jueves, 24 de mayo de 2018

Ermanno Olmi, Chico de barrio

Milán, 1942. Fotografía de Federico Patellani.
El pasado 5 de mayo falleció en Vicenza el director de cine italiano Ermanno Olmi, nacido en Treviglio en 1931. Chico de barrio (1986; Libros del Asteroide, 2009) es su única novela; convirtió en novela lo que iba a ser un guión cuando una enfermedad le alejó de las cámaras. Se trata de una obra breve de capítulos cortos protagonizada por un muchacho que empieza a salir de la infancia al tiempo que la Segunda Guerra Mundial llega a Milán.
El narrador recuerda, con ternura, en poco más de cien páginas los años entre 1940 y el fin de la guerra en que él salió de la niñez - ajeno como niño a la política, pero no a la guerra - mirando a las chicas, queriendo saber cómo se da un beso, viendo morir a su padre. La acción transcurre en su barrio obrero de Milán, en Treviglio, el pueblo de su abuela, y en la colonia para hijos de la empresa en que trabaja el padre. Y en el vagar entre los tres escenarios en virtud de las circunstancias y evacuaciones de la guerra le acompañan sus padres, su hermano, su abuela y sus tíos, los vecinos, los profesores, los amigos y compañeros y las niñas a las que quisiera acercarse pero no sabe bien cómo hacerlo.
Con el estilo neorrealista de su cine, Olmi nos ofrece mediante breves escenas y recuerdos un relato en el que lo importante no es la guerra y sus acontecimientos sino el proceso de crecimiento de niño a preadolescente del protagonista, lo que en común tienen el protagonista y el lector; la relación con el padre y con la madre, los juegos con los amigos, la influencia de los profesores, las primeras llamadas de la sexualidad, la relación con las chicas, la primera conciencia del paso del tiempo, el dolor de la muerte. Nos habla, pues, de cuestiones universales, humanas, nos conmueve y emociona y lo hace con un excelente sentido de la medida tanto en el tono como en la extensión.

miércoles, 16 de mayo de 2018

J. L. Carr, Cómo llegamos a la final de Wembley

Henry Cotterill Deykin, Final de copa de1951 en Wembley (1951).
Un año indeterminado de comienzos de los setenta el equipo de fútbol de un minúsculo pueblo campesino del sur de Inglaterra decide participar en la F.A. Cup. Más tarde se encargará a Joe Gidner, el secretario del club, escribir la historia oficial de la gesta. Cómo llegamos a la final de Wembley (1975; Tusquets, 2018) es, en palabras de su narrador, Gidner, el borrador de esa historia oficial.
La F.A. Cup es la competición futbolística más antigua; se juega desde 1871. Cada ronda se juega a un solo partido y pueden inscribirse todos los equipos, profesionales y amateur de Gales e Inglaterra. En esta doble condición radica su encanto, pues, en ocasiones equipos menores logran hazañas inesperadas. Por ejemplo, en 1973 el Sunderland, entonces en Segunda, fue campeón. Quizá esto inspirase a J. L. Carr junto al año - 1930 - en que siendo un joven maestro de pueblo jugó en un equipo de fútbol, como reseña en el prefacio de la edición de 1992.
La novela, con el tono de una comedia menor británica, se divide en dos partes. La primera dedicada a presentarnos la gestación de la idea y a los personajes que la llevaron a cabo; el presidente del club - el magnate del pueblo -, el peculiar maestro - húngaro - al que piden que analice el juego del fútbol y cómo ganar en él, dos exjugadores de Primera División, todavía jóvenes que tuvieron una carrera tan fulgurante como breve, y un puñado de secundarios. La segunda parte nos narra la aventura futbolística desde los primeros partidos con otros equipos locales hasta las eliminatorias ya con equipos profesionales - Leeds, Manchester, Aston Vila - y la final en Wembley con el Glasgow Rangers (fabula la novela con la inclusión de los escoceses en la F.A. Cup).

Los aficionados al fútbol no destacan, en general, por su inteligencia, sino por su emoción.

Por eso los postulados del profesor Kossuth, el maestro húngaro, resultan un sesudo estudio del juego. Algunos de ellos dicen:

Seguro que es posible mover un balón sin mirarse los pies. Las mujeres no se miran las manos cuando tejen.

El portero no tiene que ser un buen futbolista.

La única diferencia verdaderamente llamativa entre las habilidades técnicas de los jugadores amateur y los profesionales es el control que tienen estos últimos del movimiento del balón cuando lo golpean con la cabeza.
Recomendaciones: 1) siempre que sea posible, mantener el balón pegado al suelo, y 2) seleccionar un terreno que no resulte conveniente para los pases aéreos del balón.

Nos puede resultar un poco cómico, pero eran tiempos de campos embarrados y patadón p'arriba. En esos mismos años, en Holanda, Rinus Michels cambiaría el fútbol para siempre - y para bien - con un concepto que heredó su discípulo Cruyff y de éste Guardiola. Sacchi, Menotti, Maturana... hicieron sus aportaciones. Sin embargo, así de grande es el fútbol, incluso hoy mismo hay quien llega a jugar finales con versiones evolucionadas de aquel fútbol antiguo de trinchera y juego aéreo.
El tono menor del relato, ambientado en ese mundo bucólico y atemporal de la campiña inglesa, cobra mayor fuerza en el emotivo final; acabada la gesta todos desaparecen y todo vuelve a la normalidad como si se hubiera tratado de un sueño, como el final de Bienvenido, Mr. Marshall.
Joseph Lloyd Carr (Thirsk Junction, 1912 - Kettering, 1994) fue profesor y editor. Anteriormente sólo  se había publicado en España una de sus siete novelas; Un mes en el campo.

martes, 8 de mayo de 2018

Izraíl Métter, La quinta esquina

La Avenida Nevsky de Leningrado en 1941.
La quinta esquina es una hermosa novela, incluso poética. En la que Boria, su narrador, en el umbral de la vejez, rememora su vida fragmentaria y desordenadamente desde su juventud en Jarkov en los días de la revolución soviética. Una vida marcada por la presencia discontinua de Katia y el amor permanente hacia ella, y por el estalinismo. Una vida que guarda muchos paralelismos con la de su autor, Izraíl Métter (Jarkov, 1909 - San Petesburgo, 1996). Escrita en 1967 no se publicó hasta 1989, al calor de la perestroika. En España la publicó Lumen en 1995 y Libros del Asteroide la ha recuperado en 2014.
Entreverando recuerdos y de una y otra época, frases hermosas que nos dan para una antología de citas, reflexiones desde la vejez, Boria nos habla de su vida como profesor de matemáticas sin título porque no pudo acceder a los estudios universitarios debido a su origen social: hijo de comerciante privado.

Eran cinco las categorías sociales: obreros, campesinos, intelectuales, funcionarios, artesanos y otros.

De la juventud:

Hay un sistema para hacerse irrepetible, aunque sea para uno mismo: recordar la propia juventud.

En la juventud nos vemos más originales de lo que somos. No somos capaces de percibir lo que tenemos de común con los demás.

Del recuerdo de su madre y las enseñanzas que le dejó, de los amigos de la infancia, de la poesía como desahogo, de Katia torturada por el KGB, de la obligatoriedad - en nombre del pueblo - de hablar siempre de "nosotros" y nunca de "yo". Y de lo que verdaderamente le atormenta. La culpa. La culpa de quien piensa "yo estuve de acuerdo", "yo lo sabía", "yo no hice nada por evitarlo", en una sociedad en la que la delación se convierte en medio de supervivencia, en un deber cívico... Culpa personal pero que se atisba colectiva porque sólo así es posible un régimen como el estalinismo. De modo semejante, de alguna manera, a como El lector de Bernhard Schlink nos habla de la culpa colectiva y generacional de los alemanes que vivieron el nazismo.

Y, de repente, Dios se encontró entre nosotros. Apareció en un país que se había vuelto casi completamente antirreligioso. Ese dios era concreto. Llevaba unas botas altas relucientes de puro limpias, una guerrera y una gorra con aspecto semimilitar. Los iconos de su imagen se editaban en tirajes de millones de ejemplares. (...).
Era un dios cruel. No castigaba en el otro mundo, sino en este. Y cuanto más castigaba, con mayor exaltacion creían en él. Ninguno de los apóstoles le traicionó; era él quien los traicionaba a todos. (...)
La gente moría de hambre agradeciéndole la saciedad; muriendo a manos suyas, gritaban vivas en su honor.
Yo fui testigo de eso.
Y no puedo entenderlo.

Nos ciega la magia de la razón constante y eterna que posee la mayoría. Pero la historia conoce no pocos casos en los que la minoría tenía razón.

La quinta esquina es un libro hermoso, lleno de emoción contenida, que gusta leer. Y releer. Forma parte de una línea del catálogo de Libros del Asteroide que da testimonio de la vida bajo una dictadura; Bajo una estrella cruel, Pasando el rato en un país cálido, El meteorólogo, La acusación, Jóvenes talentos...
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