lunes, 30 de abril de 2018

Ander Izaguirre, Mi abuela y diez más

Estadio de Atocha.

Pocas personas son tan conscientes de lo caprichoso y frágil que es el curso de la vida como los aficionados al fútbol.

Al poco de cumplirse 38 años, el Barcelona ha superado la marca de 38 partidos sin perder que la Real Sociedad estableció en 1980. El año de la liga que a punto estuvo de ganar el Sporting de Gijón, pero así, así, así gana el Madrid. La racha de victorias de 1979 y 1980 se truncó en el Sánchez Pizjuán, donde la Real perdió 2 a 1; los dos goles sevillistas fueron del argentino Bertoni, que poco después reconoció que habían cobrado una prima del Madrid por ganar a los txuriurdiñak.
Un año más tarde, el 25 de abril de 1981, precisamente en El Molinón, la Real consiguió su primer campeonato, con el inolvidable gol de Jesús Mari Zamora en el último minuto, mientras en el viejo José Zorrilla de Valladolid los jugadores del Madrid brincaban creyéndose campeones. La segunda liga de la Real llegó un año y un día después. Todos recordamos aquella mítica Real de Alberto Ormaetxea: Arconada, Celayeta, Górriz, Kortabarría, Olaizola, Diego, Perico Alonso, Zamora, Idígoras, Satrústegui y López Ufarte. Y Gajate, Larrañaga, Uralde, Murillo...
A Ander Izaguirre (San Sebastián, 1976) los Reyes le trajeron un uniforme de la Real en 1982. Ya desde niño vivió días de gloria en Atocha, aquel estadio de 1913, entre las vías del tren y el mercado de frutas, donde el público se apiñaba casi en el mismo césped, y luego tiempos lánguidos - salvo el subcampeonato de 2003 - en Anoeta, desde el traslado en 1993.
De esas vivencias, siempre apasionadas, de aficionado en las gradas de su equipo, de goles y partidos inolvidables, nos habla en Mi abuela y diez más (Libros del K.O., 2013). Encontramos en este libro de la colección Hooligangs Ilustrados algunas páginas emotivas sobre Górriz y sus 599 partidos con el equipo, el último jugador de la Real Sociedad que ha marcado gol en un Mundial (el de 1990), sobre algunos de los familiares de Izagirre como el tío Juan, creador de Savin y Koipe, que fue el primero en vender vino y aceite embotellados. Y, claro está, sobre su abuela Pepi, la que le confeccionó una bandera blanquiazul cuando la liga del 82, que en la vejez se enamoró (como cualquiera al que le guste el fútbol) del Barça de Guardiola y rezaba por otro gol de Messi. La abuela Pepi que

Toda la vida había votado al PNV ("habréis votado a los nuestros ¿no?", solía preguntarnos). Pero a los 80 años se nos enamoró de Iñaki Gabilondo y empezó a dejar la tele encendida en su canal, para que le subiera la audiencia. Escuchaba a Gabilondo con unción, odiaba a Aznar con rabia hirviente, se encariñó con Zapatero y acabó votando al PSOE, para pasmo de toda la familia.

Tiene el fútbol la capacidad de jalonar nuestras vidas de emociones que se vinculan con nuestros recuerdos de los días más trascendentes. Por eso, nos emocionamos leyendo historias como las que nos cuenta Izagirre. Todos tenemos nuestra particular abuela Pepi que sufre o se alegra por los partidos de nuestro equipo porque sufre y se alegra con nosotros. Todos somos capaces de ordenar nuestras lágrimas y alegrías personales en virtud de los acontecimientos futbolísticos que las rodearon. Por eso el fútbol es grande, aunque la madre de Izaguirre espere paciente que un día desparezca como un día despareció el circo romano.

domingo, 22 de abril de 2018

Jo Nesbø, Cucarachas

Un año después de su buen trabajo en Australia - El murciélago - Harry Hole es enviado a Tailandia más que para esclarecer el asesinato del embajador noruego para que su investigación tape un posible escándalo que pudiera salpicar al primer ministro (amigo de toda la vida del embajador).
Cucarachas (1998; Penguin Random House, 2015) mantiene las líneas marcadas por la novela anterior; Hole sigue inmerso en el alcohol, sabemos ahora que su hermana sufre síndrome de Down y fue engañada y violada por un hombre, Hole en su trabajo, sin embargo, es concienzudo e incorruptible, le acompaña en su desvelo por descubrir la verdad una peculiar inspectora local, se enfrenta a todos y a todo... Estamos mucho más cerca de una trepidante película de acción y violencia norteamericana que de una novela negra escandinava.
En cuanto a la investigación, Cucarachas nos enfrenta al problema del turismo pedófilo en Tailandia. Hole se saca algún as de la manga, al mejor estilo de los detectives de la novela policiaca clásica, y cabe reprochar a la construcción de la novela algún sinsentido como que Hole reciba un par de llamadas de un personaje que, se supone, está detenido en esos momentos.
Paco Camarasa, recientemente fallecido, escribe en Sangre en los estantes (2016):

Anik Lapointe, la editora de RBA, decidió no publicar las dos primeras de Harry Hole, las que pasan en Australia y en Tailandia. Después, cuando ya estaba en la operación de mercadotecnia masiva del grupo Random, se demostró que era un buen criterio, que no eran buenas. Como en el caso de Ian Rankin. ¿Qué hubiera pasado si leemos de inicio El murciélago y Cucarachas? Que no se hubiera puesto en marcha el boca oreja. Yo no lo hubiera seguido leyendo y no estaría escribiendo esto.

Así que quedamos pendientes de ocuparnos de Petirrojo, la tercera de la serie, la primera que publicó RBA en 2008.

sábado, 14 de abril de 2018

Willa Cather, Una dama extraviada


Aquello era el final del Oeste constructor de caminos; los hombres que habían puesto llanuras y montes bajo los arneses de hierro eran viejos; algunos eran pobres, e incluso los que habían triunfado andaban en pos del descanso y la breve suspensión de la muerte. Ya se había ido esa época; nada podía hacerla volver.

Una dama extraviada (1923; Alba, 2012) es una novela de esplendor y decadencia. El de la señora Forrester y también el de una época, la de los pioneros del Oeste americano, que es tema central de la narrativa de Willa Cather.
Es una novela corta de relato pausado que transcurre a lo largo de un par de décadas. En Sweet Water, en el camino del ferrocarril de Omaha a Denver, viven los Forrester. Él es uno de los constructores de la vía ferroviaria y ella, su segunda esposa, veinticinco años menor, es una mujer de encanto natural, plena de elegancia. En la casa, durante los veranos, se celebran agradables veladas y en sus campos juguetean los chicos del pueblo. Uno de ellos, Niel Herbert, es atendido en la casa tras caerse de un árbol. Desde entonces Niel siente admiración por la señora Forrester. Aunque un día descubrirá que tiene un amante.
Pero vendrán los malos tiempos; una quiebra bancaria arruinará a los Forrester, él caerá enfermo y ella deberá cuidarlo y ya no pasarán los inviernos en California. El mundo feliz de los pioneros se verá arrasado por una nueva generación, la de gente sin escrúpulos, carente de los valores de aquellos, que sólo busca el enriquecimiento rápido. Niel será fiel a los Forrester hasta el desastre final (que, claro, no debemos contar).
La prosa de Cather, decimonónica y realista, discurre morosa hasta los capítulos finales donde la novela cobra su fuerza y su sentido.

viernes, 6 de abril de 2018

Peter Kocan, Aires nuevos

El chico. Ese es nuestro protagonista sin nombre de Aires nuevos (2004; Sajalín, 2014). El chico, de catorce años, llega a la estación central de la ciudad acompañando a una mujer y un niño de siete - su madre y su hermano -; huyen de un padre - ¿quizá padrastro? - maltratador. Poco tiempo después la madre le dice que con lo que ella gana no puede mantenerle, que espabile y busque trabajo. Se olvida decirle, como hiciera la madre de Lázaro de Tormes, que se arrime a los buenos. Así, el chico comienza un recorrido por empleos diversos y cortos en el campo, pasando hambre y durmiendo en la calle o en pensiones infames cuando vuelve a la ciudad sin trabajo. Le acompañan el ejemplo de comportamiento ante la adversidad de Diestl, el oficial alemán protagonista de la película El baile de los malditos (1958), y las fotos de Grace Kelly en las revistas, porque la vida también merece algún momento de dulzura. Y la colección de perdedores que irá recopilando en su derrota.
Estamos, naturalmente, ante una clásica novela de aprendizaje en la que el chico irá conociendo a distintas personas y acabará descubriendo que, en lo bueno y en lo malo, la vida hay que aceptarla como nos toca. Por el camino, cada vez que las cosas le han podido ir bien ha surgido algo inesperado o el chico ha tomado la decisión incorrecta. Hasta la que tomará tras el final abierto que la novela nos ofrece.
El chico es tímido e introvertido, desamparado y desarraigado, ingenuo y de escasos conocimientos. Peter Kocan no consigue - o no lo pretende - que suframos con él (recordemos que ni siquiera tiene nombre; tampoco se precisa el tiempo, pero estamos a principios de los sesenta) sino que le acompañemos como meros espectadores. Pero, sin embargo, lo hacemos queriendo leer sin descanso y saber qué va a ser del pobre chaval.
Peter Kocan, seud. de Peter Raymond Douglas, (Newcastle, Nueva Gales del Sur, 1947) abandonó los estudios a los catorce años, tuvo diversos trabajos en granjas y fábricas, a los diecinueve - víctima de una enfermedad mental - disparó al líder político de la oposición laborista por lo que estuvo encarcelado diez años. En el psiquiátrico se aficionó a la lectura. Inició luego su carrera literaria. Aires nuevos es la única de sus novelas publicada en España. Otro acierto de Sajalín.
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