martes, 25 de junio de 2019

Michael Connelly, El eco negro

El eco negro es la novela que nos presenta a Harry Bosch. Se publicó en 1992 y Ediciones B la editó en España por primera vez en 1997. Después este policía de Los Ángeles que se comporta como un detective privado ha protagonizado más de una veintena de novelas que han hecho de Michael Connelly (Filadelfia, 1956) uno de los autores más populares de la novela criminal de estas últimas décadas.
Ingredientes: un protagonista que se enfrenta a todos y a todo con valor, un detective de la policía de Los Ángeles que es indisciplinado y va por libre, que tiene una complicada historia familiar y que combatió en Vietnam, una rubia despampanante que esconde secretos que el lector adivinará antes que el detective, policías corruptos, agentes trajeados del FBI, atracos a bancos, droga, prostitución, violencia, disparos, muertos, acción, las calles de Los Ángeles, la huella indeleble de la guerra de Vietnam. Un plato clásico, en suma, de la novela criminal norteamericana guisado, en esta ocasión, por Michael Connelly. El resultado: está bien, aunque los hemos probado mejores.
El cadáver de un yonqui aparece cuando Bosch está de guardia. Resulta que conoce al muerto: combatieron juntos explorando durante la guerra los peligrosos túneles subterráneos que utilizaba el Viet Cong. Bosch está convencido que se trata de un asesinato. El asesinato resultará relacionado con un atraco a un banco ocurrido unos meses antes y éste, a su vez, con un viejo asunto turbio del final de la guerra de Vietnam. Para contarlo, casi quinientas páginas con más giros que las siete revueltas que, no obstante, resultan coherentes y que entretienen al lector. Para abrir una serie, un protagonista con una biografía tan compleja como los túneles vietnamitas que permitirá ir desvelando los claroscuros de su pasado de manera dosificada en las siguientes entregas.

lunes, 17 de junio de 2019

Fiodor Dostoievski, Pobre gente

Thomas Eakins, The writing master (1882).
Fiodor Dostoievski (Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881) fue, como todos sabemos, uno de los más grandes novelistas de la literatura del siglo XIX, autor de obras de categoría universal como Crimen y castigo o Los hermanos Karamazov. En 1845 publicó su primera novela: Pobre gente. Dos años más tarde volvería a editarse con diversas correcciones; esta edición es la base de la de Alba de 2010.
Se trata de una novela epistolar - género en boga en la época - para la que Dostoievski elige - novedad - personajes de baja extracción social. A través de sus cartas conocemos a Makar Devushkin, un funcionario de última fila que trabaja copiando documentos con su cuidada caligrafía, y a Varvara Dobrosiolova, una joven huérfana y desgraciada que vive frente a la humilde pensión en que se aloja Devushkin. Según él, son parientes lejanos y esto justifica que se escriban - aunque a espaldas de la gente, por el qué dirán - y que él - enamorado - gaste hasta su último kopeck en ayudarla en sus dificultades o, simplemente, en agasajarla. Ambos acabarán cada vez más pobres y míseros, como los demás personajes que Dostoievski nos presenta a través de sus cartas.
Seguramente es un sacrilegio no alabar como es debido lo sublime de la prosa de Dostoievski, su maestría en el análisis psicológico de los personajes, la capacidad para que las palabras de sus protagonistas nos sugieran más de lo que dicen, las referencias literarias - a Pushkin y Gogol, fundamentalmente - que encontramos en la novela, el patetismo de los personajes... Pero resulta muy difícil apreciar toda esa grandeza cuando Pobre gente es incapaz de captar al lector - más bien lo aburre - entre tanta "palomita mía" y tanto "beso cada uno de sus deditos" y tan poca acción. La novela gozó de gran éxito cuando se publicó, pero todo envejece y decae y hoy cuesta pensar que pueda atraer a un lector medio no especialmente adicto a la narrativa decimonónica.

domingo, 9 de junio de 2019

Edward Bunker, Perro come perro

Los Ángeles, c. 1995.

La autojustificación es lo único que una persona necesita para hacer cualquier cosa.

Troy Cameron disparó a su padre harto de verle pegar a su madre. Inició así su carrera delictiva a los doce años. Su origen social - blanco e hijo de la clase media - le distinguió siempre del perfil de la población carcelaria con la que convivió desde el reformatorio hasta San Quintín: era un chico culto que hablaba correctamente. Y le llevó también a aprovechar el tiempo en prisión para leer y formarse. También en eso fue distinto. Pero supo ser aceptado por los demás y adaptarse con inteligencia al mundo de la cárcel.

Si la burguesía le había dado la espalda, los bajos fondos le acogieron.

Perro come perro (1996; Sajalín, 2010) se inicia con unos capítulos brutales que nos cuentan el paso de Troy por el reformatorio en 1981, donde conoció a Diesel y a Mad Dog, y nos narran las biografías de ellos tres. Ahora estamos en 1994, se acaba de aprobar la "ley de los tres delitos" y Troy sale en libertad condicional con el único propósito de dar el golpe definitivo que le permita salir de California, retirarse y vivir de las rentas. Ha aceptado una propuesta: robar a un grupo de traficantes (con la ventaja de que no denunciarán el robo). Para hacerlo llama a Diesel y Mad Dog, que le adoran desde que se conocieron (le reconocen superior a ellos).
Adelante. A disfrutar de una dura novela. Como sabemos, Edward Bunker conoce mejor que nadie el mundo delincuencial, su funcionamiento y sus códigos, pues perteneció a él. Por eso en Perro como perro, como en sus otras novelas, describe con precisión de cirujano a todo tipo de delincuentes californianos - mafiosos, traficantes, drogatas, psicópatas, asesinos, negros, mexicanos... - y de policías o agentes del orden, y todo tipo de ambientes del hampa y los bajos fondos - los barrios deprimidos, la miseria y la mendicidad, los garitos de mala muerte y de prostitución, cárceles, comisarías... -. La misma precisión y crudeza que emplea para presentarnos las relaciones entre los personajes en un mundo en el que siempre prima el interés individual. Y para golpear con contundencia el sistema social y político.

Durante su juventud, los ricos conducían un Cadillac y los pobres un Ford. Ahora, los ricos circulaban en limusina y los pobres empujaban carritos de la compra.

Un sistema, Troy puede comprobarlo bien pues vuelve a la calle al cabo de varios años sin pisarla, que cada vez aleja más a los ricos de los pobres, que es cada día más hostil, en el que los delincuentes han perdido los códigos y ahora los jóvenes negros de las bandas ganan prestigio cuanto más disparan y matan sin motivo, unas cárceles que lejos de reinsertar fabrican monstruos... Y la nueva ley de los tres delitos; cualquiera que ya haya cometido dos delitos (posesión de marihuana y hurto, por ejemplo) será condenado a cadena perpetua al cometer un tercero. La intención es sacar de las calles a los delincuentes más peligrosos. La consecuencia que, puestos a acabar con la perpetua ¿qué más da robar un coche que matar a dos policías?. Un mundo en el que en muchas ocasiones es preferible vivir en prisión - a riesgo de ser rajado por alguien que piensa que le has mirado mal o golpeado caprichosamente por los guardianes - que vivir en libertad.

Si lo trincaban, no entraría en la cárcel con aspecto de vagabundo.

La vida de cualquier persona "corriente" puede dar un vuelco súbito en el momento más inesperado por cualquier circunstancia azarosa. Más la de un delincuente que vive siempre al límite. Troy, que se ha cuidado de no matar a nadie, no será ajeno a estos caprichos de la vida. Así que las cosas se torcerán de la manera más tonta cuando nadie podría imaginarlo. Y el lector lo lamentará, porque le ha cogido simpatía a Troy.

sábado, 1 de junio de 2019

Antoine Laurain, La mujer de la libreta roja

Una madrugada de enero, en una calle de París, una mujer sufre un atraco junto al portal de su casa; le roban el bolso y sufre un golpe en la cabeza a resultas del cual se encontrará en coma durante unos días. A la mañana siguiente Laurent Letellier, librero, encuentra el bolso junto a la basura y decide entregarlo en comisaría, pero, desalentado por la espera burocrática que le espera, desiste y, una vez en su casa, abre el bolso, saca los objetos que contiene y decide descubrir quién es su propietaria - en el bolso no encuentra ni la cartera ni el móvil ni nada que puede identificarla de manera obvia -. Una libreta roja con anotaciones personales, que provocará un interés creciente de Laurent por su misteriosa propietaria, será la pista más valiosa.
A partir de aquí se desarrolla una historia, con ciertas intrigas y sorpresas, que terminará veinticuatro días más tarde. Una historia que, siendo digna e interesante, no llega a alcanzar la brillantez de su planteamiento inicial y sus primeros capítulos. Una muy buena idea que, una vez desarrollada, no da para más.
Un divertimento para el lector, con cierto tono de comedia romántica, que resulta sorprendente que no haya sido llevado al cine todavía. Una novela breve escrita con un estilo sencillo y delicado y bastantes referencias literarias que resulta una lectura agradable y entretenida.
A pesar del éxito de La mujer de la libreta roja (2014; Salamandra, 2016), ninguna de las otras seis novelas de Antoine Laurain (París, 1972) han sido traducidas al castellano.
Con la tecnología de Blogger.