Chistopher Morley, La librería ambulante
Mary Lemist Titcomb ideó una de las primeras bibliotecas móviles, la de la foto, en Maryland en 1905. |
Con algún antecedente en Inglaterra a mediados del siglo anterior, a principios del siglo XX en Estados Unidos aparecieron las primeras bibliotecas móviles con la finalidad de acercar los libros y la cultura a las zonas rurales. El fenómeno del bibliobús es hoy tan relevante en EE.UU. que desde 2010 se celebra el Día Nacional de la Biblioteca Móvil.
A empeño semejante, y como si fuera un predicador, se dedica el señor Mifflin, en La librería ambulante (1917; Periférica, 2010) - la primera novela de Christopher Morley (Haverford, Pensilvania, 1890 - Nueva York, 1957). Roger Mifflin dejó, hace siete años, su trabajo mal pagado de maestro en una escuela rural y diseñó una caravana - a la que llama Parnaso - en cuyo interior podía vivir y en cuyo exterior podía mostrar sus libros en venta. Con ella y con la yegua Pegaso y el perro Bock (por Boccaccio) recorrió los caminos procurando vender buenos libros y a cada persona el libro más adecuado para ella. Hasta llegar a la granja de Andrew McGill,
Andrew había sido hombre de negocios pero por razones de salud debió trasladarse al campo, junto a su hermana, y hacerse granjero. Todo fue bien hasta que heredaron los libros de su tío y Andrew descuidó sus labores del campo y se convirtió en 1907, en escritor de éxito. Mifflin desea venderle su librería ambulante pues le considera la persona adecuada y quiere volver a Brooklyn y escribir un libro sobre su experiencia acercando los libros a las gentes del campo.
Pero al llegar Mifflin a casa de los McGill es Helen, la hermana de Andrew, quien compra el Parnaso y decide continuar la labor de Mifflin porque, con treinta y nueve años y habiendo horneado para su hermano más de seis mil hogazas de pan, ya va siendo hora de hacer una locura, vivir su propia aventura y darle a Andrew un escarmiento. Abandona la granja y emprende el camino dejando una nota de despedida. Causas y razones diversas impiden en varias ocasiones que Mifflin consiga partir hacia Brooklyn, reencontrándose siempre con Helen. Finalmente ella comprende que el profesor Mifflin, con sus libros
Para darle valor de verdad a La librería ambulante Morley se vale del artificio de decir que no es él el autor de la novela sino que se limita a recoger el relato de Helen McGill. Así, es Helen quien nos narra en primera persona esta historia que es, ante todo, homenaje a la Literatura y a los libros, como bien se entiende de estas palabras de Mifflin:
Andrew había sido hombre de negocios pero por razones de salud debió trasladarse al campo, junto a su hermana, y hacerse granjero. Todo fue bien hasta que heredaron los libros de su tío y Andrew descuidó sus labores del campo y se convirtió en 1907, en escritor de éxito. Mifflin desea venderle su librería ambulante pues le considera la persona adecuada y quiere volver a Brooklyn y escribir un libro sobre su experiencia acercando los libros a las gentes del campo.
Pero al llegar Mifflin a casa de los McGill es Helen, la hermana de Andrew, quien compra el Parnaso y decide continuar la labor de Mifflin porque, con treinta y nueve años y habiendo horneado para su hermano más de seis mil hogazas de pan, ya va siendo hora de hacer una locura, vivir su propia aventura y darle a Andrew un escarmiento. Abandona la granja y emprende el camino dejando una nota de despedida. Causas y razones diversas impiden en varias ocasiones que Mifflin consiga partir hacia Brooklyn, reencontrándose siempre con Helen. Finalmente ella comprende que el profesor Mifflin, con sus libros
había llevado el esplendor de un ideal a mi vida rutinaria y gris".Y que se ha enamorado y
Ya sabéis que una mujer sólo se enamora una vez en su vida y si la cosa no ocurre hasta entrados los cuarenta...".Los libros, ya sabéis, nos cambian la vida.
Para darle valor de verdad a La librería ambulante Morley se vale del artificio de decir que no es él el autor de la novela sino que se limita a recoger el relato de Helen McGill. Así, es Helen quien nos narra en primera persona esta historia que es, ante todo, homenaje a la Literatura y a los libros, como bien se entiende de estas palabras de Mifflin:
cuando le vendes un libro a alguien no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra, en un libro de verdad, quiero decir. ¡Repámpanos! Si en lugar de librero fuera panadero, carnicero o vendedor de escobas la gente correría a su puerta a recibirme, ansiosa por recibir mi mercancía. Y heme aquí, con mi cargamento de salvaciones eternas. Sí, señora, salvación para sus pequeñas y atribuladas almas. Y no vea cómo cuesta que lo entiendan. Sólo por eso vale la pena. Estoy haciendo algo que a nadie se le ha ocurrido hacer desde Nazareth, Maine, hasta Walla Walla, Washington. ¡Es un nuevo campo, pero vaya si vale la pena! Eso es lo que este país necesita: ¡más libros!Sólo dos obras de Morley se habían publicado en España - El caballo de Troya en 1946 y 1959 y Trueno a la izquierda en 1946 - antes de que ahora Periférica nos haya traído La librería ambulante y su continuación La librería encantada.
(...) Incluso los editores, los tipos que imprimen los libros, no se dan cuenta de lo que estoy haciendo por ellos. Algunos se resisten a darme crédito porque vendo los libros por lo que valen y no por los precios que ellos les ponen. Me escriben cartas sobre la política de precios fijos y yo les respondo hablándoles de mi política del mérito fijo. Que publiquen un buen libro y ya verán cómo lo vendo a buen precio. ¡Eso les digo! A veces creo que nadie sabe tan poco sobre libros como los propios editores. aunque supongo que es algo natural. La mayoría de los maestros de escuela no conoce bien a los niños.
(...) Lo mejor es que me lo paso bien haciendo esto. A veces Peg, Bock (el perro) y yo vamos por la carretera en un día de verano tibio y pasamos despacio frente a una pensión y vemos a los huéspedes que prefieren almorzar en la baranda. Casi todos muertos de aburrimiento, sin nada bueno que leer, nada que hacer salvo sentarse a ver cómo zumban las moscas bajo el sol mientras las gallinas rascan el suelo de un lado a otro. Sin duda, no tardaré en venderles media docena de libros que les devolverán el amor por la vida".
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