viernes, 22 de septiembre de 2017

Ludwig Winder, El deber


Entonces reconoció su deber. Era un deber que no podía compararse con los deberes con los que había cargado durante décadas. Había vivido en la creencia de que sus máximos deberes consistían en velar por el bienestar de su familia y en desempeñar de forma escrupulosa su profesión. El cumplimiento de esos deberes había constituido el eje y la razón de su vida.

Josef Rada es un hombre vulgar, más bien pusilánime, casado, padre de un hijo de diecinueve años, que estudia Medicina, y funcionario del Ministerio de Transporte. Su vida no va más allá de cuidar de su esposa y procurar a su hijo el mejor futuro, y de realizar con perfección y escrupulosidad su trabajo; calcular tarifas ferroviarias. Tras la anexión de Checoslovaquia en 1938, el 15 de marzo de 1939 el ejército nazi invadió el país. Rada siguió fiel a los que consideraba sus deberes. Y así siguió pensando y actuando tras la desaparición de su hijo - sabrán luego que se encuentra en el campo de Dachau y no volverán a saber de él -, pero, finalmente, tras ver el terror impuesto por Heidrich, comprende que su deber es colaborar con la resistencia. Lo hará desde su nuevo puesto en la sección que organiza el tráfico de los trenes alemanes. Puesto éste al que Rada llegó, contra su voluntad, por deseo de Fobich, un viejo compañero de instituto al que un día salvó la vida. Fobich, alto funcionario, desde el primer momento entendió que lo mejor era colaborar con los invencibles nazis.
Ludwig Winder (Safov, 1889 - Baldock, 1946) escribió El deber en Londres en 1943. La novela se publicó, póstumamente, en 1949. La inmediatez de la novela es evidente y, aunque lejos de resultar panfletaria, pesan más sus nobles intenciones que sus valores literarios. Los personajes son más tipos que personajes - a pesar de la evolución psicológica de Rada -, el relato es a veces discursivo, la acción principal se interrumpe - con más prolongación de la necesaria - en su momento más determinante para que que sepamos cómo lucha Jarmila, una estudiante amiga del hijo de Rada, en la fábrica donde los nazis la han enviado a trabajar...
El deber es una novela de urgencia escrita en el exilio británico de Winder. Una buena novela que nos habla de la ocupación de Checoslovaquia y el trabajo de la resistencia checa, como HhHH, pero, por su proximidad a los hechos y su enfoque, desde un perspectiva bien distinta.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Óscar Esquivias, Viene la noche

Cuando Óscar Esquivias (Burgos, 1972) presentó su original, Inquietud en el Paraíso y La ciudad del Gran Rey eran una sola novela, pero el editor - Ediciones del Viento - juzgó más conveniente publicarlo como dos novelas y que Esquivias escribiera una tercera - de título Viene la noche - que cerraría una trilogía dantesca de viaje - inverso - a cielo, purgatorio e infierno. De las dos primeras guardo el recuerdo de novelas escritas con una prosa culta y cuidada de frases eternas y humor fino en la que se mezclan lo real, lo fantástico y lo disparatado en una especie de realismo mágico que resulta divertido y original pero de lenta lectura. Era de esperar que Viene la noche siguiera la misma línea.
La acción de Inquietud en el Paraíso (2005) se desarrolla en Burgos en los días previos al inicio de la guerra civil; julio de 1936. Mientras el general Dávila anda enfrascado en la preparación del alzamiento, un grupo variopinto se ocupa en la de un viaje, nada menos que al Purgatorio, al que se puede llegar a través de una oculta puerta de la catedral de la ciudad. La acción de La ciudad del Gran Rey (2006) continúa la de la novela anterior y encontramos a los expedicionarios en el Purgatorio que resulta ser en un Burgos fantástico - no el real del que partieron - cuyas calles cambian de trazado por la noche mientras en ellas se desarrolla una guerra. Se acentúan, pues, en la segunda novela los elementos fantásticos.
Viene la noche (2007) - escrita cuando las dos anteriores estaban publicadas -, en cambio, como el mismo autor explica, poco tiene que ver con las anteriores y con el proyecto original. Su protagonista es Benjamín Tobes, nacido en Burgos y llegado a Madrid poco antes del comienzo de la guerra. Ahora - navidad de 2006 - tiene ochenta y dos años y es, como tantos ancianos, un hombre egoísta, algo gruñón, con manías y prejuicios, gustoso de hablar de cualquier tema y vital. La vitalidad se la dan sus continuos paseos por el barrio y las novelas que lee con pasión. A su mujer, Teresa, le ha dado ahora por el reiki, el taichi, el yoga y otras zarandajas espirituales - es su modo de huir de la soledad vital que siente -. Si hijo, Jaime, que nunca consiguió entrar en Bellas Artes, es escaparatista de una cadena de tiendas de ropa. Está casado con Sara, matrona en un hospital regentado por una congregación religiosa. La vida de Sara y la de sus padres está marcada por la muerte de su hermano, víctima de los atentados del 11 de marzo de 2004. Con ellos y una pandilla de simpáticos secundarios, Esquivias construye un relato costumbrista de un barrio madrileño, el de Estrecho y Tetuán, marcado por la frontera que supone la calle Bravo Murillo, con su orilla rica que baja hacia la Castellana y la pobre que avanza hacia la Dehesa de la Villa. Esa es la orilla de Benjamín, "invadida", en esos años previos a la crisis, de inmigrantes marroquíes y sudamericanos. Este retrato de lo cotidiano y de las grandezas y miserias de sus distintos personajes, tan verdaderos, es un retrato realista - garbancero dirían los enemigos del realismo - del que queda lejos la fantasía de las novelas anteriores.
Antológica resulta la cena de Nochevieja, al día siguiente del atentado en la T4. Digna de una adaptación teatral. Sin esperarlo, esta cena, junto con el desengaño respecto al valor de la novela que supone para Benjamín la lectura - guiño metaliterario - de Inquietud en el Paraíso y La ciudad del  Gran Rey, llenas de despropósitos sobre el Burgos de 1936 hasta el punto de que Benjamín decide escribir una carta al autor de esas novelas, y la muerte de su hermano Aurelio, sacerdote, que les obliga a viajar a Burgos, y algún otro acontecimiento, suponen, en las primeras semanas de 2007, el derrumbamiento del mundo de Benjamín, que deja de leer y huye de las novelas como de la peste, que evita encontrarse con sus amigos en sus paseos, que empiece a sentirse enfermo. Benjamín comprende entonces que viene la noche.
Óscar Esquivias goza de buena crítica y la merece. Es un autor interesante, seguramente imprescindible para quienes gustan de la prosa exquisita, llena de recodos y meandros, precisiones y adjetivos, referencias culturales y pinceladas populares.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Donald Ray Pollock, Knockemsitff

Knockemstiff en los años 50.
Si alguien quiere aprender a escribir relatos, entonces lo primero que tiene que hacer es leer Knockemstiff, de Donald Ray Pollock. Encontrará ejemplos magistrales de dominio de la técnica narrativa del relato breve; la importancia de un buen inicio, la de un buen final, la concisión expresiva, la selección del punto de vista, de los elementos y los episodios, la fuerza de los personajes, el valor de sugerir, el momento para las sorpresas, el punto justo de humor, el ritmo, las comparaciones y metáforas contundentes... Pollock, en su primera obra, demuestra un dominio excepcional de esta técnica cuyo resultado es un conjunto de excelentes relatos que mantienen un tono y un nivel homogéneo y forman un todo armónico y coherente. Hasta el punto de que pudiéramos considerar que estamos ante una novela si no fuera porque es muy evidente que cada uno de los relatos está construido como tal y goza de su propia independencia. No es justo destacar ninguno de ellos sobre los demás, pero el primero, La vida real, es una lección de manual de cómo se escribe un relato literario. Este es su magnífico inicio:

Mi padre me enseñó a hacer daño a la gente una noche de agosto en el autocine Torch cuando yo tenía siete años.

Pollock nació en 1954 en Knockemstiff, una pequeña población - unas decenas de personas - formada por unas cuantas casas dispersas a los lados de una carretera, en el estado de Ohio. En los dieciocho relatos que componen Knockemstiff nos presenta un lugar cuyos estandartes parecen ser Pobreza, Violencia, Drogas y Sexo. Entre sus personajes encontramos padres violentos que desean que sus hijos se peguen con los demás, se follen de una vez a una chica porque yo a tu edad - dieciséis - ya me había tirado a más de cien en todo el condado o ganen el concurso de culturismo por encima de todo, chavales a los que su padre les pilla masturbándose con una muñeca de su hermana, gordos sebosos que pagan por chupársela a chavales de quince años, vagabundos capaces de cometer cualquier crimen, enfermos terminales a los que hay que limpiar el culo y cambiarles el pañal, jóvenes que viven permanentemente drogados, chicas que se han acostado con todo el que se ha cruzado en su camino, bares donde ligar con el último borracho, gente que vive en viejas caravanas destartaladas llenas de mugre, jóvenes solitarios que ven cómo se marcha del pueblo la chica a la que siempre amaron sin haberle dicho nunca una palabra, gente que se droga con el primer medicamento que se le pone a mano, parejas que difícilmente podrán recordar si alguna vez se quisieron... perdedores. La vida real de perdedores de la América profunda, pero no sureña, que nos recuerdan a los de Daniel Woodrell o Nic Pizzolatto. Personajes que - es lógico, pues son pocos los habitantes de Knockemstiff - se cruzan en los distintos relatos y en el tiempo dando cohesión al conjunto. Personajes que intentan, quizá, escapar aunque sabemos que sucumbirán y, aun así, cada relato consigue sorprendernos en su resolución.

A la mayoría nos pasa lo mismo: puede que olvidar nuestras vidas sea lo mejor que hagamos nunca.

Libros del Silencio publicó en 2011 Knockemstiff (2008) y El diablo a todas horas, la primera novela de Pollock. Ahora, en 2017, Penguin Random House, al editar su segunda novela, El banquete celestial, ha vuelto a publicar Knockemstiff.
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