sábado, 29 de febrero de 2020

Alan Lightman, Los sueños de Einstein

Einstein en la oficina de patentes de Berna.
En 1905 Albert Einstein trabajaba en la oficina de patentes de Berna. Aquel año publicó cuatro importantes artículos que cambiarían para siempre la Física moderna y le valdrían el Premio Nobel en 1921. Uno de ellos, el de la relatividad especial que presenta su teoría del tiempo, es el motivo de Los sueños de Einstein (1993; Libros del Asteroide, 2019).
Un prólogo, tres interludios y un epílogo, en los que encontramos a Einstein en la oficina de patentes o paseando con su amigo Michele Besso, constituyen la urdimbre sobre la que se tejen treinta breves relatos, que bien pueden leerse como jugosas piezas individuales. Cada uno de los relatos se enmarca en una fecha de la primavera de 1905 y constituye cada uno de los imaginarios sueños - reflexiones especulativas - que permitirían a Einstein construir su teoría del tiempo.
Así, bajo la apariencia de una novela, el lector disfruta de unos cortos relatos que le ofrecen, desde la imaginación y el goce literarios, reflexionar sobre atractivas cuestiones filosóficas y científicas en relación al tiempo. ¿El tiempo es circular, fluye como un río, se detiene, es absoluto, avanza hacia atrás, es medible, es discontinuo, distinto en cada lugar, es visible...? ¿Si la vida durase un solo día, si el futuro es inmutable y nada podemos hacer para cambiarlo, si conociéramos el futuro, si no hay futuro, si no existe el pasado, si el tiempo es distinto para cada persona, si pasa más despacio cuanto más deprisa nos movemos, si no existiesen los recuerdos, si no existe el tiempo sino sólo imágenes...? Cuestiones que, en una lectura conjunta de estos relatos, nos ponen ante la existencia humana, su sentido, su fragilidad, su incertidumbre...
Alan Lightman (Memphis, 1948), físico y escritor, es autor de un amplio número de obras entre las que destaca esta pequeña y deliciosa novela, que ya publicó Tusquets en 1993.

viernes, 21 de febrero de 2020

Donna Leon, Testamento mortal

Johann George von Dillis, Vista de la basílica de San Pedro en Roma (1817).
En la vigésima entrega de la serie protagonizada por el comisario Brunetti una mujer jubilada aparece muerta en su casa. La causa indudable es un paro cardíaco, pero ciertas pequeñas marcas en su cuerpo hacen sospechar a Brunetti que algún acto violento podría haber provocado el paro. La investigación nos llevará en esta ocasión a conocer cómo funciona una organización dedicada a dar protección a mujeres maltratadas. Con ella colaboraba la fallecida, que también dedicaba su tiempo a acompañar y dar conversación a los ancianos de una cara residencia.
Entre estos ancianos encontrará Brunetti el hilo del que tirar en su investigación para saber qué le paso a la señora Altavilla, la muerta.
La indefinición temporal que va adquiriendo la serie con el fin de evitar el envejecimiento de los personajes dota de atemporalidad al sustrato contextual - la sociedad italiana, los prejuicios hacia los italianos del sur, la burocracia, la corrupción política, el poder de la Iglesia - de manera que la crítica social, por suave que pueda ser en las formas, es cada vez más contundente pues no es puntual. Y esto resulta más patente en un caso como Testamento mortal (2011; Seix Barral, 2011) en que el foco de la crítica no se centra en un asunto o tema concreto.
Donna Leon maneja, una vez más, con maestría su maquinaria narrativa y el lector de Brunetti disfruta del comisario, de todos sus secundarios y de sus paseos por Venecia. Especialmente, en esta ocasión de la signorina Elettra y de su habilidad para obtener información informática.

jueves, 13 de febrero de 2020

Juan Eduardo Zúñiga, Flores de plomo

El 13 de febrero de 1837 Mariano José de Larra se suicidó de un tiro en la sien poco después de que le visitara su amante, Dolores Armijo, para solicitarle que le devolviera sus cartas. Larra tenía apenas veintisiete años pero sus polémicos artículos le habían convertido ya en una figura tan aclamada como odiada. Flores de plomo recrea los acontecimientos de aquella noche, un lunes de carnaval frío y desapacible en el que caía aguanieve sobre Madrid y por sus calles pasaban, con un aire mucho más lúgubre que festivo, personas con mascaras y disfraces.
La prosa lenta y descriptiva de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) consigue mostrarnos un Madrid de ambiente oscuro y turbio (reflejo de la España del momento) al tiempo que profundiza en la psicología de los diversos personajes que se ven afectados por la muerte del escritor y periodista: Mesonero Romanos, Dolores Armijo y su cuñada María Manuela, los vecinos de Larra el ministro Landero y su esposa, el escritor Roca de Togores (Mariano, aunque llamado Ramón en el libro), los padres de Larra, un zapatero republicano, una mujer misteriosa que visita el féretro del escritor casi de madrugada. A todos ellos los vemos en aquella noche del 13 de febrero presagiar los acontecimientos o reaccionar a la noticia de la muerte del escritor. Otro de los capítulos nos presenta a José Zorilla, el dramaturgo que se dio a conocer con sus versos en el entierro de Larra, en el séptimo aniversario del suicido. Llama la atención que en este panorama de personajes no aparezca Pepita Wetoret, la esposa a la que Larra había abandonado.
El último de los capítulos nos lleva a 1916, al suicido del médico y escritor Felipe Trigo - nacido un 13 de febrero - temeroso de caer en la locura y, quizá, como Larra, descontento con la sociedad de su tiempo.
Flores de plomo mantiene el tono y la calidad a lo largo de todas sus páginas, pero merecen especial mención las dedicadas al peligroso paseo nocturno de Dolores y María Manuela por las calles de Madrid camino de la casa de Larra.
Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) es autor de varias obras entre las que destacan los relatos cortos de Largo noviembre de Madrid (1980) o Capital de la gloria (2003). Como relatos cortos pueden leerse cada uno de los capítulos de Flores de plomo que Alfaguara publicó en 1999 y Galaxia Gutenberg ha reeditado en 2015.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Bernard MacLaverty, Unas vacaciones en invierno

Begijnhof, Amsterdam.

- En toda relación - dijo Stella -, hay una flor y un jardinero. Una parte que hace el trabajo y otra que se exhibe.

Gerry y Stella Gilmore son un matrimonio de jubilados, irlandeses católicos. Él es arquitecto y ella profesora. Ahora viven en Glasgow. Los conocemos la noche antes de que salgan de viaje para pasar unos días, a mediados de enero, de vacaciones en Amsterdam.
Acompañamos a Gerry y Stella, sin dejarlos nunca solos, en cada momento de esos días en un relato bien construido y lleno de intimísimo y ternura. Naturalmente, en su compañía, iremos conociendo su pasado, el transcurrir de su matrimonio, su presente. Un atentado del IRA en Belfast cuando Stella estaba embarazada marcó sus vidas y les llevó a trasladarse a Escocia.
Stella es una mujer paciente, que ha intentado vivir conforme a las virtudes católicas. Sin duda gracias a ello lleva años toreando con la afición de Gerry al whisky y los pubs, mientras ella, en silencio, cuida su salud mental haciendo crucigramas. Pero ahora, mayores y jubilados, con el hijo y el nieto viviendo en Canadá, ella, que también es organizada y previsora, ha preparado este viaje de poco más de un fin de semana porque desea conocer el Beginjhof de Amsterdam, donde, desde el siglo XII vivieron las beguinas (unas mujeres, que no siendo monjas, decidieron llevar una vida cristiana en una comunidad sin hombres). Y es que Stella tiene un plan para los años que les quedan de vida. Mientras, Gerry va rellenando el vaso sin enterarse de nada.
Unas vacaciones en invierno (2017; Libros del Asteroide, 2019) es una hermosa novela. Tan llena de maestría como de sencillez. Su autor, Bernard MacLaverty (Belfast, 1942), ha escrito una novela bien estructurada, con un tono y un ritmo - como los de las vidas de sus protagonistas - tranquilos, en la que vamos avanzando suavemente en los secretos de una pareja con casi medio siglo de matrimonio. Gerry y Stella no se tienen más que el uno al otro. Mantienen el amor reposado de tantos años juntos. Gerry ama y admira a su mujer. Mayores pero no ancianos, Stella pretende que estas vacaciones sean un punto en sus vidas que marque una nueva etapa. MacLaverty llena de verdad cada minuto de este viaje y nos presenta unos personajes, frágiles, profundamente reales.
MacLaverty, autor de cinco novelas y cinco libros de relatos, como los Gilmore, se trasladó a Escocia en los setenta. La fe, el amor y el conflicto irlandés están presentes en varias de sus obras.
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