro, personajes extravagantes en el mundo de los colonos, cambiará la vida de todos para siempre en aquel año – pasa una vez en la vida – en el que el cometa Halley cruzó los cielos de Montana.
Los recuerdos de Paul nos trasladan a la vida, a principios del siglo XX, cuando en los caminos las carretas se cruzan con los primeros Ford T, de los colonos del Oeste americano, que lo dejaron todo, o huyeron de su pasado, buscando una vida si no mejor al menos distinta, convirtiéndose en agricultores de secano o cazadores de lobos. Y nos llevan también a la vida en las escuelas unitarias – como aquella en la que Paul se educó y a la que debe lo que es, como esas que ahora debe cerrar – en las que un maestro enseñaba cada mañana a niños de ocho cursos distintos en un mismo aula. A principios del siglo XX la mitad de los niños estadounidenses asistían a este tipo de escuelas. En 1910 la enseñanza ya era obligatoria hasta los catorce o dieciséis años en treinta Estados.
Una temporada para silbar constituye uno de esos relatos en los que al lector le resulta tierno acompañar al protagonista en sus vicisitudes. Una novela bien construida cuya lectura entrañable nos habla también del valor de los secretos y de la importancia de saber guardarlos.
Ivan Doig, nacido en Montana en 1939, es autor de una decena de novelas, todas ambientadas en el Oeste, especialmente en Montana, de las que Una temporada para silbar (2006) y Verano en English Creek (1984) – Libros del Asteroide, 2011 y 2013 respectivamente – son las únicas traducidas al castellano.
Tenéis aquí el comienzo de la novela.

lunes, 26 de agosto de 2013

José Luis Correa, Muerte de un violinista

Cafetería del Hotel Reina Isabel, en el Paseo de las Canteras.
Ricardo Blanco desarrolla aquí buena parte de su investigación.
Muerte de un violinista (Alba, 2006) adapta bien a nuestros tiempos esquemas de la novela policiaca clásica:

  • El detective privado es más listo y eficaz que los policías profesionales, que siempre le van a la zaga. Aaron Schulman, concertino de la Filarmónica de Nueva York, muere súbitamente durante la actuación de la orquesta en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas. El inspector Álvarez, consciente de las limitaciones del trabajo policial, "contrata" al detective privado Ricardo Blanco para resolver el caso en el límite de las cuarenta y ocho horas que los músicos pasarán entre Las Palmas y Tenerife.
  • El crimen es una anécdota, accidente casual, ajeno a la vida cotidiana de la sociedad. El crimen, el criminal y las víctimas quedan circunscritos en la Orquesta, un grupo de extranjeros de paso fugaz y sin apenas contacto con la población local.
  • El criminal es también una excepción. Aquí se trata de una persona perturbada como consecuencia de una infrecuente enfermedad, que actúa por celos, y que en ningún momento de la novela tiene la oportunidad de hablar, ni nosotros - ni la policía - de conocer su versión.
  • La habitación cerrada. No es exactamente que el crimen ocurra en una habitación de la que no pueden salir o entrar los sospechosos, al modo del Orient Express, pero el grueso de la acción y la investigación se desarrollan en los hoteles Mencey, de Santa Cruz de Tenerife, y Reina Isabel, de Las Palmas, de los que los músicos apenas salen y, además, tampoco se relacionan con personas ajenas a la orquesta.
  • El caso se resuelve gracias a las intuiciones del detective - y de datos que se saca de la manga, inaccesibles al lector -. En este caso, Ricardo Blanco es bastante honesto con los lectores y no son muchos. aunque sí fundamentales, los datos que nos oculta para la prestidigitación final.
  • El motor de la investigación no son las pruebas sino las deducciones de Ricardo Blanco a partir de las conversaciones que mantiene con los miembros de la Filarmónica, todos ellos de increíble verborrea ante un desconocido.
Por otra parte, como otros detectives o investigadores modernos, pongamos por ejemplo a Julio Gálvez, Ricardo Blanco es un detective simpático, charlatán, carente de cualidades de superhéroe - y consciente de ello - y carente también de la inteligencia sobrehumana propia de los Sherlocks de hace un siglo, pero dotado, en cambio, de sentido del humor, propenso a recibir algunos golpes y a enamorarse de la chica inadecuada (en este caso, Juliette Legrand, recién incorporada a la orquesta como sustituta para la gira europea y que recibe la hostilidad de los demás músicos).
Como otros detectives modernos, Ricardo Blanco relata la historia en primera persona. Lo hace con un estilo pretendidamente coloquial pero en realidad culterano, salpicado de humor y palabras propias del habla canaria. Aunque la investigación avanza gracias a las conversaciones de Blanco con los demás personajes, el diálogo es escaso en la novela pues lo que dicen los otros nos es presentado casi siempre de manera indirecta por el narrador para mayor gloria de su lucida palabra. Así, la omnipresencia de Ricardito acaba siendo a veces agotadora para el lector que apenas puede descansar la vista en alguna que otra descripción y que se ve obligado a pedir un tiempo muerto de cuando en cuando. También Blanco requiere sus tiempos muertos de vez en cuando y entonces recorre el Paseo de Las Canteras hasta llegar a La Isleta, el barrio de pescadores, y encontrarse con su abuelo Colacho, que aunque pescador es hombre sabio y prudente por lo que suele poner orden en las ideas de Blanco para quien resulta un sostén vital. La importancia su abuelo para Blanco se manifiesta en que, al contrario de lo que ocurre con los demás, sus palabras se reflejan en estilo directo.
Jose Luis Correa (Las Palmas, 1962) es profesor en la Universidad de su ciudad natal. De su obra literaria destaca la serie, publicada por Alba Editorial, de seis novelas protagonizadas por Ricardo Blanco, que se inicia con Quince días de noviembre (2003) y finaliza, por ahora, con Blues Christmas (2013). Muerte de un violinista, reeditada en 2013, es la tercera entrega de la serie.

lunes, 19 de agosto de 2013

Åsa Larsson, Aurora boreal

Iglesia de Kiruna.
Kiruna es una pequeña ciudad de unos veinte mil habitantes situada al norte de Suecia, muy cerca del círculo polar. Un buen lugar para contemplar el fenómeno de la aurora boreal, especialmente en los meses de enero y febrero. Kiruna posee una de las mayores minas de hierro del mundo y una iglesia de madera considerada como una de las obras más interesantes de la arquitectura sueca del siglo XX.
En Aurora boreal (2003) una noche de primeros de febrero - no se precisa el año pero hay que suponerlo en torno al 2000 - aparece en el interior de la iglesia - en este caso de cristal - de Kiruna el cuerpo salvajemente descuartizado de Viktor Strandgard, "el chico del paraiso". Viktor se hizo famoso unos diez años antes, cuando tenía diecisiete, porque tras recuperarse del estado de inconsciencia en el que quedó tras un accidente de tráfico, afirmó que había estado muerto y había visto el cielo y hablado con Dios. Semejante experiencia la relata, - ¡faltaría más! - en un libro y provoca que las tres iglesias languidecientes del pueblo, con sus tres pastores, se unan en una sola congregación; la Iglesia de la Fuerza de Nuestra Fortaleza.
La noticia de la muerte de Viktor obliga a Rebecka Martinsson, abogada especialista en asuntos fiscales, a viajar precipitadamente desde Estocolmo a su Kiruna natal. Rebecka fue amiga de Viktor y de su hermana Sanna, que se convertirá en principal sospechosa del crimen, y estuvo muy estrechamente vinculada a ellos y, como ellos, perteneció a la congregación religiosa. Pero la abandonó y abandonó también la ciudad para ir a la Universidad. Rebeca se verá involucrada en la investigación del crimen que, por otra parte, llevan eficazmente los polícías Sven-Erik Stalnacke y Anna-Maria Mella, en los últimos días de su tercer embarazo, (que parece la hermana sueca de la protagonista de Fargo).
La misión de la novela negra es desenmascarar toda la mierda del mundo en el que vivimos. En esta caso, Aurora boreal, a través de Rebecka Martinsson, de su lucha con su pasado y del asesinato presente de Viktor Strandgard, nos enfrenta al mundo turbio - en todos los sentidos, incluido el sexual - de las sectas religiosas, su capacidad de manipulación y coacción de las personas, los ocultos y suculentos negocios con los que se enriquecen sus líderes... Seguramente tiene razón un personaje de la novela que afirma que:
la gente débil acostumbra a sentirse atraída por la Iglesia. Y la gente que quiere tener poder sobra la gente débil, también".
La novela, con un ritmo ágil, nos presenta dos tramas, dos intrigas, lógicamente relacionadas; el asesinato de Viktor y el pasado de Rebecka. Ambas se desarrollan con interés para el lector. Es interesante también en Aurora boreal el análisis psicológico de los personajes, incluido el que ellos mismos hacen - los unos de los otros - a partir de sus pequeños gestos, silencios y palabras.
Åsa Larsson nació en Kiruna en 1966 y se crió, leyendo la Biblia, en el fuerte ambiente religioso del laestadianismo (corriente luterana conservadora extendida por el norte de Suecia). Se trasladó a Estocolmo y, antes de dedicarse a escribir, era abogada dedicada a temas fiscales. Durante la baja por maternidad escribió Aurora boreal. ¿Algún parecido con Rebecka Martinsson?, ¿alguna cuenta pendiente saldada con su pasado?... Desde entonces dejó el Derecho y los impuestos y se dedica, con gran éxito, a escribir la saga de novelas protagonizadas por Rebecka Martinsson.
La fuerza literaria de la Serie Wallander de Henning Mankell generó en España desde el año 2000 en que Tusquets inició su publicación con La quinta mujer un fuerte interés por la novela criminal sueca que tuvo su momento de mayor apogeo con la publicación por Destino en 2008 de la saga Millenium, de Stieg Larsson. Coincidiendo con ese momento Seix Barral publicó Aurora boreal, con gran éxito, en 2009 y desde entonces ha ido publicando las siguientes novelas de Åsa Larsson.

lunes, 12 de agosto de 2013

Herman Koch, Casa de verano con piscina

Marc Schlosser, el narrador de Casa de verano con piscina (2011; Salamandra, 2012), se nos presenta como un médico de cabecera que desde la primera página nos atrapa por su sincera manera de expresar sus pensamientos y su práctica profesional que en nada se corresponden con lo que nos cabe imaginar y esperar de un médico. Gracias a que la gente confunde atención con tiempo, ha conseguido granjearse una buena agenda de pacientes, casi todos ellos artistas, escritores, famosos... Dedica a cada consulta veinte minutos, pero con el primero le basta para saber qué le pasa al paciente y no le hace ningún caso durante el resto del tiempo, además le repugna ver sus cuerpos desnudos - pellejos que cuelgan, pliegues que sudan, granos, verrugas, heridas supurantes... - y procura evitarlo. Sabe además que la función del médico de cabecera es evitar que demasiados enfermos acudan a los especialistas, ahorrando así en gasto sanitario y evitando el colapso del sistema, y recomendar a las mujeres parir en casa, con el argumento de que es más "natural", a pesar de que los riesgos para su salud y la de sus hijos son tan obvios y evidentes como estúpido e innecesario correrlos.
Marc inicia el relato de su historia el día previo a que el Tribunal Disciplinario del Colegio de Médicos juzgue si la muerte de Ralph Meier está relacionada con una actuación negligente de Schlosser. Volverá a este punto en los últimos capítulos y avanzará unos días más.
Meier, un importante actor, comenzó a visitar la consulta de Marc un año y medio antes. Rápidamente se inició una buena relación entre las familias de ambos - los Schlosser y sus dos hijas adolescentes, los Meier y sus dos hijos adolescentes - que llevó, al verano siguiente, a los Schlosser a pasar unos días de vacaciones en la casa que los Meier habían alquilado en un lugar costero de un país al sur de Holanda (no se concretan los lugares en la novela) y en la que también se encuentra invitado un viejo director de cine acompañado por su jovencísima novia.
A lo largo del relato, Marc nos revela su gran capacidad para manejar las circunstancias y las apariencias en su beneficio y a su antojo. Pero por muy capaces que seamos de manipular lo que nos rodea, a veces, hay momentos que no podemos controlar y que nos cambian la vida para siempre. 
Aquella noche empezó el resto de nuestras vidas. Quiero decir antes de nada que no soy amante de los dramones. Las frases melodramáticas me repugnan por naturaleza. "el resto de nuestras vidas..." Bastantes veces se lo había oído a otras personas. Personas que habían perdido algo o a alguien, a quienes les había ocurrido algo que no le deseas a nadie, algo que nunca se supera. Sin embargo, siempre me había sonado falso. Sólo cuando te ocurre a ti te das cuenta de que no lo es. No hay mejor descripción que "el resto de nuestras vidas"".
Así, una noche de aquellas vacaciones se produce una sucesión y un cúmulo de circunstancias, casualidades y hechos que cambiará decisivamente la vida de todos los que comparten aquella casa con piscina. Marc dedicará toda su capacidad analítica a desentrañar lo ocurrido y las conclusiones que irá encontrando le llevarán a realizar una mala praxis médica con Ralph Meier.
Se podrá hablar de los problemas morales que plantea la novela, la crítica a la burguesía holandesa, el cinismo del personaje. Bla, bla, bla. La grandeza de Casa de verano con piscina radica en la sinceridad, el fino humor y la incorrección con la que el narrador nos presenta una dura historia - nos recuerda La flaqueza del bolchevique, de Lorenzo Silva -, en su preocupación por sus hijas - la del padre que sólo tiene hijas -, en su capacidad para captar al lector que no puede abandonar la lectura a partir de lo que ocurre esa noche que les cambia la vida a todos, en los giros de los acontecimientos y las apariencias, en las opiniones de Marc, que por incorrectas que sean, el lector no puede sino compartir cuando habla, por ejemplo, del teatro:
Sé por experiencia que durante una película es más fácil pensar en otras cosas que durante una representación teatral. En una obra de teatro eres consciente de tu propia presencia. De tu propia presencia y del transcurrir del tiempo. De tu reloj. Me compré un reloj con agujas fluorescentes expresamente para los estrenos de teatro. Durante una representación teatral, al tiempo le ocurre algo, algo para lo que aún no he sabido encontrar explicación. No es que se detenga, no: se cuaja. Miras a los actores y actrices, sigues sus movimientos, escuchas las frases que salen de sus labios, y es como si removieras con una cuchara una sustancia que se solidifica rápidamente. Llega un momento en que la cuchara se para. Se queda vertical en medio de la sustancia. No se puede seguir removiendo. Miro el reloj por primera vez. Lo más discretamente posible, por supuesto. Nadie quiere que le pillen mirando el reloj durante una representación teatral. Con cuidado, retiro un poco la manga de la chaqueta. Me rasco la muñeca como si me picara. A continuación lanzo una mirada fugaz a las agujas luminosas. La hora que indican es siempre una prueba fehaciente de que el tiempo real y el tiempo del teatro son dos magnitudes distintas. O mejor dicho: tiempos de dos dimensiones diferentes que discurren una junto a otra. Crees que ya habrá pasado media hora (esperas, ruegas, que haya pasado): pero las agujas del reloj te dicen que las luces de la sala apenas llevan doce minutos apagadas. No puedes gemir ni suspirar durante una representación teatral; si gimes o suspiras, llamas innecesariamente la atención. Un gemido o un suspiro demasiado alto desconcentran a los actores. Pero no es factible estar sin gemir ni suspirar. Y ahí mismo radica ya la principal diferencia con una película: uno no puede irse. Durante una película puedes escabullirte en la oscuridad sin que nadie se dé cuenta".
o de las playas nudistas:
No soy un mojigato, no es eso. Bueno, no estoy explicándome bien: sí soy un mojigato, y estoy orgulloso de serlo si eso significa que no expongo mi polla y otras partes del cuerpo tanto si viene a cuento como si no ante cualquiera que pase por ahí. En resumen, creo que exponer el cuerpo es algo que debe hacerse con cierta cautela. Evito como la peste las playas nudistas, los campings naturistas y demás lugares de reunión de exhibicionistas. Cualquiera que haya visto gente desnuda jugando al vóley en una playa sabe que la cosa no tiene nada de erótica, por no decir lo contrario. A menudo, en las fosas comunes la gente también está apelotonada desnuda. Yo lo que pido es que mantengan un mínimo de dignidad humana. A los nudistas eso no les importa. Con la excusa de que desnudarse es algo natural, te restriegan por la cara el espectáculo de pollas balanceándose, tetas desparramadas, vulvas colgantes y rajas del culo húmedas. Y luego te señalan con un dedo acusador, proclamando que si consideras que es mejor que todo eso quede oculto es que eres un estrecho de miras".
Las peculiares ideas de Marc, con frecuencia políticamente incorrectas, y su manera de expresarlas, cargada de humor ácido, mantienen siempre atento al lector. La atracción sexual entre los distintos personajes guía sus actos y, en consecuencia, los acontecimientos. A partir del momento que les cambió la vida a todos, los hechos y las apariencias sufrirán varios giros sorprendentes, cada uno más inesperado que el anterior para el lector, que ya no puede parar de leer. En el último de ellos descubriremos que Marc no es el único capaz de manipularlo todo y a todos, incluidos los lectores. Casa de verano con piscina es una excelente novela y una de esas lecturas que nunca olvidaremos.
El escritor holandés Herman Koch (Arnhem, 1953) alcanzó la fama y el éxito con La cena (2009), que en España publicó Salamandra en 2010. La cena se inspira en el asesinato de una mujer ocurrido en 2005 en un cajero de Barcelona; una mendiga fue quemada viva por tres jóvenes.
A continuación os dejo una entrevista a Koch sobre Casa de verano con piscina en Radio Nacional:

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