miércoles, 29 de noviembre de 2017

Pedro Mairal, La uruguaya

La mayoría de las mañanas uno se levanta sin esperar nada extraordinario del día. Y así sucede, llega la noche y ha pasado sin que nada haya alterado en demasía la rutina y la "normalidad". Otras, en cambio, tenemos un objetivo concreto para ese día y luego ya veremos si todo fue como esperábamos. Tanto en un caso como en el otro, ocurre en ocasiones que la conclusión es que hubiera sido mejor no levantarse. La literatura y el cine nos ofrecen múltiples ejemplos de días de esos para olvidar - quizá no si uno es un héroe trágico, pero sí si se es gente corriente -; el día que Leopold Bloom paseó por Dublín, el del periplo de Max Estrella por Madrid, o el infierno que Michael Douglas pasa en Un día de furia...
Y no muy distinto es el caso de Lucas Pereyra. Un martes de septiembre de 2014 se levantó con ganas de Guerra. ¡Qué podía esperar! Lucas, cuarenta y cuatro, bonaerense, casado, padre de un hijo, escritor. Ese día va a viajar a Montevideo, donde ha abierto una cuenta bancaria, para volver a casa con los dólares que ha cobrado de editoriales extranjeras escondidos en la ropa (quiere evitar el cepo cambiario) y, aprovechando la ocasión, para encontrarse con una joven, Magalí Guerra, a la que conoció unos meses antes en un congreso de escritores. Ha hecho planes. Para entonces su vida conyugal lleva tiempo en crisis e, incluso, sospecha que su mujer tiene un amante. A lo largo del día la vida de Lucas entrará, con un ukelele en la mano, en una espiral de complicaciones inimaginadas, que dan al traste con todos sus planes. Un día, sin duda, para haberse quedado en casa.
Un año más tarde, Lucas, rememora aquel día en un relato, más interesante a medida que avanza, que dirige a su mujer, Carolina. Un relato que no sabemos si le escribe, se lo dice o, quizás, se queda sólo en un monólogo interior. Se dice que es un relato confesional; pero en realidad es más una rememoración - o un desahogo - que una confesión, pues a esas alturas, al cabo de un año, aunque Lucas cuente cosas que Carolina no sabe, poco importa porque todo, incluidas sus consecuencias, ha pasado ya. Se dice también que La uruguaya es una novela sobre la crisis de los cuarenta; quizá lo fuera si no fuese porque es mucho más, es una buena novela con personajes poderosos, una interesante historia rica en sugerencias y sorpresas y escrita con un lenguaje tan coloquial como bien cuidado. Y lo mejor, esa capacidad única de los buenos escritores, la de ser breve y evitar cualquier exceso.
La uruguaya (2016; Libros del Asteroide, 2017) es la cuarta novela de Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) breve, bien escrita, con dominio del ritmo, de la medida, del estilo, de la construcción narrativa... y también de las sorpresas. Una historia triste, que, sin embargo, se disfruta con humor y de la que, mientras se lee, es fácil imaginar una buena adaptación cinematográfica. Y la gozada siempre de leer un libro escrito en argentino con la sensación de aire fresco que eso nos da.

martes, 21 de noviembre de 2017

Hans Fallada, Solo en Berlín

Elise y Otto Hampel.

- No vivimos para nosotros, sino para los demás. Lo que hacemos no lo hacemos para nosotros, sino únicamente para los demás.

Solo en Berlín es una novela de más de seiscientas páginas; su primer mérito es que no le sobran. El segundo, su estructura y construcción (cuatro partes, setenta y tres capítulos): un relato de aroma decimonónico, con su correspondiente narrador omnisciente autorial, en el que diversos personajes e historias, en apariencia no relacionados, se entremezclan para mostrarnos la vida cotidiana de Berlín durante los años de la Segunda Guerra Mundial. A medida que el relato avanza, se centra en sus protagonistas - el matrimonio Quangel - hasta su triste y conmovedor final, en un continuo crescendo de interés para el lector. El tercero es su estilo claro, nada retórico, carente de digresiones y de descripciones innecesarias. El cuarto mérito de esta novela se encuentra en la caracterización de sus personajes.
Casi todos ellos resultan tan grises como el ambiente en que se desarrolla la historia. Delincuentes de medio pelo y zafia moral, inhumanos comisarios de la Gestapo, nazis diversos, la repugnante familia Persicke... puede que nos resulten más agradables el jubilado juez Fromm, la cartera Eva Kluge que, tras enterarse de las atrocidades que su hijo ejecuta en su servicio en las SS, abandona el partido y la ciudad, y la joven pareja que prefiere vivir su amor que seguir la dura vida de la célula comunista en la que participan. Y es que, incluso los protagonistas, Otto Quangel y su mujer, forman un matrimonio que nos resulta antipático; ella generalmente callada y sumisa a las decisiones de él, él un hombre huraño, parco en palabras y ahorrador hasta la tacañería extrema, que evita cualquier relación con otras personas.
Tras conocer la noticia de la muerte de su único hijo en el frente francés, los Quangel inician su particular lucha contra el nazismo; escriben postales (una o dos cada domingo) que luego depositan en edificios concurridos, durante cerca de dos años, con la ingenua esperanza de que sean leídas, que pasen de mano en mano y sean muchas las personas que se conciencien del horror al que Hitler les ha llevado. Mientras ellos mantienen toda la normalidad de su vida cotidiana intentando no levantar ninguna sospecha. La historia de los Quangel recrea la historia real de Otto y Elise Hampel.
Hans Fallada, seudónimo de Rudolf Ditzen (Greifswald, 1893 - Berlín, 1947), fue uno de los escritores alemanes más importantes del periodo de entreguerras. Tras la derrota del Reich quedó en el sector soviético de Berlín y los nuevos gobernantes le encargaron una novela sobre la resistencia alemana en el Berlín nazi. Para ello pusieron en sus manos el expediente de los Hampel, hallado en los archivos de la Gestapo. Fallada redactó la novela en apenas un mes y ésta fue publicada, poco después de su muerte, con la omisión de algunos fragmentos de contenido político por decisión del editor. En 2011 se ha editado por primera vez el texto completo de Solo en Berlín (Maeva, 2012) y en 2016 esta novela de Fallada ha sido llevada al cine.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Barry Hines, Kes

Escena de Kes.
Barry Hines (Hoyland, 1939 - 2016) publicó en 1968 A kestrel for a knave. Inmediatamente Ken Loach llevó la novela a la pantalla con el título de Kes. Posteriores ediciones, como la que ahora nos presenta Impedimenta, han optado por titular la novela como la película. El éxito de la novela y de la película en Gran Bretaña entonces, al parecer, fue enorme. Se inscribe Kes en la narrativa social de su tiempo. Hoy, medio siglo más tarde, y aunque la lectura resulta ágil, la novela no consigue conmover ni enganchar al lector.
Billy Casper es un muchacho de quince años, del condado de Yorkshire, que comparte cama con su hermanastro. Su madre, en la suya, suele tener la compañía de distintos hombres: una vieja manera de incrementar los ingresos familiares. Es fácil imaginar un ambiente gris y un paisaje triste en un lugar donde parece que el mejor futuro que puede esperarle a uno, al menos a un chico como Billy, es dejarse la vida trabajando en la mina. Para Billy, además, la vida escolar no es nada fácil. Así las cosas, el chico encuentra refugio en el cuidado de un cernícalo al que tomó como un polluelo y al que ha ido adiestrando según el arte de la cetrería.
Una triste historia de un adolescente de duro presente y sin futuro como otras que conocemos en otras novelas (Little boy blue, por ejemplo) de las que hemos hablado anteriormente - o en nuestras propias aulas sin ir más lejos -, pero que no consigue interesarnos y llegarnos tan hondo como otras. Son los años sesenta y estamos en el norte minero e industrial de Inglaterra; naturalmente, la historia de Billy Casper es la de todos los jóvenes de clase obrera condenados a no salir de un ambiente de pobreza y violencia siempre latente en todas partes a los que el sistema educativo no ayuda en absoluto, sino más bien al contrario, y cuyo futuro no puede ser muy distinto de la mina y/o la delincuencia. Pero tampoco este trasfondo propio del realismo social consigue hacer más interesante esta novela.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Oscar Wilde, El fantasma de Canterville

Ernst Ferdinand Oehme, Castillo de Scharfenberg (1827).
Cuando El fantasma de Canterville se publicó por primera vez en 1887 en The Court and Society Review Oscar Wilde (Dublín, 1854 - París, 1900) no había alcanzado la notoriedad que alcanzaría a partir de la publicación de El retrato de Dorian Gray en 1891. El relato de fantasmas vive entonces su momento de esplendor en la literatura victoriana.
El fantasma de Canterville es una deliciosa novela breve escrita con elegancia, humor e ironía que aborda el tema de las diferencias "culturales" entre yanquis y europeos; la naturalidad de aquéllos frente a la ceremoniosidad de éstos. Asunto que, como hemos visto en entradas anteriores, es propio de la época.
Mister Otis, ministro de Estados Unidos, compra a lord Canterville su castillo a pesar de que éste le advierte de que en él habita, desde hace trescientos años, el fantasma de un viejo antepasado. Y, también, naturalmente, una anciana ama de llaves.
Efectivamente, en el castillo hay un fantasma. Pero lejos de asustar a los Otis, estos le humillan y ningunean; el padre con su aceite lubricante que le ofrece gentilmente para sus cadenas chirriantes, la madre con sus medicinas para la tos, el hijo mayor con su quitamanchas que disuelve una y otra vez la de sangre del suelo de la biblioteca, y los terribles pequeños gemelos con sus gamberradas que siempre hacen huir al viejo y pobre fantasma. Sólo la dulce Virginia, enamorada, es ajena al trato con el fantasma. Y es precisamente Virginia quien, cuando el fantasma se encuentra ya completamente desalentado, le ofrece consuelo. También ayuda, pues siendo el Amor más fuerte que la Muerte, la enamorada muchacha puede ayudar al fantasma a entrar en el Jardín de la Muerte y poder, así, descansar para siempre.
Una historia blanca de fantasmas, amor, personajes caballerosos... y final feliz al final del verano. Toda ella llena de finísimo y divertido humor. Breve relato que debemos incluir, claro está, en el cofre de las joyitas que la literatura nos regala.
Podemos escuchar la versión de El fantasma de Canterville de los Teatros del Aire de la Cadena SER.
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